Meter la pata es de humanos. Algo frecuente, además, cuando uno está expuesto al público y colgado del micrófono todo el día, por lo que resulta bastante comprensible que, de vez en cuando, se patine más que en una pista de hockey sobre hielo.

Algo así debió ocurrirle a Alberto Núñez Feijóo cuando en un pleno senatorial apeló a “la gente de bien” para reprocharle al presidente Sánchez la aprobación de la ley trans. La expresión en sí, me reconocerán, es ciertamente, viejuna. Hace referencia a unos tiempos en que la sociedad se dividía en buenos y malos, particularmente, buenos eran aquellos que seguían las normas de la iglesia y del Estado omnipotente, mientras los malos, eran los rebeldes ante dichos poderes. Los rojillos, resumiendo.

Escuchándole, reflexioné, pensé mejor dicho, sobre qué gente será la que Feijóo considera como “gente de bien” pero al mismo tiempo, reflexioné sobre lo que yo podría calificar como “gente de bien” y sorprendentemente, me vinieron muchas imágenes a la mente.

Me vino la imagen de Jon, un joven pastor que este último verano se lo pasó durmiendo en el monte dentro de su Land Rover para proteger su rebaño del lobo aunque con ello no pudiese acostar a sus niños. Joxe Manuel, un forestalista de pura cepa que trabaja sus montes y su arbolado para, además de obtener una cierta rentabilidad, cuidar el legado natural que recibió de sus padres y que tanto bien hace al conjunto de la sociedad. Uxue, una joven ganadera que, con su rebaño de yeguas, con las que sube a la sierra, emprende heroicamente un proyecto de comercialización de carne de potro en un mercado, cuando menos, difícil. Zuhaitz, un joven navarro que se vino a Tolosa por amor, y ahora es un innovador horticultor que afronta la venta directa con una sonrisa perenne a prueba de bomba. Me vino a la cabeza Laura, una joven urbana que, también por amor, se fue a vivir a un pequeño barrio rural de la zona del Gorbea y reinventó su vida, criando cerdos al aire libre y elaborando unos chorizos de levantar la boina. Iñaki, un semijoven ganadero de vacuno de leche que, a pesar de lo esclavo que es su oficio y de los malos resultados económicos de estos últimos años, ha sido capaz de contagiar a su hijo del amor por el ganado y por cuidar las praderas para producir una magnífica leche o, también por que no, Maite y Aritz que iniciaron su proyecto vital, recuperando el caserío familiar, para emprender e innovar en el apasionante mundo de la sidra.

La gente de bien

Así, miles de personas y gentes de bien que, opinen lo que opinen políticamente, vivan donde vivan, se levantan para producir alimentos, para hacer el bien a los suyos, que trabajan para sacar adelante el negocio familiar, que además de intentar obtener una cierta rentabilidad, intentar cuidar el legado natural y patrimonial recibido de generaciones anteriores y mantenerlo y mejorarlo para traspasarlo a sus sucesores y a la sociedad en su conjunto.

Así, miles de personas y proyectos familiares que, según mi opinión, son gente que podríamos calificar como gente de bien, que fueron calificados como esenciales en la olvidada pandemia y reconocidos socialmente por una gran parte de la población temerosa de las consecuencias de un hipotético desabastecimiento pero que ahora, son ninguneados, ignorados y en algunos casos, criticados por aquellos que consideran que en estos momentos donde la polémica está asentada en la cesta de la compra, ahora, al parecer, son ellos, los productores, los que se están forrando en esta época de inflación altísima.

Ahora bien, al igual que he reflexionado para identificar lo que Feijóo califica de “gente de bien”, debiera hacer aún mayor esfuerzo en identificar quiénes son la gente de mal, o cuando menos, aquellos que no forman parte de la gente de bien, y si bien tengo preparada una lista de candidatos, más o menos larga, aprovecho esta oportunidad para invitarle a reflexionar sobre quienes serían sus candidatos a gente de mal y en lo posible, hacérmelos llegar a mi correo electrónico: xiraola@gmail.com

Confío en que la tarea que les he puesto, no sea un exceso por mi parte, y que, sin morir en el intento, puedan hacérmela llegar.

Miembro del sindicato ENBA