El frío y la niebla contribuyeron ayer a que la primera jornada de confinamiento de las localidades de Labastida, Villabuena de Álava, Laguardia y Lantziego ofreciera una imagen de tristeza tan diferente a la foto fija que suelen de tener de colorido y animación en las calles. Poca o nula presencia policial en los accesos a esas localidades, algo que contrastaba con los numerosos controles tanto de la guardia civil como de la policía nacional en las carreteras que unen las dos comunidades, aunque algunos todoterrenos de la Ertzaintza circulaban lentamente por los cascos urbanos donde toda la hostelería como el comercio, excepto la alimentación y contados comercios, estaban cerrados y algunos lucían carteles confirmando que de momento no abrirían sus puertas.

Así ocurría en Labastida, donde el complejo hostelero que conforman el hotel y bar restaurante Jatorrena mostraban la insólita imagen de no tener ningún coche aparcado en los numerosos espacios que hay alrededor de esa zona de entrada a la villa. Cerrado hasta que la situación lo permita rezaba en un folio pegado a la entrada de ese y de otros establecimientos. Y la propia calle era testigo de esa nula actividad, ya que solo alguna persona caminaba camino de comprar el pan o fruta. De hecho, ni la oficina de turismo abrió sus puertas, sin duda porque no esperaban a nadie en un pueblo confinado.

Quien tenía una ventana abierta era el punto de venta de la bodega Solagüen, delante del frontón viejo, pero era más por cubrir el expediente que por otra cosa. En el interior, dos empleados no esperaban a nadie, "no ha venido nadie, como estos días de atrás, porque todo el turismo está parado", comentaba uno de ellos que rehuía la cámara de fotos, aunque no ponía ninguna pega para fotografiar la pequeña edificación que ya es casi una institución en esa calle de entrada a Labastida.

Otra persona que tampoco se dejó ver, por imposibilidad completa, era la alcaldesa. Y es que Laura Pérez Borinaga sigue activa, pero desde su domicilio, ya que está afectada por el coronavirus. "Esto es algo que preveíamos que podía ocurrir", comentaba por teléfono, "porque en los últimos días los números no eran muy elevados, pero el crecimiento era continuado de positivos todos los días".

Desde su responsabilidad como alcaldesa, el contacto era permanente con la responsable de la lucha contra la pandemia en Rioja Alavesa y por eso había un seguimiento "de todos los casos, así como del trabajo de los rastreadores, y todo apuntaba a que entraríamos en ese club de los números rojos, como ocurrió el lunes". "¿Cómo lo tomas", se preguntaba el voz alta, "pues con responsabilidad y con respeto, porque estaba claro que la situación estaba complicada, la incidencia iba elevándose y no había otra que implementar más medidas que las que habitualmente ya existen, como la distancia social, mascarillas y limpieza, para ir revertiendo la situación para doblegar la curva"

Pero una cosa es combatir la covid y otra es el estado en que se encuentra la hostelería y el comercio tras nueve meses de afectación y el cierre decretado ahora. "El comercio está abierto", contaba Laura Pérez, "aunque es la hostelería la que se está llevando la peor parte, porque está cerrada completamente". Para tratar de ayudar a este fundamental sector, que forma parte del conjunto del turismo que también está cerrado por falta de clientes, el ayuntamiento tiene finalizado un plan de ayudas, que será aprobado definitivamente en el próximo pleno municipal. "El plan ya se ha enviado al Botha para su publicación, para su aprobación definitiva, ya que ha pasado la exposición pública, y, en días los interesados podrán presentar sus solicitudes para el comercio, la hostelería, las bodegas, y en general las pymes, que se verán beneficiadas de importantes ayudas por parte del ayuntamiento".

Otro pueblo que también vive el confinamiento es Villabuena de Álava, donde aparte de algunas tiendas de alimentación, el resto, hostelería, bodegas y alojamientos tienen echada la cancela, hasta que la situación mejore.

El espacio más emblemático, el hotel Viura y la vinoteca Diezmo, es uno de los espacios cerrados en esta localidad, en la que las únicas personas que había por la calle solo aguardaban fila para entrar a la tienda de alimentación.

Pero el hotel no había cerrado por el actual confinamiento, sino porque tiene por tradición cerrar para arreglos o mejoras durante los meses de enero y febrero, aunque la directora, Elena Muras, la única persona que permanecía en el llamativo edificio, reconocía que todo el año 2020 han sufrido las consecuencias del descenso de clientes.

"Ahora mismo nosotros estamos en una situación normal, porque el cierre es el habitual de todos los años, pero estamos preparándonos para lo que puede ser 2021 y queremos tener optimismo y confianza para ver si podemos salvar Semana Santa y recibir clientes de nuestro país", explicaba. A pesar de la que ha caído este pasado año, "este verano afortunadamente hemos recibido clientes del ámbito regional y nacional, muchos del propio País Vasco, de Cataluña y de Madrid", añadía que la propia comarca ejercía atracción sobre los visitantes "porque al final, lo que nosotros ofrecemos es un turismo personalizado, de disfrutar de la tranquilidad, de la naturaleza, de bodegas y de gastronomía y nada invasivo. Y esto nos favorece, cuando uno se puede mover, claro".

En Lantziego, la situación era parecida. Solo la alimentación abría sus puertas, ya que apenas hay otro tipo de comercio. La asistencia a la escuela era la normal, incluso desde otras localidades, ya que la movilidad si está permitida para la enseñanza reglada. Y como en el resto de pueblos, las bodegas permanecían con las puertas cerradas aunque en el interior se trabajaba en las labores propias de esas instalaciones.

La más afectada por esta situación era evidentemente Laguardia. Ayer martes, día de mercadillo, la villa extramuros ofrecía el mercadillo tradicional en la Plaza Nueva. No duró mucho. Los propios comerciantes, pasadas las doce del mediodía decidían retirar los puestos y el género, "porque apenas ha venido gente y estamos helados", comentaba el propietario de uno de los puestos que había llegado desde la comarca de Nájera.

Pero lo que al mercadillo le ocurrió le pasaba también al comercio que permanecía abierto en el interior de Laguardia. Apenas se veía alguna persona en el interior de los comercios y la frenética actividad que suele ser habitual en las panaderías, las carnicerías o las fruterías destacaba por su ausencia. De hecho, había más personas de los medios de comunicación en la calle que vecinos. En la Oficina de Turismo de Laguardia, que permanecía con las puertas abiertas, su responsable, Pilar García de Olano, contaba que "con todo cerrado gente no tenemos ni vamos a tener, así que estamos haciendo trabajo interno, preparando algunas cosas que teníamos en mente como algún folleto nuevo, la señalítica para la bodega que tenemos en el calado de la oficina y otra para la Torre Abacial". En su conjunto, "la situación es muy dura porque hasta ahora con el cierre perimetral de Álava ya lo era de por sí, porque en Laguardia hay muchas empresas y mucha hostelería y dependemos mucho de la gente que viene de fuera. Con el confinamiento del pueblo, lo que queremos es que se solucione cuanto antes".

Explica que hasta este momento "todo estaba a medio gas. Había muy poquitas bodegas abiertas porque con los aforos que había es casi imposible mantener abierta una instalación. Nosotras si podemos hacer visitas con grupos muy reducidos, pero una empresa no lo ve rentable porque no lo es. Y así nos lo han dicho". En cuanto a hoteles "algunos han estado funcionando hasta ahora, con alojamiento y desayuno, pero no han abierto los restaurantes. Lo mismo ha pasado con los bares-restaurantes, que solo han abierto la barra, pero no el comedor, porque con el cierre perimetral de Álava son pocos los que vienen. Ahora serán menos con el cierre de Laguardia". Quien sí mantiene una cierta actividad es un restaurante que se ha reinventado. Sheila Vega, del bar Ansan, que aprovechaba el confinamiento para pintar una parte de su instalación, contaba que "nos hemos reinventado por narices, porque no quedaba otra", y están elaborando y llevando comida a domicilio. "Somos pioneros en reparto a domicilio en Rioja Alavesa", explicaba "y vamos a seguir con ello. Nos han cerrado el pueblo, pero nosotros vamos a seguir".

De hecho han hablado con la comisaría de la Ertzaintza, donde les han confirmado que pueden hacerlo sin ningún problema, porque está permitido por las excepciones "mientras ninguno de nosotros tengamos positivo". Para esta joven, la situación "nos está afectando muchísimo. Aquí, en este bar, hemos llegado a estar hasta 16 personas trabajando y este verano hemos estado cinco. Estamos hablando de muchos empleos que se han perdido".