Vitoria - En la historia reciente del Deportivo Alavés, cada cierto tiempo aparece una figura muy peculiar en la punta del ataque: el delantero quijotesco. Como si del carismático personaje de Miguel de Cervantes se tratara, es un personaje que día tras día se mete de lleno en una lucha desigual que en la novela son molinos de viento pero que en la futbolística realidad sí que son los gigantes, aunque con forma de defensas, que el caballero andante creía ver en su locura. Munir El Haddadi viene a recoger esa tradición, tan conocida en Mendizorroza, del delantero al que se le deja pelear en solitario contra los elementos con una ayuda muy limitada porque ni siquiera cuenta el madrileño de manera regular con su particular Sancho Panza que, al menos, le aporte apoyo moral en esta batalla contra el mundo que nace perdida de antemano y en la que es muy difícil darle la vuelta al resultado si no media ninguna ayuda de algún escudero. Y, más allá de las apariciones de Alfonso Pedraza con el que ha generado la única sociedad peligrosa en este equipo, el atacante cedido por el Barcelona se está sintiendo excesivamente Quijote, una sensación con la que no resulta nada sencillo convivir. Algunos de sus predecesores salieron airosos de la situación, pero otros no resistieron esa condena a vivir en soledad y acabaron tirando la toalla superados por las circunstancias adversas que siempre se les planteaban. Precisamente, lo que no puede permitirse un Deportivo Alavés que necesita al madrileño tanto como respirar cada pocos segundos y que tiene que encontrar soluciones para aportarle compañía.
En poco más de un mes en Vitoria, Munir ya ha podido comprobar de primera mano que le espera un año muy exigente a nivel personal, muy poco parecido a los cursos precedentes en su carrera. En El Glorioso correr es cuestión ineludible y el nueve es el primero en la labor de presión y desgaste a la salida de juego del rival. En este sentido, el jugador se ha adaptado a la perfección a esa exigencia y se ha mostrado muy sacrificado a la hora de correr de un lado para otro, aunque en este sentido muchas veces también demasiado solo. Y es que el hispano-marroquí parece condenado a esa soledad en todas las facetas del juego, ya que si en defensa es la punta de lanza, en ataque es prácticamente la única referencia.
Sin mediapunta En el sistema 4-2-3-1 que ha planteado Gianni De Biasi desde su llegada, la figura del mediapunta la ha encarnado Álvaro Medrán. El cordobés ya se ha perfilado como un futbolista difícil de acoplar en ese esquema, ya que su posición natural es mucho más retrasada en el campo. Lo normal sería ubicarle al lado de un pivote de corte más defensivo, pero el preparador italiano ha optado por dos hombres de corte destructor como Dani Torres y Manu García en el centro, con el centrocampista cedido por el Valencia por delante. Y eso lo acusa directamente Munir, ya que Medrán no es un medio que destaque por su capacidad de llegada desde atrás. Es más, en la mayoría de los partidos esa aportación desde la segunda línea ha estado a cargo del capitán, que unas cuantas veces ha llegado al área con peligro rompiendo desde atrás.
En la siempre compleja labor del entrenador, De Biasi necesita encontrar soluciones a este problema tan grave. De momento, de manera obligada en el duelo contra el Valencia en el que Medrán no podrá jugar por contrato. La figura de Bojan Krkic se perfila como clave en todo este proceso, ya que el ilerdense encarna a la perfección ese perfil que se está echando de menos para que Munir no siga condenado a la soledad. El punta cedido por el Stoke City se mueve a la perfección entre líneas, tiene muy buena capacidad en el último pase y, además, tiene tendencia a pisar el área con asiduidad y buscar el remate. El otro hombre en el que el nuevo entrenador ha mostrado confianza y que puede actuar en esa posición es Aleksandar Katai, otro futbolista de enganche con calidad y que también gusta de buscar la portería rival, el gran punto negro del Alavés en estos momentos.