Las yeguas y potros de Julen Martínez de Santos dan la bienvenida al recinto ganadero de la feria de Angosto. Ha traído tres de cada para exposición, ya que negocio, lo que se dice negocio, hoy en día poco se hace.
“Venimos más que nada por tradición; no es como antiguamente que en las ferias se hacían muchos tratos de ganado, aunque algún contacto siempre puede salir”, comenta este ganadero de Kuartango. Opina que el sector “no tiene muy buena perspectiva, en parte, por la poca apuesta real que hace la Administración, pese a decir que somos esenciales”.
Caballos de monte, vacas, ovejas...
Julen suelta sus caballos de monte, vacas y alguna cabra azpigorri que otra por la sierra de Gibijo. Y ahí es donde radica otro de los graves problemas de los ganaderos alaveses: los ataques del lobo.
“Hay muchos ganaderos que están quitando la ganadería extensiva para dedicarse a la intensiva”, asegura. También vende carne de potro a las carnicerías y bajo pedido. “En Álava tenemos menos hábito de comer, pero en Italia, Cataluña o Valencia se consume más y allí acaba parte de la carne de potro de Álava”, comenta.
Por culpa de la sequía
A su lado, una cuadrilla de ganaderos charla de sus cosas, mientras los niños y niñas se pasean a lomos de caballos y ponis. El más joven, Alejandro, enseña en Angosto yeguas pottoka de su hermano Teodoro Fernández, de Katadiano. Es otro asiduo a esta tradicional feria que hoy revive tras años en el olvido.
Alejandro comparte las mismas inquietudes que Julen: el olvido de las instituciones hacia el sector ganadero. “Echamos de menos un poco de ayuda, por ejemplo, que cuenten con nosotros para el tema del lobo, que nos tengan más en cuenta”, reivindica.
Otro problema que sufren los ganaderos es la sequía que merma los pastos, falta hierba y paja para alimentar al ganado. “La verdad es que nos ponen un poco la zancadilla, y eso que somos un sector de primera necesidad”, censura a las administraciones.
Y así, de paseo entre redil y redil de burros de las Encantaciones llegados de Valdegovía; caballos de monte de Uzquiano, pottokas de Katadiano, caballos de Karkamo, vacas terreñas de Kuartango, ovejas sasi-ardi de Subijana Morillas o Karkamo y cabras azpigorri de Bellojín se va animando la mañana en la feria agroganadera de Angosto.
Goteo incesante de gente
El día está fresco, pero no llueve, ideal para pasear y comprar en los variados puestos de queso, miel, verduras, pastel vasco, mermeladas, zumos, embutidos y carnes; probar aceite y txakoli y hacerse con algún capricho de cerámica, forja, madera y plantas en los stands que trabajan las personas artesanas.
El goteo de gente es incesante y, pasadas las doce del mediodía, los voluntarios de Protección Civil de Añana ya calculan que darán paso a unos 600 vehículos a las fincas habilitadas como aparcamiento.
Son treinta años de feria en el entorno del santuario de Angosto, de la mano de la Asociación de Desarrollo Rural (ADR) de Añana que, de esta manera, da a conocer la labor de las personas agricultoras, ganaderas y artesanas que cultivan, crían y elaboran productos de consumo en la comarca y en su entorno.
En el angosto de una peña
Un complejo el de Angosto cargado de historias y leyendas, como la que narra cómo el pastor Hernando Martín halló la imagen de la virgen allá por 1089.
Era un día de tormenta que desbordó el río Humecillo mientras cuidaba sus rebaños y, al acercarse al Peñón del Calvario, le pareció divisar a lo lejos “en el angosto de una peña” un bulto que se le antojaba una niña vestida, y corrió a Villanañe a contar lo sucedido. Hoy, los Padres Pasionistas celebran oficio religioso y a la misa asisten numerosos devotos de la virgen.
Pastel vasco, rosquillas, pan de leña...
La sidra y los talos corren de mano en mano mientras Maikar Pérez de Cárcamo despacha en su dulce puesto pastel vasco, rosquillas y pan de leña.
“Lo que más demanda la gente es pastel vasco; el tradicional de crema, una crema muy ligera y sabrosa gracias a la receta de mi suegra”, reconoce esta artesana de Amurrio. Como la mayoría, acude cada año a Angosto por tradición; como feria, le pone una nota media.
Los bonsáis de los pobres
Dolores Ramos, por su parte, se estrenó el pasado año y se quedó con tan muy buen sabor de boca que ha repetido con su original propuesta de bolas de musgo que hacen de maceta para las plantas de interior, con la única diferencia que para regarlas se sumergen en agua y la ventaja de que mantienen los nutrientes e la tierra y demandan menos riegos.
La técnica se llama kokedama y “en Japón le llaman los bonsáis de los pobres”, apunta la responsable de Brotes verdes, que acaba de abrir en la plaza de abastos de Miranda. “Es una bola de tierra arcillosa cubierta de musgo que se va atando con cuerda; son muy decorativas”, ensalza la artesana.