Los cumpleaños siempre dan pie al recuerdo de vivencias. En este caso son 40 años que han dado para muchas historias que estarán para siempre en la memoria de todos los músicos que en algún momento han pasado por las filas de la fanfarre Biotzatarrak, el principal grupo de animación del Baskonia.

Tras alcanzar este efeméride tan especial, la agrupación se halla en plena celebración con diferentes actos. Y es que no todos los días una fanfarre llega a esta edad, algo que lógicamente genera mucha ilusión, en especial a los que llevan desde el nacimiento de Biotzatarrak. 

Uno de ellos es Iñaki Ruiz de Viñaspre, quien después de tantos años piensa que la fanfarre es parte de su vida. “Llevo más tiempo dentro que fuera de la fanfarre, ya que entré con 13 años y ahora tengo 54. He estado toda mi vida dentro y es mi familia. Mis amigos se han convertido en una parte de mi vida de la que no me puedo desprender. Es mi afición, me divierto y diviertes a la gente que te rodea con tu música”. 

Iñaki, también apodado como el “Banano”, explica que jamás olvidará cómo fue el nacimiento de la fanfarre. “Todo empezó cuando una agrupación musical llamada Zaleak, en la que tocaba Mikel Arredondo (compañero del colegio), dejó su actividad y se quedaron instrumentos disponibles. Entonces, entre unos amigos de clase y otros que nos conocíamos de jugar a fútbol y baloncesto en Corazonistas, propusieron crear una fanfarre. Con muchas ganas empezamos la aventura, y fuimos a la casa donde estaban los instrumentos para que cada uno eligiera uno”, evoca.

Este jovial músico rememora entre risas que “yo quise coger el trombón de varas, pero como era pequeño no me daba el brazo para estirar la vara y hacer todas las notas, y al final me decanté por el bombardino”. Iñaki toca ahora la trompeta, pero también hace memoria y admite que “cuando se creó Biotzatarrak, la mayoría tan solo habíamos tocado la flauta en el colegio, pero ahí había instrumentos más complejos como trombones, saxofones, trompetas o bombardinos. Nos juntábamos en un local en los bajos del colegio y ahí ensayábamos. Sólo había uno o dos que sabían de música. La verdad es que no me acuerdo ni de cómo aprendimos las notas”.

Nuevos integrantes

Por su parte, Asier Pascual, a quien todo el mundo llama Pako, empezó con 11 años en el 85, justo después del verano en el que se creó la fanfarre. “Pusieron un cartel en el que ponía que necesitaban más componentes y mi hermano y yo, que estábamos estudiando solfeo, nos apuntamos. Empecé con el clarinete, con el que estuve 10 años, y luego me pasé al trombón de pistones que se había quedado libre”. 

Al año siguiente, en el 96, la fanfarre ganó otra integrante como Mireya Martín, alias “Mitx”. “Me encontré con la fanfarre que estaba celebrando un triunfo de Baskonia y me comentaron de ir a ensayar y probar con los platillos, que en ese momento estaban libres. Entonces fui a ensayar un sábado a Corazonistas, y ahí sigo hasta el día de hoy”.

Imagen de 1985 en el colegio Corazonistas cuando la fanfarre echó a andar. Fanfarre Biotzatarrak

Con el transcurso del tiempo, Biotzatarrak fue haciéndose un nombre. “Se empezó a formalizar cuando nos dijeron de ir a tocar a los campamentos del colegio, que fue nuestra primera actuación”, desvela Banano, quien destaca que les salió la oportunidad de tocar en fiestas de Vitoria con la cuadrilla Bereziak. “En ese momento tuvimos que empezar a ensayar mucho, y tuvimos ayuda de músicos de fuera que tenían experiencia en otras fanfarres y vinieron a echarnos una mano”. 

A Pako también le viene a la mente el año 1994 cuando se celebró el Mundial de baloncesto en Toronto. “La Federación Española nos invitó a ir allí. Entonces no había animación musical en los partidos, como hay ahora, fuimos un poco pioneros y les gustó la idea de lo que se hacía en el Baskonia. Había presupuesto para cuatro miembros y allí fuimos un bombo, un trombón, una trompeta y un saxo. Fue una experiencia increíble”, rememora.

El destino existe o eso debe pensar Marta Correal (Wilma), quien entró en Biotzatarrak por casualidad. “Llevaba muchos años acudiendo a las Copas del Rey para ver al Baskonia y siempre me juntaba con la charanga porque tenía amigos dentro. Entonces, en el 2015, el Baskonia no se clasificó para Canarias, pero acudí igual. En la fanfarre solo estaban cinco, habían llevado instrumentos y me comentaron que, si quería tocar, podía hacerlo. Desde entonces estoy con ellos y ya son 10 años. Desde el primer día me lo pasé genial con ellos y es algo que se ha repetido desde entonces”, aclara.

Un ‘fichaje’ sudamericano

Una de las últimas incorporaciones de la fanfarre ha sido el colombiano Juan Camilo, para quien en muy poco tiempo Biotzatarrak se ha convertido en uno de los pilares más importantes de su vida. “Es lo que me ha mantenido ligado a la cultura y a lo que yo soy como músico. Estar en esta agrupación ha sido la mayor integración que puede tener una persona en una cultura como esta, que es pertenecer a esta fanfarre, una de las más importantes de Vitoria”.

A pesar de venir de una cultura diferente, Juan Camilo se ha integrado a la perfección. “Mi proceso musical se asemeja un poco porque yo vengo de una banda de músicos de un pueblo, la cual prepara animaciones tanto para el pueblo como para la ciudad, con temática religiosa o festiva. En ese sentido es algo similar. Luego cambié un poco cuando me fui a Francia a estudiar música clásica, pero al final la necesidad de pasarlo bien, de disfrutar, de ambientar y de unirse con el público ha sido una experiencia similar a lo que ya conocía”, enfatiza.

Miembros de la fanfarre Biotzatarrak en las fiestas del año 2015. DNA

Con experiencia también en música clásica, Juan Camilo reconoce que “trabajar en grupo puede permitir a la gente hacer música y disfrutar de ella, más allá de sentarse en un conservatorio a estudiar y no tocar con nadie”. Por eso mismo, también indica que a pesar de su breve estancia en Vitoria, “Biotzatarrak es mi familia y ya he conocido a las personas que considero mi aita u osaba”.

En cuanto a anécdotas, ninguno de ellos tiene claro con cuál quedarse. Por ejemplo, a Pako le viene a la mente la Final Four de Moscú en 2005 cuando el Baskonia se impuso contra todo pronóstico en la primera semifinal al todopoderoso CSKA. “El segundo día se picaron y nos pusieron muchas pegas para poder meter los instrumentos y poder tocar dentro del pabellón. Se armó un revuelo bastante importante porque el primer día no tuvimos ningún tipo de problema y el segundo todo lo contrario, solo porque les habíamos ganado”. 

Además, tiene otra anécdota de aquella experiencia en Moscú. “Dentro del pabellón me quedé un poco rezagado y tuve que atravesar una grada llena de aficionados israelitas de amarillo, y yo de rojo con una peluca llamativa y el trombón”. Eso sí, Pako tiene claro que “la mayoría de recuerdos son de viajes y lugares en los que no hubiera soñado estar, y eso ha sido todo gracias a la fanfarre”.

Por ejemplo, a Mireya le viene a la cabeza una réplica de la bajada de Celedón. “Fue un día de fiestas, con un muñeco y desde otra zona a la habitual; es cierto que mis padres estaban allí ese día y eso me dio mucha ternura”.

En crecimiento constante

Aunque la fanfarre haya cumplido la friolera de 40 años, “hay mucha variedad de edades, pensamientos e ideas y creo que damos una muy buena acogida a todo el que quiera venir”, puntualiza Iñaki, para quien “lo imprescindible para venir a Biotzatarrak es que hay que tener ganas de divertirse, de animar y de darlo todo para que la gente se entretenga con nosotros”. 

Sin embargo, algo reseñable en lo que coinciden todos los integrantes de Biotzatarrak es que “nos diferenciamos del resto que no tocamos por dinero, es decir, que no tenemos un beneficio económico individual por cada actuación”.

Integrantes de fanfarre Biotzatarrak en los aledaños del Buesa en 2021. DNA

“Desde el comienzo todos hemos tenido la misma visión de lo que queríamos para la fanfarre, es decir, tener un lugar para divertirnos sin importar el dinero. Esa creo que ha sido una de las claves, no dar prioridad al dinero, sino al grupo humano y al pasárnoslo bien”, detalla Pako. 

En la misma línea se expresa Mireya cuando es cuestionada por este asunto. “Cuando la gente entra en esa dinámica no hace falta explicar nada, y ya nos va conociendo. Somos una fanfarre tan dispar y bien avenida que es muy raro que alguien que pruebe no se quiera quedar. De momento nadie ha salido huyendo”, admite sin tapujos.

Además, cuando se argumenta que Biotzatarrak es una familia, en algunos casos es de forma literal. De hecho, Mireya y Asier son pareja y sus dos hijos ya forman parte de la txaranga. “La verdad es que han entrado incluso más jóvenes que yo (risas). Los peques han estado escuchando a la fanfarre desde que estaban en la tripa de su madre y ha sido un proceso muy natural porque han ido viniendo a las actuaciones o a los ensayos. Al estar los dos miembros de la pareja en la fanfarre, ha resultado inevitable”, admite Asier. 

Por su parte, Pako también se ve reflejado en esta pareja. “Me hace mucha ilusión que mi hijo esté en la fanfarre, y si se lo pasa la mitad de bien de lo que lo he hecho yo, me daría por satisfecho”. 

Una imagen más reciente de la fanfarre baskonista, también en Corazonistas. Fanfarre Biotzatarrak

A juicio de Mireya, “tener a mi pareja dentro de la fanfarre y haber formado una familia que también se interesa por la música es algo muy bonito; por eso la música siempre irá unida a mí”.

Al final, la familia de Biotzatarrak ha ido evolucionando a la vez que lo hacían sus integrantes. “Al empezar tan jóvenes, hemos ido creciendo poco a poco y madurando a la vez que lo hacíamos como personas. Yo tenía 11 años, pero los más mayores tan solo 3 años más que yo, así que con esa edad todavía no sabes nada de la vida. La fanfarre nos ha ayudado a crecer como personas y como grupo”, subraya Pako.

Los motes son numerosos dentro de la fanfarre tras tantos años de convivencia y partidos en el Buesa Arena. “Ha sido algo que ha ido surgiendo con el paso del tiempo, ya que pasas muchas horas con ese grupo de personas y esos motes han ido saliendo de situaciones cómicas o anécdotas. Eso es síntoma de la clara complicidad que hay entre todos”, recalca Mireya. 

“En la fanfarre se acepta a todo aquel que quiera entrar con buen ambiente. Todos vamos aprendiendo sobre la marcha y unos de otros, tanto musicalmente como de personalidad. Hay muy buena relación dentro de la fanfarre, tanto de amistad como de parejas y eso hace que seamos una familia para el día a día”, recalca Marta, apodada Wilma y la encargada de los platillos. 

Miembros de la fanfarre del Baskonia reunidos en el 2016. DNA

En su caso, quiere dejar claro que “estoy muy contenta de pertenecer a este grupo que me aporta muchísimo tanto a nivel musical como a nivel humano y espero que dure muchos años más”.

Aunque Juan Camilo lleve poco tiempo, ya tiene un mote, si bien prefiere reservarlo para él. “Biotzatarrak no es un grupo musical, es una familia y el grupo tiene motes para cada uno de los miembros. Es como la forma de dar la bienvenida y eso es una parte de integración. Siento que estoy dentro del grupo y que van a estar para mí siempre”.

Lo que está claro es que tras 40 años de muchas actuaciones, vivencias e historias, la fanfarre ha cambiado la vida de muchas personas. “Entrar en Biotzatarrak es algo de lo que no me arrepentiré nunca. Siempre digo que si vuelvo a nacer, me volvería a meter sin ninguna duda en una fanfarre porque ha sido una experiencia muy satisfactoria”, enfatiza Pako.

Para Iñaki, esta fanfarre “es parte de nuestra esencia, tenemos a los amigos de toda la vida y es nuestra manera de pasar buenos ratos, por lo que la intención es seguir con ello durante muchos años”.