subijana de álava - Licenciado en Ciencias Ambientales por la Universidad Autónoma de Barcelona, de donde procede, el activista ha acompañado a su actividad como escritor la edición de múltiples documentales, el último titulado Asfaltar Bolivia, que fue proyectado este martes en la Acampada Internacional contra el Fracking. El seguimiento a las actividades de Repsol en el continente americano, a través del colectivo Repsol Mata, también destaca en su currículum. Gavaldà, “sorprendido” por las dimensiones del evento que se celebra estos días en Subijana y las “oportunidades” que ofrece, analiza la situación de un modelo económico basado en la extracción intensiva de recursos naturales para su exportación.

Para hablar del extractivismo, especialmente en Latinoamérica, ¿hasta dónde hay que remontarse?

-Un punto de inflexión fueron los años 90, con los programas de ajuste estructural que privatizaron las empresas y flexibilizaron toda la normativa ambiental. Pero ha sido más en la última década, con la entrada de gobiernos progresistas que han impuesto la extracción y exportación de materias primas como base económica, cuando se ha acelerado esa dependencia enfermiza a las materias no renovables. En América se han abierto numerosas fronteras extractivas y hay un boom minero e hidrocarburífero enfocado a la exportación hacia los mercados globales y a la retención de unos impuestos que mantienen a estos estados.

¿En qué medida se ha frenado el desarrollo de estas regiones?

-Es un arma de doble filo. Estos países se están fortaleciendo económicamente a nivel estatal, pero es también una fuente de generación de pobreza local, por los pasivos ambientales que se provocan, por los desplazamientos de población, por la creación de economías de enclave que no generan un desarrollo, y que de algún modo está hipotecando el futuro de estas poblaciones. Al tener sus recursos naturales hipotecados y destruidos, los ríos contaminados y la deforestación por la agroindustria, se generan unas condiciones de enquistamiento de una pobreza que es estructural.

A estas alturas, ¿hay alternativas?

-Todo parte de una voluntad política, por de algún modo apostar hacia otros modelos. Y eso parte, por ejemplo, de valorizar los recursos locales, de tener unas legislaciones que en la práctica defiendan los territorios, con consultas previas a los propios pueblos para que decidan, y de que los mismos países empiecen a poner en valor todos sus recursos naturales. De algún modo, así se revertirían estas economías enfocadas a los mercados globales hacia economías regionales. Cuando esto se produzca, habría unas cómodas bases para transitar hacia una economía post-extractivista.

Lamentablemente, nuestra sociedad parece vivir al margen.

-Seguramente lo hacemos por la cortina de humo que impide ver de dónde vienen los recursos. Si tuviésemos en cuenta que nuestra dependencia viene de estas regiones que han sido condenadas, la cosa cambiaría. Ahí nos viene un poco el dilema del fracking, que por parte de los políticos se plantea muchas veces en parámetros de soberanía energética.

La apuesta por el ‘fracking’ es un fenómeno reciente y recuerda a estas experiencias, con la salvedad de que ahora la amenaza pende sobre muchos países desarrollados.

-Sí. De alguna manera, es la apuesta de estos modelos económicos por dar una vuelta más de tuerca al consumo fósil basado en unos recursos agotables por la negativa a avanzar hacia una transición energética basada en una revolución solar, para la que ya hay medios.

¿Hasta qué punto está sirviendo la resistencia popular?

-La oposición popular ha sido determinante. Los propios políticos están viendo que la gente no quiere fracking y, además, que en el Estado español no se haya iniciado ningún pozo es una victoria para los movimientos, que demuestra cada vez más que es una imposición de un gobierno central que está muy debilitado.