Pioneros e incomprendidos a partes iguales, los historiales de las 14 personalidades distinguidas en esta decimocuarta edición de los premios Fronteras del Conocimiento concedidos por la Fundación BBVA constituyen el mejor ejemplo vital de que la constancia y la confianza en las ideas –y en los ideales– son esenciales progresar, para innovar en definitiva. Ninguno de ellos se rindió ni dio muestras de querer hacerlo a pesar de que sus trabajos fueron rechazados o incluso desmerecidos por sus colegas de profesión.

Alguno incluso se dedicó a conducir un taxi por su Nueva York del alma y a arreglar electrodomésticos mientras en su mente coqueteaban los ritmos y sonidos que años más tarde romperían la forma de componer.

Todos fueron revolucionarios y a todos les asalta la misma pregunta: ¿Cuántos como ellos y ellas se habrán quedado atrás?, ¿qué ideas fueron abandonadas? o ¿dónde estaría hoy en día la Humanidad si las conclusiones de sus trabajos hubieran sido asumidas décadas antes? Por ejemplo, si se hubiera prestado más atención a las conclusiones –y las advertencias– de los estudios sobre cambio climático publicados por el matrimonio Ellen Mosley-Thompson y Lonnie Thompson; o si se hubiera apostado por modelos de ciudad realmente amables y respetuosas con la biodiversidad, como llevan años inculcando Lenore Fahrig, Simon Levin y Steward Pickett; o si la gente supiera que los conocidos y no la familia y los amigos son clave para encontrar trabajo, tal y como ya dejó dicho en 1973 Mark Granovetter; o si la transparencia fuera para los gobiernos tan necesaria como para los procesos de Inteligencia Artificial que propugna Judea Pearl…

El cortoplacismo que ha condicionado y condiciona las políticas científicas fue su mayor enemigo, pero no por ello abandonaron. Lo cuenta la propia Katalin Karikó, quien durante cuarenta años no recibió apoyo económico para poder desarrollar su investigación: el hoy famoso ARN mensajero al que esta pandemia ha dado protagonismo.

El caso de la premiada en la categoría de Biomedicina y Biología no es único. De hecho, Robert Langer –otro de los investigadores con los que comparte galardón– apostó por seguir con su proyecto a pesar del escepticismo de la comunidad científica. También corría la década de los años setenta del siglo pasado y ha sido también ahora, precisamente, cuando su perseverancia ha sido valorada. Suya es la tecnología para encapsular y transferir ese ARNm sintético al organismo con total seguridad. “La gente no creía que fuera posible”, telegrafía.

Sin fronteras

Las vacunas contra el SARS-CoV-2 han sido la primera aplicación –y la más conocida, de momento– de sus trabajos, pero la utilidad práctica del trabajo en conjunto durante décadas con Karikó, Langer y Drew Weissman no conoce fronteras. Se trata sólo del principio de una tecnología que, más pronto que tarde, tendrá su réplica en la esclerosis múltiple, la esquizofrenia, la adicción a opiáceos, el cáncer, la diabetes tipo 2, problemas cardiovasculares…

“Esto transformará la medicina”, resume acertadamente Weissman. Y no es el único ejemplo de ese futuro idealizado –al menos por sus creadores– que se ha convertido en realidad y que estará presente en la ceremonia de entrega de los premios Fronteras del Conocimiento concedidos por la Fundación BBVA. El acto se celebrará este jueves en el Palacio Euskalduna, pero un día antes la música y los ritmos hipnóticos del compositor Philip Glass sorprenderán a los asistentes al concierto de homenaje a este elenco de revolucionarios, entre los que también se cuenta él.

Porque la innovación no solo tiene que ver con los números. Está más ligada a las emociones, a la ilusión y las ganas de hacer algo, de servir para algo a la gente. La tecnología ayuda mucho porque facilita tareas, pero es el hecho de compartir datos el que permite abrir nuevos espacios para la Ciencia y para la Cultura. Por ejemplo, para tratar de comprender conductas humanas tan llamativas para los estudiosos como es que las personas busquen el amor en webs de contacto pero para buscar un trabajo prefieran confiar en su red de contactos directos en el mundo físico. “¿Por qué? No lo sabemos, pero me parece una pregunta interesante e importante. Tengo varios alumnos que lo están investigando, y espero que lo averigüen”, apostillaba Mark Granovetter, quien hace ya medio siglo abrió nuevos campos de análisis ligando los vínculos sociales y la economía.

Lo curioso –como él mismo reconoce– es que el 97% de las citas que ha recibido su trabajo [más de 65.000] sobre el poder de esos contactos remotos se ha producido desde el año 2000 en adelante. Quizás por eso también ha anunciado que a sus 78 años está trabajando en un nuevo libro con un capítulo especial en el que analiza la corrupción. Porque este fenómeno no respeta las dudas e indecisiones que sí marcan muchas otras acciones. Cosa bien distinta son las máquinas, aunque el empeño personal de Judea Pearl es que la Inteligencia Artificial acabe tomando decisiones como cualquier un ser humano, valorando las relaciones causa-efecto.

El lenguaje matemático que ha diseñado es capaz de explicar no solo el porqué de su decisión, sino también responder a preguntas del tipo ¿qué hubiera pasado si las cosas se hubieran hecho de otra manera? Por ejemplo, ¿qué hubiera pasado si se hubiera dado otra medicación a un paciente? Gracias a ello, podría ocurrir que un buen número de desigualdades puedan ir cerrándose y, al tiempo, revolucionar el futuro. l

El apunte

Martes 14. Bienvenida del presidente de la Fundación BBVA, Carlos Torres Vila, a los galardonados en el Museo Guggenheim.

Miércoles 15. Recepción al mediodía en el Ayuntamiento de Bilbao al elenco de premiados. Por la tarde, a eso de las 19.30 horas, concierto de homenaje en el Palacio Euskalduna.

Jueves 16. Ceremonia de entrega en el Palacio Euskalduna presidida por Torres Vila, la presidenta del CSIC, Rosa Menéndez, y con la asistencia del lehendakari Iñigo Urkullu.