omo era de esperar y sin sorpresas, el nuevo Gobierno Vasco ha echado a andar en una de sus más complicadas andaduras desde 1979, tras el restablecimiento de la democracia. En esta ocasión, Iñigo Urkullu ha sido reelegido para su tercer mandato por la fuerza de los votos de su partido y los del PSE, unidos en acuerdo de gobierno que les garantizaba la mayoría absoluta y les liberaba de la ansiedad y la incertidumbre de hacerlo en minoría, como venía ocurriendo desde hace 22 años. El pleno del pasado jueves transcurrió sin mayores sobresaltos, únicamente perturbado por las extremas medidas de seguridad requeridas por la situación sanitaria.
Explicó en su discurso el lehendakari el proyecto para la legislatura en base al acuerdo de gobierno, y no ahorró calificativos para advertir que va a ser complicado, muy complicado, salir de esta crisis económica, sanitaria y social. Explicó previamente la también candidata a la lehendakaritza Maialen Iriarte las propuestas de su grupo, EH Bildu, y se ofreció como alternativa, única alternativa, al proyecto presentado por Iñigo Urkullu. Para qué nos vamos a engañar, las intervenciones del resto de representantes no fueron más allá de cumplir el expediente, que en este caso consistió exclusivamente en criticar con mayor o menor dureza dialéctica el discurso del candidato del PNV, dijera lo que dijera. Está claro que en este tipo de plenos parlamentarios cada orador lleva ya escrito su guion y habla para sus partidarios, para los medios o para escucharse a sí mismo.
No cabe duda de que el momento es de una gravedad no conocida hasta ahora. Las consecuencias de la pandemia nos han dejado un país malherido en lo sanitario, en lo económico y en lo social, y fuera cual fuera el Gobierno que deba afrontar la situación va a ser muy difícil que pueda hacerlo solo, ni siquiera el actual con su mayoría absoluta. Sería una insensatez que por ser mayoritario decidiese no contar con el resto de representantes parlamentarios, de ahí la oferta de mano tendida del lehendakari y su emplazamiento a la oposición para arrimar el hombro. Un Gobierno con mayoría absoluta es el ideal para una situación tan grave como la que vivimos, porque si su mano tendida a la oposición es real -y el tiempo será testigo- deberá contar con todos y renunciar a la tentación del rodillo no por necesidad sino por decencia democrática.
La oposición, comenzando por el partido que se presenta como alternativa, ya tiene un escenario perverso del que debe huir: el espectáculo que está ofreciendo la oposición en el Congreso español es el peor ejemplo a imitar. No se puede ejercer la oposición como puro desgaste del Gobierno cuando se desmorona el bienestar general. No se puede responder a la llamada a arrimar el hombro negando de salida cualquier aportación al proyecto del Gobierno, con la única intención de desgastarlo y la vista puesta en próximas elecciones. No se puede rechazar el programa del acuerdo PNV-PSE aún no conocido tachándolo de continuista, tal como lo han hecho los partidos de la oposición como si se hubieran puesto a su vez de acuerdo.
Arrimar el hombro en un momento tan agobiante como el que estamos viviendo requiere generosidad por parte de quien gobierna, repartir juego, escuchar, atender, discernir y compartir. Arrimar el hombro cuando, como ahora, estamos en riesgo de descontrol de la pandemia, se desmorona nuestra economía y amenaza descarnado el desempleo, requiere por parte de la oposición generosidad, lealtad, moderación y quizá hasta paciencia. Nadie dice que vaya a ser fácil, pero si de esta no salimos entre todos es muy probable que acabemos por hundirnos.
Sería una insensatez que (el Gobierno) por ser mayoritario decidiese no contar con el resto de representantes parlamentarios
No se puede rechazar el programa del acuerdo PNV-PSE aún no conocido tachándolo de continuista, tal como lo ha hecho la oposición