- Para esta filósofa de 40 años, el riesgo social a futuro es “enrocarse en el miedo a que esto vuelva a pasar”, y “generar una sociedad de miedo irracional. Eso destruiría el tejido social”.

El afán por comprender está cruzado por nuestros apriorismos políticos. Así es más complicado tejer consensos.

-Toda visión del ser humano siempre está politizada. Decir que somos seres apolíticos es un contrasentido. Decía Aristóteles que el ser humano es un animal político, porque la política implica que somos seres sociales, y tenemos diferentes maneras de construir la ciudad. Polis viene de una palabra griega que significa construcción. Las propuestas filosóficas intentan evadirse de ciertas ideologías, pero ofrecen una propuesta política. Se trata de repensar las cosas de otro modo.

En una situación absolutamente imprevisible hace dos meses, ¿hay que poner en valor el alto grado de cumplimiento del confinamiento?

-¿Realmente ha sido imprevisto? Creo que hay muchas cosas que no hemos querido ver. En una creencia desmesurada de las capacidades racionales del ser humano, hemos pensado que con la tecnología y la ciencia lo podíamos absolutamente todo de tal manera que si venía una epidemia podíamos controlarla. Es evidente que en algún momento determinado iba a ver una enfermedad. Lo que pasa es que creíamos que lo teníamos controlado, que el ser humano tenía más capacidades de las que tiene. Sin darse cuenta de que es un ser tremendamente limitado.

¿Y una vez recibido el impacto, le parece valiosa la reacción?

-Realmente se ha puesto de manifiesto cómo somos. Hay elementos interesantísimos de solidaridad o de trabajo en común, pero no se ha producido en el fondo nada nuevo. El coronavirus es una prueba de contraste que da cuenta de las injusticias, desigualdades y problemas estructurales. Pero también había personas que ya eran solidarias, y aquellas que no lo eran, que son más egoístas, lo que han hecho es exacerbar sus posiciones. De lo que se trata ahora es de intentar aumentar la conciencia de que un movimiento más egoísta perjudica al todo, que simplemente obedecer lo que dice un estado eso tampoco favorece una sociedad inmune a la fragilidad. Ahora se habla mucho de dar los datos para controlar a los ciudadanos. Pero esto no es nuevo, íbamos hacia eso ya.

La novedad es la facilidad para asumir ese control.

-En esta soberanía del dato ya entrábamos, en el momento en el que estamos hablando por WhatsApp o acudimos a plataformas de videoconferencia, esto ya se daba, había una especie de privatización del ágora., diluyendo también esa frontera entre el trabajo y la vida personal. La geolocalización ya estaba ahí.

Lejos de prescindir de las redes, son estos días un comodín de auxilio.

-No sabemos estar solos, ni reflexionar. Necesitamos llenarnos de algo porque ya anteriormente, mucho antes del coronavirus, no hemos sabido estar a solas con nosotros mismos para poder cuestionarnos.

Escarmentados, quizá tomaremos conciencia del riesgo de nuevas epidemias.

-Creo que nuestra reacción debe ser la humildad. Darnos cuenta de nuestras limitaciones para cuidarnos con conciencia de nuestra interdependencia. Si pensamos que va a haber nuevas amenazas nos volveremos paranoicos. Ese miedo nos impediría una interdependencia sana, y nos conduciría irremediablemente a ser arrastrados por estados totalitarios en los que no se favorezca la responsabilidad, sino el control.