ace poco más de un año que llegó el apocalipsis y el mundo se iba a acabar. Pero ha renacido de sus cenizas y parece que tiene toda la intención de seguir girando. La nueva normalidad se abre paso ya escoltada por los primeros calores del verano. Se ha obrado el milagro y el futuro vuelve a existir.

Pero este prodigio no ha sido la respuesta del más allá a nuestras plegarias. La poción mágica salvadora no ha llegado por las vías de la religión o el esoterismo. Por el camino han quedado agoreros, hechiceros, iluminados y magufos de todo pelaje que han visto fracasar todas sus artes de nigromancia.

Mientras cacareaban sus sortilegios, alguien estaba ya trabajando silenciosamente entre bambalinas para dar un giro de guion radical a esta historia. Y ahora disponemos de una poción mágica que nos hace invencibles frente al enemigo invisible.

Del descubrimiento de un nuevo virus letal a la creación de una vacuna probada en menos de un año. Un éxito sin precedentes en la historia de la ciencia. A partir de ahora sabemos que los milagros son posibles si se destinan los recursos necesarios a la investigación.

Porque si no, como vimos cuando llegó la pandemia, por muy tecnológico que sea nuestro siglo XXI, la única respuesta fue encerrarnos en nuestras casas como en el medievo. Meses después, la medida se reveló costosa e ineficaz: la gente estaba harta de restricciones, la economía se tambaleaba y el virus seguía campando a sus anchas.

En breve, una vez inmunizado un porcentaje relevante de la población, el covid-19 pasará a ser un problema de salud asumible y gestionable por el sistema, uno más entre tantos otros. Sin una nueva variante letal mediante, en el mundo desarrollado del norte podremos celebrar en breve el fin de la epidemia. ¿Y en el sur? Al infierno los milagros siempre llegan tarde.