apa lleva un mosqueo interesante en su corazoncito euskaldun. Se trata de un tipo por el que circula hemogoblina vasca hasta el punto de asociarse con fervor a las empresas de la tierra. Y ahora ve cómo un fulano con aspecto teutón y acento bávaro nos asegura que Euskaltel mantendrá el arraigo con Euskalherria tras ser absorbida (Opá, yo viazé un corrá. Grande el Koala, con o sin tilde en la última sílaba) por Masmóvil. Eroski vende la mitad de una de sus cabezas de Hydra comercial -Caprabo- a un magnate checo llamado Kretinsky (del Goierri de toda la vida). E incluso algunos comentan que las vacas de Kaiku hablan con acento suizo y no de las praderas de la vieja Baskonia. Lo único que le congratula de este desparrame es que el Tour de Francia del año próximo discurrirá por los Campos Elíseos vascongados.

Alguno diría que Euskadi está en venta, aunque los más optimistas reflexionan en positivo sobre el mercado global del que formamos parte. No es sencillo discrimimar dónde comienzan y dónde terminan las fronteras. Tal vez haya ertzainas, guardias civiles o gendarmes custodiando los pasos de posta, vigilando el tránsito de vehículos y personas con su carga viral a cuestas. Pero el sistema económico no conoce de nacionalidades ni rasgos genéticos. Solo hay que contemplar ese monstruo que ha bloqueado el Canal de Suez durante un tiempo. Un bicho de acero de 400 metros con bandera panameña se atasca en Egipto y deja en bragas la mitad del comercio internacional, incluidas empresas vascas cuyos usuarios no saben dónde coño se encuentra Panamá o Suez.

La globalización le toca los huevos a Zapa, pero si observa con detalle el origen de los productos que consume, los programas que ve en televisión o la ropa que cubre su barriga cervecera, contemplaría un crisol de nacionalidades sin label ni bandera tricolor. Eso sí: la copa de Felipe VI de Borbón se va a quedar en Euskadi... desde las orillas del Guadalquivir.