oy a sacarle partidazo a las anginas. Atentos al tercer y (espero) último capítulo: ¡yo también he caído! De bruces, con todo el equipo, en plancha y de sopetón. Aunque pasmosamente hay quien todavía no se lo cree, no hace falta ser Pasteur para saber que si hay un bichito pululando cerca, tienes muchos boletos para que acampe en tu persona. Leéis las noticias ¿Verdad? Pues es la versión edulcorada del estreptococo en nuestro armonioso hogar. Quizá la negativa de uno de los portadores de la bacteria a medicarse (esto es, mi criatura, el que es más duro que un minero asturiano) no habrá ayudado en nada a evitar el contagio, como tampoco lo habrá hecho el estrés y la vida loca y exenta de descanso que me gasto últimamente (¡y sin pisar un bar, oiga!). El caso es que el miércoles amanecí con la garganta en blanco y rojo y supe de mi fatal destino. Al bastoncillo en el gollete se le sumó el de la nariz, que la cosa no está para tonterías, ambos, eso sí, introducidos con mucho cuidado por una enfermera encantadora. Odio estar enferma. Me parece una auténtica pérdida de tiempo y no me convierte en buena compañía. Me paso el día quejándome de todo lo que debía hacer y he tenido que dejar de hacer por culpa de unas placas y un 38,5 de fiebre. Del trastorno en nuestra vida, en el trabajo que acabo de empezar, en mis clases de euskera€ ¡Con los azterketak a la vuelta de la esquina! Un dramón. Y me vuelvo un poco mi madre, que pretendía ir a trabajar con la cabeza bajo el brazo. Cuando la medicación me resucita, no lo puedo evitar: mi cabeza empieza a dar vueltas y no es capaz de concentrarse en ese libro que llevo leyéndome desde hace meses y que ahora podría tener una oportunidad. Lo sé, estoy fatal. Menos mal que en mi casa me quieren como soy y lo hacen tan bien que, visto por ese lado, da gusto abandonarse a las anginas unos días€