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Tribuna abierta

Iñaki Anasagasti

La vida en el Carlton

La fotografía es muy ilustrativa. Tomada en julio de 1937, le vemos en el centro de la misma al espurio alcalde de Bilbao, José María de Areilza, vestido de falangista y levantando el brazo derecho con el clásico saludo fascista. Previamente habían entrado en el despacho del Lehendakari Agirre, lo habían saqueado y se habían llevado sus pertenencias, incluso su carnet del Athletic, recuperado hace muy poco. Están todos en la puerta del hotel Carlton. Al balcón le habían quitado con regocijo el letrero “Lendakaritza”, puesto un cortinón con el yugo y las flechas de la Falange y colocados esos medallones con la apelación de “Franco, Franco, Franco”. La foto es de cuando se le cambió de nombre a la plaza y se la denominó Federico Moyúa.

La vida en el Carlton

Conviene recordarlo, por si queda alguna duda, ya que Areilza fue aquel alcalde de Bilbao que en su ominoso discurso en el Coliseo Albia dijo aquello de que “Bilbao no se ha rendido, sino que ha sido conquistada por el ejército y las milicias con el sacrificio de muchas vidas. Bilbao es una ciudad redimida con sangre. A nuestra Villa no la salvaron los gudaris, sino los soldados de España, los falangistas y los requetés a costa de esfuerzos heroicos, de jornadas sangrientas de arrojo inigualado, a costa en fin de centenares de muertos. Que quede bien claro. Bilbao conquistado por las armas. Nada de pactos y agradecimientos póstumos. Ley de guerra, dura, viril, inexorable. Ha habido, ¡vaya que si ha habido Vencedores y Vencidos!. Ha triunfado la España, una, grande y libre, es decir la de la Falange Tradicionalista. Ha caído vencida para siempre esa horrible pesadilla siniestra y atroz que se llamaba Euzkadi y que era una resultante del socialismo prietista de un lado y de la imbecilidad vizcaitarra por otro. Para siempre has caído tú, rastacueros del nacionalismo vasco, mezquino, rencoroso y ruin, que jugaste a personaje durante los once meses del crimen y robo en que te encaramaste al poder, mientras los pobres gudaris cazados a lazo como cuadrúpedos en las aldeas se dejaban la piel en las montañas de Vizcaya, muriendo sin saber por qué, acaso convencidos de su ignorancia cerril de que luchaban por la causa de Dios...”.

Esto es parte del discurso de aquel alcalde, mientras se fusilaban gudaris y milicianos y aplastaban al pueblo como hormigas. En ese ambiente, Areilza cambió el nombre de la Plaza de Señorío de Vizcaya, que todos conocían como Elíptica, a Federico Moyúa, un alcalde de la dictadura primoriverista de Bilbao. Una dictadura (1923-1930) sin elecciones, partidos ni libertad de expresión. Los bilbaínos de toda la vida y los abertzales no llamamos a esta plaza como Moyúa sino Elíptica y va siendo hora de que se cambie como se cambió y recuperó el nombre de Circular a la bautizada como de España, cumpliendo el espíritu de la Ley de Memoria Histórica y Democrática.

El hotel. Lehendakaritza

El hotel Carlton, preside la Plaza Elíptica de Bilbao. Fue edificado entre 1919 y 1926. Es una construcción hotelera exenta y ejemplo tardío del estilo Segundo Imperio. Además de su interés arquitectónico, el edificio tiene un gran significado histórico y simbólico, ya que fue sede del primer Gobierno Vasco (Lendakaritza, ponía en su balcón). En los años ochenta estuvo a punto de ser derribado por la especulación urbanística. Se salvó en el último segundo.

Allí tuvo su despacho el Lehendakari Agirre y de allí partió para Trucíos, Santander, Barcelona, asentándose posteriormente en su largo exilio parisino donde murió hace ahora 65 años. Y en este hotel celebramos el regreso del exilio del Lehendakari Leizaola la noche del 15 de diciembre de 1979. Es la Lehendakaritza de Agirre y el dato se respeta por lo que tuvo lugar el pasado 2 de abril, un acto necesario y simbólico reconociendo a Alfredo Espinosa Oribe, consejero de Sanidad del primer Gobierno Vasco fusilado en Gasteiz el 26 de junio de 1937, tras traicionarle el piloto Yanguas que aterrizó en la playa de Zarautz, tras fingir una avería.

El consejero volvía de Biarritz tras supervisar directamente el traslado a Baiona de 160 menores enfermos de tuberculosis que estaban en el sanatorio de Gorliz. Había sido gobernador de Burgos y Logroño, concejal del ayuntamiento de Bilbao, responsable del área de Radiología del hospital de Basurto y presidente del partido Unión Republicana, pero por sobre todo, una magnífica persona y un médico vocacional. El consejero Espinosa acudía a los Consejos de Gobierno en el primer piso de aquella Lendakaritza.

El Lehendakari Pradales destacó que Espinosa fue un ser humano excepcional y una figura de máxima relevancia en la historia del sistema de salud en Euzkadi. ”Una persona altruista y generosa, que se dedicó a hacer el bien como profesional de la medicina y como responsable político”. Este último reconocimiento está enmarcado en la Ley de Memoria Histórica y Democrática de Euzkadi.

Y sinceramente me alegra este reconocimiento, pues tuve la suerte de conocer a su viuda y a su hijo ya que fue Xabier Agirre, ex alcalde de Getxo y parlamentario vasco, quien le realizó el primer homenaje en la primera legislatura vasca en 1982. En tiempos del Lehendakari Urkullu, en 2016 ,y siendo consejero de Sanidad Jon Darpón, se inauguró el hospital Alfredo Espinosa que, estando en Urduliz, se le llama con el nombre de la localidad y no con el nombre bautizado en honor de un médico tan heroico. En Madrid, al Ramón y Cajal no se le llama El Fuencarral, barrio donde está ubicado, sino con el nombre de la gran personalidad de Ramón y Cajal, porque las personas siguen existiendo mientras se les nombra, pero nuestro adanismo y espíritu inconvenientemente iconoclasta se niega a reconocer a tan eximia personalidad. Para mí es el Hospital Espinosa, no el de Urduliz. Como es Plaza Elíptica y no Moyúa. Simple concepto de ciudadanía.

Y le recuerdo al Lehendakari Ibarretxe, en el homenaje al primer Gobierno Vasco de la historia, en la Casa de Juntas de Gernika, leer con mucha emoción la carta de despedida que Espinosa le envió al Lehendakari Agirre, poco antes de ser fusilado, pidiendo al Consejo del Gobierno Vasco que no se fusilara a nadie, aun estando en guerra. Esa carta fue asimismo leída por el Lehendakari Agirre en el Congreso Mundial Vasco de 1956 celebrado en Paris. Es una carta de una altura moral tremenda. Esa carta y el manifiesto de Trucíos son dos hitos en aquella guerra demostrativa de un comportamiento ético insuperable.

Aquella Lehendakaritza

El Carlton, en aquellos días aciagos, tuvo vida propia. Por eso le solicitamos a quien fuera Secretario de Sanidad Militar a los 23 años, José María Bengoa, que nos relate el ambiente que se vivía en el Carlton. Bengoa, médico, exiliado en Venezuela, fue representante de este país en la OMS en Ginebra. Su hijo Rafa Bengoa fue Consejero de Sanidad y él, José Mari, con Aya Goñi, uno de los fundadores de Osakidetza. Nacido en las Siete Calles, era del EAJ-PNV.

Esto es lo que me contó del ambiente del Carlton donde tenía él su despacho:

“Al crearse el Gobierno Vasco, el Lehendakari se instaló provisionalmente en la Diputación de Bizkaia. Al concluirse las obras de adaptación en el Hotel Carlton, que se hicieron en pocas semanas, el Gobierno pasó a este edificio, donde se organizaron las oficinas de la Presidencia y de la Consejería de Defensa, ya que Aguirre ocupó los dos cargos. En la Presidencia tenía como Secretario General a Antón Irala y en Defensa a Joseba Rezola.

Durante diez meses, diariamente, alternamos entre el optimismo y el pesimismo. El optimismo nos llegaba de la voz del Lehendakari, para quien nunca existieron dificultades que no pudieran superarse. El pesimismo venía de un visitante diario al Carlton, el Coronel Montaud, jefe del Estado Mayor de Euzkadi. Era un pesimismo no derrotista sino más bien constructivo, pero que contrastaba con la fe en la victoria del lehendakari. El Coronel Montaud, que vivió exilado muchos años en Venezuela, por seguir –según él decía– los consejos de su madre de que no se sublevara, nunca, basaba su pesimismo en la falta de armamento adecuado.

“Mire usted, Presidente, decíale Montaud al lehendakari, yo quisiera que nuestro armamento fuera de oro, pero es de plomo, y el plomo es gris, pesado, blando y no es que yo le tenga rabia, al plomo, Presidente, es que el plomo es así”. El Lehendakari solía entonces hablar de la fuerza moral de los vascos, de algunas epopeyas en el pasado y algunas actuales, y terminaba imputando a Montaud dejarse llevar por un pesimismo excesivo. Terminaban abrazados, porque sabían que los dos tenían algo de razón.

En el Carlton se trabajaba mucho y se comía, muy mal. La ración era la misma, claro está, que la que padecía la población civil, pero en menor cantidad. El único que tenía una ración extra de un pote de leche condensada, que se lo comía con fruición y regodeo, era el periodista, inglés Steer, que años más tarde escribiera el libro El Árbol de Guernica. El Lehendakari comía los garbanzos cocidos como todos los demás. Al almuerzo solía comer acompañado de Rezola, Irala, o de su secretario particular, Pedro Basaldua. El Lehendakari tenía su habitación privada en el mismo Carlton. Trabajaba 14 o 16 horas diarias y una vez por semana, al menos, visitaba el frente.

Fue un privilegio para mí haber vivido en el Carlton aquellas horas trágicas, para el pueblo vasco, con un hombre dotado de condiciones tan excepcionales, en quien no se sabe qué destacar más, si lo humano o lo político. Tal vez en el Lehendakari ambas personalidades tuvieron un mismo e indisoluble aliento y una misma e in­conmovible fe en el destino de Euzkadi”.

Los mikeletes

Me imagino que muchos habrán leído el libro del corresponsal de The Times, George Steer El Árbol de Guernica. Recomiendo su relectura o su primera lectura. Es una magnífica fotografía de situación de lo que fue aquella guerra. En el capítulo 10 nos habla del Carlton, donde le recibió el Lehendakari.

“Al día siguiente de mi llegada visité el hotel Carlton, donde se había instalado la Presidencia. La primera sorpresa del recién llegado era el contemplar la entrada vigilada por dos guardias, ya de edad, con uniforme azul y boina roja. Llevaban guantes blancos y fusil al hombro y hacían las rondas paseando de arriba abajo frente a la entrada de la Presidencia, con cierto desenfado entibiado solamente por el reumatismo”.

Sigue describiendo la escena y Bruno Mendiguren (tío de Ibon Areso) le dice “Ahora venga a ver al Presidente“. Un ordenanza de uniforme de la Presidencia entró y dijo. ”José Antonio me envía a decirle que ya está listo”. Aquel viejo empleado se sentía con la libertad suficiente como para parecerle innecesario usar el apellido de su Presidente en presencia de un extranjero. Fue como un sobresalto. Imagínense a un nazi diciendo al corresponsal del The Times en Berlín. ”Lo siento, pero Adolfo no puede recibirle hoy porque tiene una terrible ronquera”. El Plan Cuatrienal se hubiera desplomado en un minuto y Alemania se sentiría de nuevo humillada”.

Ya ve. Lean a George Steer.

Diputado y senador de EAJ-PNV (1985-2015)