Desde que comenzó la fase nacional del proceso interno del PNV, me he mordido en infinidad de ocasiones las teclas y la lengua. Por pura responsabilidad periodística, pero también por mis convicciones personales más allá de mi oficio y de mi ideología —que a estas alturas no es un secreto para nadie—, me he negado a entrar en el festival de especulaciones tan malintencionadas como generalmente mal informadas al que hemos asistido. A pesar de que disponía de mis teorías propias y de que no me faltaban fuentes suficientemente cercanas, tenía muy claro que estaba muy lejos de las verdaderas claves y que, por tanto, se imponía la prudencia.

Así que, allá donde no me ha quedado más remedio que opinar —no se va a callar uno en una tertulia—, me he limitado a repetir un par de ideas que, conocida la decisión de Andoni Ortuzar de hacerse a un lado, han pasado la prueba del algodón.

Primera: frente a los cínicos que despreciaban con sarcasmo la democracia interna de un partido con 130 años a sus espaldas apelando al rodillo del aparato, yo recordaba con insistencia y datos históricos que las decisiones las toman las afiliadas y los afiliados.

Segunda: que una lectura sin anteojeras de la carta de Ortuzar del 18 de enero abría no solo el escenario de su continuidad, sino, con los mismos argumentos, el de su renuncia a la carrera en función de cómo discurrieran los acontecimientos. “Es, por tanto, vuestra hora y vuestra decisión”, decía el todavía presidente del EBB. Se ha visto que era algo más que una frase, incluso aunque en este punto del proceso él llevaba cierta ventaja.

La declaración tenía el mismo sentido que la que escribió Aitor Esteban en X al ver cómo un número muy importante de alderdikides proponía su nombre: “Es la hora de la afiliación”. Y tal cual ha sido y está siendo.

Se cumple, además, otro de los enunciados más queridos por la formación jeltzale: katea ez da eten . El relevo pasa de unas buenas manos a otras buenas manos. Quien esperaba la implosión se queda con las ganas.