Hay una gran sensación de alivio en el Reino Unido. No por esperado el júbilo provocado por la victoria del Partido Laborista ha sido menor. Lo mismo ha sucedido en gran parte de Europa, donde la presencia de las ultraderechas en sus distintas versiones es cada vez más amenazadora. El hecho de que en el Reino Unido un partido de centro-izquierda haya ganado las elecciones parece abrir un camino de esperanza. Pero tras esta euforia que ahora nos parece justificada, no debemos perder de vista los movimientos telúricos que se esconden en la política del país. Entre otros, la consolidación del Reform UK, un partido de ultraderecha, que gana protagonismo en la política inglesa, no así en la de Escocia o Gales. Optimismo sí, pero con cautela.

Tras catorce años de gobiernos conservadores, el laborismo vuelve a tomar las riendas del Reino Unido. El triunfo del líder laborista Keir Starmer no ha sorprendido a nadie, ni tan siquiera a los conservadores, algunos de los cuales habían apostado ya en las quinielas políticas por el triunfo de sus rivales. La holgada victoria laborista con 411 escaños frente a los 121 de los conservadores deja bien a las claras el derrumbe electoral de Rishi Sunak y los suyos.

Desde 2010, las políticas de austeridad del Partido Conservador en los servicios públicos: Educación, Sanidad y Transporte, han dejado desnudo el sistema del bienestar del que los británicos fueron pioneros en Europa. La subida incesante de los precios ha incidido en el coste de vida de una gran mayoría de la población que ve, por otra parte, como las diferencias sociales aumentan de forma exponencial. No es un fenómeno exclusivo del Reino Unido, pero pocos gobiernos han pisado de forma tan firme el acelerador del neoliberalismo. Las políticas para controlar la inmigración, por otra parte, han sido objeto de las más aceradas críticas por parte de la oposición. Tampoco han servido para reducir el número de inmigrantes y, sin embargo, ha supuesto un enorme gasto a las arcas del país. La ignominia del reenvío de los inmigrantes a Ruanda se ha frenado gracias al triunfo laborista, pero quedará fijada en la historia del Partido Conservador.

Por otra parte, desde los tiempos de John Major en la década de los años 90, los conservadores no han tenido un líder digno de ese nombre. Ni Cameron ni Theresa May, y mucho menos Boris Johnson o Liz Truss han ejercido con decoro sus responsabilidades políticas. Rishi Sunak siempre fue un parche de última hora para tratar de ganar un tiempo político irrecuperable. La mediocridad de Sunak, las payasadas de Johnson, o la ineptitud de Liz Truss, que duró 49 días en el cargo, han dejado casi irreconocible al que hasta ahora ha sido el partido que más veces ha gobernado el Reino Unido.

En los próximos años veremos si una parte de ese electorado conservador no queda fagocitado por la nueva ultraderecha británica del Reform UK de Nigel Farage, un político aguerrido y firme defensor de la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Farage, antiguo militante del Partido Conservador, acusó a sus camaradas de contemporizar demasiado con la Unión Europea y fundó el UKIP, partido derechista cuya principal línea programática era su política anti-inmigración. Ahora, de vuelta de nuevo a la política, preside el Reform UK con las mismas costuras ideológicas del anterior. Su partido ha conseguido tan sólo 5 escaños, pero no se lleven a engaño, la contabilidad electoral británica castiga a los partidos pequeños: más de 4 millones de personas lo han votado, casi un 15% del electorado.

En Escocia, los laboristas han conseguido, después de larga espera, superar al SNP (Scottish National Party). Las disensiones internas y las acusaciones de corrupción han dejado muy tocados a los nacionalistas escoceses que han dejado de ser la primera fuerza con unos decepcionantes 9 escaños. La baja participación en Escocia no puede ocultar el descalabro del que durante estos últimos años ha sido el partido revelación. El Partido Conservador poco o nada ha representado en la vida política escocesa en estas últimas décadas.

Ha sido encomiable la rapidez con la que los laboristas han entrado en acción. No han perdido ni un minuto de su tiempo en acometer el traspaso y las labores que ahora les toca. Lo tenían ya preparado; no hay tiempo que perder. Si no cumplen con su cometido de procurar un mayor equilibrio social y de frenar el desmantelamiento de los principales servicios públicos, la sombra de la ultraderecha puede convertirse en la luz que ilumine los votos de una derecha antidemocrática y populista que ha logrado ya importantes victorias en Europa. Sucedió años antes cuando distritos enteros de tradición de izquierda en ciudades industriales como Leeds o Birmingham votaron a favor del Brexit. Los relatos de pura fantasía de Farage se pueden volver a repetir. Y aunque la ensoñación tropieza con la dura realidad siempre nos gustan los cuentos bonitos.

Periodista