Con demasiada frecuencia recibimos mensajes descalificadores de quienes sugieren o reclaman abordar cuestiones pendientes en relación con autogobiernos, soberanía, modelos alternativos de organización político-administrativa o de gobernanza. Se tachan de “cuestiones menores de interés político, ajenas, al parecer, a las preocupaciones o necesidades de los ciudadanos y se afirma que “no es momento de abordarlas siendo hoy otras las prioridades”. “Hoy no toca” sería el discurso, en especial de la mayoría mediática y portavocías centralistas, bien de partidos políticos “de obediencia estatal”, de multinacionales –sobre todo centradas en mercados de capitales y operaciones financieras– del funcionariado centralizado en las capitales de los diferentes Estados u organismos internacionales globales, (amantes de la globalización de terceros que se creen a salvo de cualquier deslocalización que les afecta en lo personal). Este caldo de cultivo favorece el comportamiento de los gobiernos centrales de los diferentes Estados miembro de la Unión Europea que se sienten cómodos haciendo de la política interna europea, una modalidad especial de aparente política exterior ajena al control democrático parlamentario y ciudadano de sus respectivos países. Cuestionar lo que hacen, deciden u omiten es tildado de antipatriota o insolidario. Así, el carácter unipersonal de la toma de decisiones, apoyado en sutil propaganda, mantiene un estatus quo que, poco a poco, distancia a la sociedad de principios, fortalezas y bondades de un singular proyecto socio político y económico europeo. Desafección y déficit funcional que profundizan en las dificultades de una Europa para lograr uno de sus principales objetivos: el logro de autonomía estratégica entre bloques aportando a los europeos, en particular y al mundo en general, principios y esencias democráticas, de bienestar y solidaridad que le han caracterizado y que se pretenden potenciar en el tiempo.
En este contexto, caracterizado por justificar en la complejidad e incertidumbre de un sistema geopolítico en recomposición, con unos Estados Unidos de América reposicionados entre cambiantes bloques ruso y chino, inmersos en una guerra real en el corazón de Europa, en plena alarma energética y una desconocida inflación, parecería aconsejable huir de cambios aconsejables e inevitables. Ocuparse de deseos democráticos de reconfiguración política, económica y administrativa, de una nueva articulación institucional y su gobernanza, no es una banalidad, ni egoísmo atemporal o cortedad de miras, ni, sobre todo un rechazo al europeísmo y la colaboración solidaria.
Todo lo contrario. Si resulta cansino el sonsonete de “lo que importa son las cosas de la gente y no las agendas políticas”, no se puede renunciar a confrontar esta línea de pensamiento, instalada en el confort de algunos y evitar el, por supuesto, complejo y exigente proceso renovador de estructuras y modelos político-institucionales.
Respuestas eficientes dependen, en gran medida, de la organización político-administrativa, de las funciones desempeñadas en diferentes niveles y las diferencias entre los variados tejidos económico-político-administrativos, capital social diverso, calidad democrático-institucional, cultura y vocación política y mecanismos de control próximos y diferenciados. Sus buenas o malas prácticas explican niveles de bienestar, desarrollo económico, cohesión e inclusividad.
En los últimos días, hemos asistido a dos hechos significativos que, en el ámbito ordinario de funcionamiento de la Unión Europea, dan pie a un imprescindible proceso de reflexión y cambio. Si el Encuentro de 44 naciones para una nueva Comunidad Europea promovido por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, en la ciudad de Praga, pretende abrir la búsqueda de modelos de articulación institucional más allá de la Unión Europea de los 27 miembros actuales, el informe anual del presidente del Comité de Regiones y Ciudades de la Unión Europea, Vasco Cordeiro (11 de octubre de 2022), establece las necesarias prioridades actualizadas poniendo voz al 89% de los representantes (329 miembros representando 450 millones de ciudadanos europeos) exigiendo una mayor y eficaz participación democrática en la construcción del Futuro de Europa. Adicionalmente, condicionando las percepciones y potenciales opciones de la Unión Europea y sus ciudadanos, el resto del mundo también se mueve. Asistimos a un G-7 o a un G-20 que, a base de “invitar o suprimir socios o amigos” según la coyuntura, da voz a nuevos jugadores, relevantes en el contexto mundial actual (problemas y soluciones) y, por supuesto, Estado a Estado, nación a nación, se vive un profundo reacondicionamiento de voluntades y propuestas democráticas en favor de alternativas político-administrativas. Por no mencionar a la O.N.U., en reclamo recurrente de renovada reinvención de modelos actualizados de gobernanza.
El proceso que la Comisión y Parlamento europeos pusieron en marcha para abordar “la construcción del Futuro de Europa” encontró la distorsión de la pandemia del covid-19 impidiendo un final suficientemente explícito, evitando el normal discurrir de conclusiones y recomendaciones, dando paso a políticas y medidas “urgentes” en torno al plan de recuperación (Ucrania, energía, inflación y EU Next Generation) dejando su verdadero objeto del proceso transformador institucional. El futuro de Europa se va construyendo desde las actuaciones puntuales, bajo decisiones unilaterales de los órganos centralizados y el apoyo “voluntario o inevitable” espontáneo de otros niveles institucionales. Tarea pendiente que se ve condicionada, además, por el mapa móvil y dinámico que la invasión rusa, las imprevisibles consecuencias de la guerra, la situación y crisis energética, la incertidumbre y desconocida situación económica, nuevos jugadores y mapa geopolítico, y desacople USA-Rusia, USA-China provocan, en un tablero europeo que ha de afrontar, con coraje, decisión e inteligencia, los posibles encajes de una Unión Europea ampliada, ritmos de incorporación o no de potenciales Estados Miembro y los diversos modos de interacción especial existentes (EFTA, por ejemplo), o por crear (empezando con el Reino Unido –actual y futuro–) y, una cada vez más larga lista de países emergentes, en proceso de integración o no, alentados por los sinuosos caminos por recorrer y una relevante relación de “naciones sin Estado”, en diferente grado y tiempo de potencial integración, cuando ya son parte de la Unión Europea como lo eran en su momento otros bajo el paraguas de Estados miembro (como Alemania Oriental, sin ir más lejos), o la sensación de diferente niveles de prioridad en la entrada o no de determinados estados miembro o demandantes cuasi permanentes.
Es precisamente en este último apartado en el que se inscribe el encuentro de Praga. Macron convoca a lo que ha llamado “las 44 Naciones de la Unión Europea”, sin propuestas concretas ni con aparente vocación estructural formal. Visualiza el problema de una larga lista de Estados y varios (con o sin Estado), con vocación europea, que aspiran (o necesitan) incorporarse al paraguas de la Unión Europea, si bien no pueden esperar interminables plazos y procesos de “negociación-adecuación” a los requisitos que el Club de los 27 les marque en cada momento. Este movimiento, provoca un “acelerado malestar” en el propio Comité de las Regiones ya que su escaso valor institucional, limitada capacidad de influencia y nula posibilidad real de decisión, le aleja de aportar su verdadero peso en la construcción de esa Europa en curso, y , en gran medida, desespera a muchos jugadores que aspiran a una Europa que les otorgue voz propia más allá de la relegada dependencia de las estructuras estatales de las que no forman parte.
Si repasamos las prioridades y reclamos de estas regiones y ciudades que hacen suyo uno de los principios esenciales de la fundación y constitución europea, principio de subsidiaridad, entendemos que por la propia eficiencia y eficacia de la solución de las demandas y necesidades de la sociedad europea, ha de jugar un papel de máximo nivel: acercar Europa a los ciudadanos replanteando el modo en el que ha de funcionar la democracia, gestionar las transformaciones fundamentales de la sociedad creando comunidades regionales y locales resilientes, integradas, con enfoque europeo a la vez que cumplan con la apuesta real por la cohesión a través de políticas europeas de base local al servicio de sus ciudadanos y lugares en que viven. Bajo estos principios clave, resulta especialmente definitoria de esta necesidad, el afrontar el enorme impacto que la guerra en Europa está provocando de manera especial en las regiones orientales, si bien con una elevada y extensa solidaridad en toda Europa. Su Informe advierte del enorme riesgo de que el Plan de Recuperación amplíe las desigualdades (cada vez mayores ante la elevada variación regional en términos de valor añadido). Observa una elevada inacción ante la crisis climática cuyos primeros y graves efectos se ven en términos de inundaciones, incendios y catástrofes naturales con desiguales consecuencias regionales y locales. Reclama reconducir las transiciones objetivo (digitalización, industrialización inteligente, ecológica…) al ámbito local y regional, en donde han de aplicarse llevando las decisiones a los jugadores reales y no dejar en manos de intermediarios lejanos los recursos y decisiones para llevarlas a cabo. Exigen premiar la cohesión como filtro de adecuación al tejido económico, social, político-institucional local. En definitiva, un inevitable nuevo rol del débil Comité de Regiones y Ciudades.
La complejidad de una buena y nueva arquitectura institucional es evidente. Sin embargo, empeñarse en la aparente confortabilidad de un modelo existente, a todas luces, insuficiente y alejado de las demandas y soluciones reales, resulta un fracaso y frustración continuos.
El futuro de Europa es esencial no solo para 500 millones de personas, o para un modo de vida y valores diferenciales que permiten una convivencia, cohesión, bienestar en un marco democrático y participativo real, sino para un mundo en cambio, necesitado de espacios de relación, de acompañamiento compartido en valores y aspiraciones para un mundo mejor.
La tímida propuesta de Praga, considerada, como Acuerdo de mínimos y baja intensidad normativa y estructural, pretende avanzar desde un Foro abierto y sin vetos, con reuniones más informativas que otra cosa, estrictamente informativo y relativamente asesor, apoyado en una secretaria técnica administradora y facilitadora que no sustituya a ninguna de las instituciones preexistentes, dejando al tiempo y a la experiencia observable, conformar su propio futuro. ¡Menos da una piedra! Sea o no el camino a seguir, la realidad se impone. Necesitados de nuevas estructuras, de una mayor calidad democrática y próxima en la gobernanza y toma de decisiones, las demandas y necesidades sociales (de todos los europeos) pasa por una dinámica de transformación de su arquitectura institucional. Hacerlo o no, se traduce en el bienestar de los ciudadanos y sus regiones, ciudades, naciones y comunidades.
Todo un reto. Un mundo en movimiento. El bienestar y progreso social, la respuesta a las demandas, concretas, de los ciudadanos, también se juegan, y mucho, en las estructuras y modelos de organización político-administrativa, de relaciones entre diferentes niveles institucionales y cogobernanza y cosoberanía. Los resultados se explican por la eficiencia del conjunto de los espacios en juego. Una verdadera apuesta por el futuro de una nueva y mejor Europa. l