ablo Neruda escribió un interesante libro al que tituló Confieso que he vivido. Yo también. Cuando uno ha cumplido 70 años puede mirar el valle desde una cierta altura y tener ante sí una visión más de conjunto que la que se tiene cuando se dejan los pantalones cortos. Por esta razón quiero compartirlas con ustedes pues si en el ejército la experiencia es un grado, en política haber vivido situaciones de todo tipo, permite opinar sobre hechos concretos y llamar a las cosas por su nombre sin el humo de los intereses partidistas o de la deformación de los hechos como ha sido el caso concreto del acto de Aiete, protagonizado por Sortu, al que considero, con todas las palabras, una auténtica farsa.

Lo hago animado principalmente y dispuesto a interpretar lo que ha supuesto la desaparición de ETA de nuestras vidas. Sin ánimo de ningún protagonismo mis pulsiones e ideales políticos hace mucho tiempo que navegan por aguas mansas, muy tranquilas, todo ello debido a mi vuelta a lo que llamamos la “Casa del Padre”, allá por los finales del año 1999; y recuperando así lo que se inició oficialmente en el año 1976, después de un corto pero muy intenso periodo de clandestinidad, dos años. Mi vuelta fue posible gracias a los buenos oficios de Gorka Agirre (G.B).

¿Cuál es la razón por la que me dispongo a interpretar la desaparición de ETA, diez años después, yo, que nunca pertenecí a la organización? Pues porque en octubre de 1992 acepté una oferta que debo de exponer, antes de continuar con mi reflexión.

La década de los ochenta del siglo pasado fueron años de muchas tensiones y desencuentros entre algunas familias (corrientes) que convivíamos dentro de EAJ-PNV; episodios que condujeron a rupturas, expulsiones y enfados dolorosos. Como impulsor del colectivo Euzkotarrak junto a Josu Arenaza (G.B.) y Ramiro Cardona, entre otros, el mundo de la izquierda abertzale (IA), o sea Herri Batasuna (HB) nos miró con buenos ojos, nos animó a acercarnos a ellos y nos pidió que les votáramos; de allí surgió una fluida relación de amistad con algunos de sus dirigentes, especialmente con Jon Idigoras (G.B).

Aquello no duró mucho pues los desencuentros personales en los que nos vimos envueltos condujeron a la desaparición del colectivo Euzkotarrak y a muchas de las relaciones que históricamente nos hicieron amigos. Nada nuevo bajo el sol. Si bien de ahí, y en mi caso, mantuve una estrecha relación con miembros de la IA a través de mi pertenencia a la coral Euskeria; recordando que con anterioridad formé parte de la coral Jatorki. Fue un tiempo de disfrutar culturalmente y de aprender ideológicamente; más bien, de sorprenderme ideológicamente. El marxismo-leninismo como santo y seña lo empapaba todo como criterio de adscripción ideológica llegando a creerme uno más de aquel conglomerado hasta que, como San Pablo, me caí del caballo y me fui distanciando en silencio de ese mundo dogmático. Lo hice sin meter ruido. Tal actitud no evitó el que muchas personas afines a la IA me siguieran considerando uno más de ellos; y de ahí surgió la oferta que, en conciencia, no pude rechazar.

La oferta llegó a través de una persona también coralista en Euskeria. Se me dijo : necesitamos una persona de confianza para ordenar y poner en marcha algunas empresas. En mi caso se trataba de una correduría de seguros. La argumentación fue que ETA iba a dejar la lucha armada. Ante aquel aldabonazo sorprendente acompañé a mi sorpresa de una pregunta concreta: ¿De verdad me estás diciendo que ETA va a dejar la lucha armada?

La respuesta fue contundente: sí.

De esto ya han pasado 30 años. Di el paso y descubrí un mundo totalmente corrompido, habitado por gentes inadaptadas, fuera de la realidad para una vida normalizada; contaminados por una ideología nihilista, sin responsabilidad alguna sobre la locura de una utopía que justificaba el terrorismo sin pestañear. Eran los tiempos de un MLNV dirigido por KAS; una organización de organizaciones absolutamente narcotizadas, dirigidas por unas personas de dudosa contextura moral. Mucha disciplina, poca autocrítica, baja cualificación intelectual y total obediencia a unos líderes ignorantes del mundo real. En aquellos años Arnaldo Otegi, el portavoz de Aiete, militaba en ETA.

Mi aventura duró muy poco, pues ante aquel panorama tan desolador les dije “hasta aquí hemos llegado” y me fui a mi casa, sometiéndome a un proceso de autodesintoxicación. Dejé de leer, por ejemplo, Egin durante un año, y de reflexionar ante lo alarmante de mi descubrimiento. La persona que me hizo el ofrecimiento me dijo que me podía ir pero que no se me permitía contar nada a nadie, ni colaborar con ninguna formación política; a lo que contesté, literalmente, que haría “lo que me saldría de las pelotas”, con perdón de la expresión ahora escrita. Claro ejemplo de una cultura mafiosa, incapaz de ponerle fin a un monstruo asesino y totalmente corrupto. ETA decidió seguir matando y extorsionando.

Me arriesgué en dejar aquella oferta tomando una decisión que conduciría a cerrar un ciclo histórico muy errático y de un sufrimiento injustificado. Comprobé cómo una ideología como la comunista-socialista o socialista-comunista, qué más da, justificaba una sinrazón humana, narcotizaba a muchas personas inocentes, manipulaba conciencias y alteraba los relatos históricos demencialmente. Observé corrupción en personas y organizaciones. Sí, corrupción. Dinero fácil para una causa tramposa e imposible. Dinero procedente de un impuesto, impuesto por ETA y “gestionado” por unos responsables impunes, dentro y fuera de su ámbito organizacional. En aquellos años Arnaldo Otegi, el de Aiete, militaba en ETA.

No me callé, ni me quedé quieto; volví a mis círculos históricos y vomité todo lo que llevaba dentro. Algo de lo que me he sentido muy orgulloso durante todos estos años, pues los ojos me los abrieron ellos mismos cuando comprobé que el asesinato de Joseba Goikoetxea no fue más que la prolongación de una deriva endiablada contra un representante del orden y de la Causa Nacional Vasca democrática. En aquellos años Arnaldo Otegi, el de Aiete, militaba en ETA.

Tengo a bien recordar (la hemeroteca está ahí) dos escritos que se me publicaron en DEIA. Uno el 23 de julio de 1997: Puedo estar equivocado(Reflexiones sobre el nacionalismo vasco hoy); y otro el 18 de enero de 1998: A ETA.

El primero lo finalizaba de la siguiente manera: P.S.: “Mi más sentida condolencia a la familia del concejal del PP Miguel Ángel Blanco y al pueblo de Ermua”.

Al segundo escrito Arnaldo Otegi, el de Aiete, que militaba en ETA, no me contestó.

Aiete diez años después no ha sido más que una farsa para consumo interno de una ETA vencida y no arrepentida. Otegi y Arkaitz Rodríguez oficiaron una ceremonia-farsa. Un no debió de suceder sin alma, sin verdad, sin humanidad. Una pantomima para unas bases (sus gentes) narcotizadas, impotentes de reconocer el gran error histórico de una organización, ETA, que fracturó a nuestra sociedad, que la extorsionó, que la secuestró y que la asesinó. Tiempos y años en los que Otegi, el de Aiete, militaba en ETA.

Cuando Otegi, el de Aiete, que militó en ETA, diga alto y claro que el matar nunca estuvo bien, que fue injusto el inmenso daño causado, que asesinar a electos públicos del PP, PSOE, PNV, etc. nunca debió de suceder; que asesinar a empresarios vascos como Korta, por ejemplo, fue un error monumental, así como a ertzainas, verdes, marrones y grises. Cuando Otegi y el ventrílocuo de Sortu reconozcan y lo manifiesten sin frases alambicadas y huecas, les creeremos. Mientras, yo no.

Ahora bien, si para ello hay que esperar otros diez años más, le diremos a Otegi, el de Aiete, que militó en ETA, que la misma maldita organización aunque vencida sigue entre nosotros sin pedir perdón y sin arrepentirse de nada.

Un final por descomposición que terminará llevándose por delante y de la vida pública a Otegi, el de Aiete, que militó en ETA. * Ex Burukide del BBB (1978-1979)