amuel Paty era un profesor de secundaria, casado y con un hijo, que impartía clases de historia y geografía en un suburbio de la periferia de París. A principios del pasado mes de octubre, en desarrollo del programa escolar dedicado a libertad de expresión, mostró a los alumnos una caricatura del profeta Mahoma no sin antes invitar a los alumnos musulmanes presentes a abandonar el aula si lo estimaban oportuno. En el Corán se afirma que Alá es el único “musavvir”, palabra que significa creador único, pero que por desgracia también se utiliza en árabe y turco para referirse a un pintor. De ahí la prohibición islámica de pintar a Alá y a su profeta Mahoma, quienes solo se podrían pintar a sí mismos y ningún otro.
El padre de una alumna del centro declaró blasfema la exhibición de la caricatura, lo difundió por la red, interpuso una denuncia ante la Policía y animó a otros padres a confrontarse con el profesor. Además, facilitó la dirección del colegio. Diez días después, Abdullakh Anzorov, un joven checheno de 18 años que vivía a unos 100 kilómetros de la escuela, siguió al profesor a la salida de clase y en un callejón cercano le asesinó y decapitó. Acto seguido, publicó en su cuenta de Twitter una imagen de la cabeza del profesor Paty, en reivindicación de su acción, encabezada por “la Fatiha”, primera azora del Corán que reza: “En el nombre de Alá, el Misericordioso, el Compasivo...”. Después, amenazó al presidente Emmanuel Macron, “líder de los infieles”. Localizado por la Policía, Anzorov trató de impedir su detención, exhibió una carabina y un cuchillo y resultando tiroteado y muerto en el acto. El degollamiento de Paty es el segundo atentado con un objetivo preciso en Francia en los últimos 5 años. El primero fue el de Charlie Hebdo. Durante los últimos cinco años, han resultado acuchillados al grito de “Allahu Akbar” (Alá es grande) más de doscientos ciudadanos.
Muchos musulmanes y líderes religiosos en Francia condenaron el asesinato. El presidente Macron anunció una nueva ley para fortalecer la laicidad y luchar contra el “segregacionismo islamista”, lo que fue aprovechado por grupos islamistas radicalizados para señalar a la República de Francia como un estado racista e islamófobo, infiel y no creyente. Multitudes en Irak, Bangladesh, Irán y en casi toda la Umma (comunidad de creyentes islámicos), así como dirigentes políticos musulmanes, el más destacado Recep Tayyip Erdogán, presidente de Turquía, han unido sus voces en contra de Macron y amenazan con responder a la “Europa anti-islámica”, mientras la canciller alemana, Angela Merkel, ha salido en defensa de Macron y los valores republicanos. Los islamistas radicales habían jurado venganza y gozaban de excelente memoria, por lo que la bola no paró de crecer, lo que quedó demostrado con posteriores atentados en Niza -otros tres muertos y más heridos por arma blanca, una de ellas decapitada en el interior de la basílica de Notre Dame- y Avignon.
Se demuestra una vez más que determinados hechos terroristas son también hechos políticos y sociales cuando se producen en situaciones que facilitan esa transformación. En Europa, la población musulmana se ha multiplicado por más de tres desde 1975. En Francia, son 6 millones, el 9% de la población. La relación tensionada entre el islam y la Europa cristiana o laica ha sido una constante histórica. Como también han sido constantes los intentos de mutua aproximación, particularmente desde la intelectualidad liberal europea. Se cita frecuentemente la célebre sentencia “allí donde se queman libros se acabarán quemando seres humanos”, del poeta alemán Heinrich Heine, omitiendo o ignorando que tales palabras de su poema Almanzor (1821) hacían referencia a la quema del Corán por parte de la Santa Inquisición. Y no debemos olvidar que el Corán para los musulmanes no es el equivalente a la Biblia, sino que representa lo mismo que Cristo para los cristianos.
Necesitamos un orden humano y cabal, no podemos vivir en la anomía e inseguridad. El terrorismo yihadista no es el fruto podrido de terribles culpas europeas sino de la voluntad sin marcha atrás de quienes no admiten otra visión del mundo y de la religión que el islam fundamentalista y el odio a los valores del laicismo y la tolerancia. George Orwell pronunció una frase inquietantemente profética: “Si la libertad significa algo, es el derecho a decir a la gente lo que no quiere oír”. Y por más que algunos se empeñen en no oír, no se puede ignorar que el islamismo fomentó el abandono de toda ciencia desde el siglo XV; las nociones de hecho, de demostración racional, de prueba, de teorema, no se conocen en el islam. Por no hablar de la posición de las mujeres, del trato como inferior a la mitad de la humanidad. Ignorar las diferencias, asentarse en una cultura que no desea pagar el precio de la paz ni el de la guerra es el camino hacia la anulación. En un mundo en el que la violencia total está en descenso por la inexistencia de conflictos a gran escala, resulta más aterrorizador el acto terrorista próximo, individual, aleatorio y reproducido a escala millonaria por medio de las redes sociales con imágenes espeluznantes como la decapitación. Terror tanto más fácil y barato por cuanto los asesinos cuentan con indiferencia las bajas propias con completo desprecio de su propia vida.
Europa está aprendiendo, antes a bombazos y ahora a puñaladas, que la democracia debe ser militante contra el fanatismo islamista, y que su fundamento es una ciudadanía europea que comparta los valores de la razón, tolerancia y solidaridad. Un proyecto republicano por el que perdió la vida el profesor Paty y que debería ser voceado a los cuatro vientos por los muecines desde el alminar de las mezquitas continentales para así demostrar que islam es tanto sumisión a Alá como aceptación de la convivencia entre distintos. Si tal cosa ocurriera bien podría ser Europa aquella Medina Azahara (Ciudad Centelleante) que desde la Córdoba andalusí alumbró la oscuridad medieval europea.
Desde entonces hasta hoy hemos aprendido que las sociedades hedonistas no perduran cuando se enfrentan pusilánimamente al rechazo a la razón y la asunción de la muerte, pulsiones de un colosal poder energizante. Lo entendieron a la perfección Lenin y Hitler y lo pusieron en práctica a menor escala tantos y tantos grupos revolucionarios, desde los nihilistas rusos y anarquistas europeos a los lobos solitarios islámicos, como el joven asesino del profesor Paty, decapitado por enseñar a sus alumnos a utilizar la cabeza. Honor y gloria.
El autor es abogado