Hace siete años, corría 2011, en plena efervescencia del movimiento 15-M, era president de Catalunya Artur Mas y su Govern estaba siendo punta de lanza de los recortes públicos en el Estado. Aquel 15 de junio se votaban en el Parlament unos Presupuestos con duros ajustes y un millar de personas convocadas por el 15-M bloqueó la Cámara catalana, hasta un punto de tensión que varios miembros del Govern y varias decenas de diputados fueron evacuados en helicóptero. Estos días, siete años y muchas cosas después incluido un procés, al sucesor del sucesor de Mas le han vuelto a convocar movilizaciones a las puertas del Parlament exigiendo que se reviertan los recortes en sectores públicos como el sanitario, educativo o Bomberos. En algunos foros del Estado, las protestas -estas sí, no las del 15-M, no nos despistemos- se han recibido con regocijo en una rápida interpretación de que Catalunya da la espalda al procés. En otros ámbitos del independentismo catalán, han optado por la huida hacia adelante, porque -citando a los clásicos- la culpa de todo la tiene Yoko Ono y no hay que perder el tiempo con lo accesorio. Lo de fundir y confundir el todo con la parte es demasiado tentador y habitual. Y, francamente, la sensación final es que unos y otros viven en sus castillos de cristal opaco.