La mera posibilidad a buen seguro que le ha puesto los pelos como escarpias a cualquier que alguna vez haya tomado parte en la fiesta de la democracia. Yo ya me he comido dos. De presidente en una mesa en la Escuela de Artes y Oficios (autonómicas) y de vocal segundo en el centro cívico Aldabe (Congreso y Senado). Ningún político, ni aunque haya estado de apoderado, es capaz de comprender lo que para un ciudadano supone chuparse un domingo aguantándoles a ellos -y eso que yo siempre he tenido suerte con los que se han sentado conmigo en representación de los distintos partidos-, al personal que quiere votar pase lo que pase -todavía me acuerdo del señor que primero intentó votar por su esposa con su DNI pero sin la mujer y luego la trajo pero se le olvidó el susodicho documento de identificación-, a los funcionarios -que después de la decimoquinta pregunta sobre cómo hacer esto o lo otro, ya tienen cara de Pikachu- y a todo lo que supone una votación. Las risas son ya cuando te tienes que poner a contar y a las nueve de la noche no ves ni tu sombra del cansancio que llevas. Así que la mera posibilidad de que en un mismo día se organicen cinco elecciones me parece una invitación al suicidio colectivo de componentes de las mesas.
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