Después de más años de los confesables en este negociado del anexado de letras, creo que estoy curado de todo tipo de espantos, sobre todo, por la acumulación de vivencias sobre la chepa. Sobre el particular, la sabiduría popular recoge en varias sentencias aquello de que la experiencia es un grado o lo otro de que más sabe el zorro por viejo que por zorro. En definitiva que, como en el resto de oficios, uno se hace al periodismo con plenitud cuando ha sido capaz de disfrutar y sufrir con él en el desempeño del día a día, relatando absolutamente todo tipo de circunstancias, desde las más aberrantes hasta las más ufanas. De hecho, me atrevería a decir que la reiteración de hechos según se disipa el tiempo sólo sirve para afinar la puntería a la hora de afrontar el desempeño de la profesión. Sin embargo, he de reconocer que aún hay días cargados de alicientes en los que a un avezado redactor se le ponen los ojos como chiribitas. Me refiero, por ejemplo, a situaciones como la ocurrida hace algunos días, cuando desde la Delegación del Gobierno en Euskadi se confirmaba que la anterior Administración central había toreado a Gasteiz con los datos reales del soterramiento ferroviario, cuyos estudios previos no estaban ni esbozados a lápiz. ¿Mentir un Ejecutivo? Válgame Dios. Eso sí que es nuevo. ¿O no?