Fresca, luminosa, sugerente. La sardina en verano está para comérsela. A la brasa del sarmiento, un lujo. A los que nos gustan las sardinas nos pare ce un capricho fino. Ella es el cebo universal en tierra y en la mar. Allí alimenta peces mayores y aquí en tierra a grupos de amigos y o familias con la escusa de una sardinada. Se alimenta la cercanía, el roce, la batalla del joven con el viejo, del niño con todos. Se ríe, se canta, se come y se bebe. Y para final: café, copa y puro; perdón, que ya no se dice así; se dice: “Café, copita y porrete.” Los tiempos cambian. En fin, es pasarlo en flores, solaz y contento; la ternura: leve como el agua y la harina, bailando al viento, al pie o dentro de un búcaro negro etrusco. Allí se olvida que la historia es monótona, como la miseria de los hombres. Cerca de la playa, en el monte, cerca del desierto o de un faro es un sitio bueno para ser feliz. Frescos olores a entrañas del mar. Sardinas a la brasa de sarmiento de viña austera. Un beso de calidad. On egin. Que aproveche.