Vaya por delante que apoyo firmemente la opinión de que cualquier excusa es buena para la fiesta, para celebrar con familia y amigos, que la vida son cuatro días y bastante malos ratos nos brinda sin que pongamos nosotros mucho empeño. Dicho esto, confieso que todavía me pasma el éxito arrollador de un tiempo a esta parte del tema Halloween. Será que no estoy a la moda, seguro, pero me sorprende particularmente su implantación en los centros escolares. Pero qué voy a decir yo, que a fin de cuentas crecí en Pamplona, donde nos disfrazamos en Nochevieja porque... bueno, ni idea de por qué, pero qué grandes noches hemos pasado. Así que nada, que vivan las calabazas, truco o trato y tal al que le apetezca. Y en ese espíritu de profundo respeto a lo que cada uno quiera hacer mientras no le toque las narices al de al lado, ¿qué me dicen de la iniciativa de algunos obispados para que las familias recristianicen la noche de Halloween y promuevan disfraces del santoral? Lo llaman Holywins, una iniciativa que pretende combatir Halloween al entender que arrastra a los niños cristianos a un “ambiente contrario a la esperanza de resurrección”. Por ejemplo, ya que estamos en Gasteiz, disfraz de San Prudencio o de la Virgen Blanca.
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