Es bonito recordar los buenos momentos que uno ha vivido. Pero cuando te toca todos los días, se vuelve un poco pesado, la verdad. Sin embargo, algunos de los conductores que en cada jornada transitan entre Ramiro de Maeztu y Madre Vedruna, plaza Lovaina incluida, parecen empeñados en que disfrute de esas sensaciones por lo menos un par de veces cada 24 horas. Ellos y los responsables de tráfico de esta santa ciudad que es Vitoria-Gasteiz. No hay paso de cebra o semáforo (sobre todo cuando están en modo intermitente para los coches y en verde para los peatones) que no suponga en muchos casos ver pasar tu vida delante de tus ojos porque poner un pie en la calzada supone casi hasta un acto que raya el suicidio. Yo, que reconozco que tengo algo de mala leche, tengo momentos de gritar aquello de la calle es mía y me lanzo a esos pobre e infrautilizados pasos de cebra con los ojos cerrados, pensando en que ya pararán. Y si no lo hacen, profundizo en mi, por otra parte, ya extenso vocabulario de insultos y tacos. Es lo que tiene haber nacido en la Kutxi, que curte. Pero el masoquismo tiene un límite. De verdad, aunque no se lo crean esos conductores, parar es bueno. Por lo menos por probar, ni siquiera ya por una cuestión de educación.