Hay algunas cosas que no comprendo en todo lo que ha rodeado, y rodeará, a la abdicación del excazador de elefantes. Para empezar, mis neuronas deben de estar particularmente afectadas por tantos años de castigo, hasta tal punto que he perdido las conexiones que me ayudaban a entender el comportamiento del PSOE en su laberinto juancarlista. Si se dicen republicanos, y hasta su secretario general en retirada lo proclama en el Congreso, qué sentido tiene perpetuar la dinastía borbónica en España. Avalan la llegada del primogénito al trono en un quiebro argumental que se fundamenta en una supuesta estabilidad de las instituciones del país y, por supuesto, en su responsabilidad como gran partido. ¿Cómo? Deberían dejar de dar explicaciones sobre lo inexplicable y reconocer que el próximo rey lo será porque sí, porque de esa manera todo continúa como hasta ahora: mal. Tampoco logro comprender a quien defiende la continuidad principesca y se dice demócrata. Sé que hay más reyes e infantes en avanzados países europeos; también los hay en algún pintoresco estado africano. ¿Y? En ambos casos nadie los ha elegido: lo son por su apellido, por haber nacido en una familia regia. ¿Eso es igualdad de oportunidades? No lo parece, ¿verdad?