Hace no demasiado tiempo los coches automáticos eran casi una excepción, una minoría elitista y más propia de otros países frente a una mayoría casi absoluta de vehículos con transmisión manual, con las marchas de toda la vida. Ahora la cosa ha cambiado y conducir un vehículo sin embrague es bastante habitual.

Diferencias en la conducción

Eso sí, quien pase de un coche con caja de cambios a otro sin ella notará algunas importantes diferencias. Nada a lo que no pueda acostumbrarse en muy poco tiempo, pero es mejor saberlo con antelación para estar preparado a esas novedades y evitar sorpresas que puedan causar algún susto.

Lo que está claro es que un coche automático es más sencillo y cómodo de conducir, porque se elimina el pedal de embrague y la necesidad de cambiar de marcha según la velocidad que se vaya alcanzando, con lo que la experiencia al volante se simplifica y se puede ir más relajado al ser el propio sistema el que va seleccionando la marcha más adecuada dependiendo de la velocidad y de las demandas del motor. Eso permite centrarse más en la propia conducción y a la vez facilita un mayor disfrute, aunque hay quien piensa que así pierde encanto ponerse al volante.

Palanca y ausencia de embrague

Lo primero que se aprecia al entrar en un coche automático es la diferencia en la palanca de cambios, que generalmente se mueve sólo en vertical y sin pisar ningún pedal, al no haber embrague. Suele tener cuatro posiciones: P (parking), para estacionar; R (reverse), para dar marcha atrás; N (neutral), punto muerto; y D (drive), para conducir hacia delante.

Y a la hora de arrancar el coche, esa ausencia de embrague lleva a inutilizar el pie izquierdo. Es mejor usar el pie derecho tanto para acelerar como para frenar, como en los coches manuales, porque en el caso de usar los dos se podría sufrir algún frenazo brusco, sobre todo al principio, al tender a utilizar el izquierdo como si hubiera embrague, problema que no tienen los conductores principiantes. Y conviene practicar el cambio de posiciones en la palanca hasta hacerse a ella.

Es importante también adaptar la forma de conducir al nuevo sistema. Al ser automático, el coche acelerará de forma más suave, sin cambios bruscos, lo que disminuirá la fatiga del conductor. Pero eso conlleva al mismo tiempo el peligro de que se pueda perder la concentración al no tener que interactuar con el vehículo durante largos periodos de tiempo.

Ventajas e inconvenientes

Como todos los sistemas, tiene sus defensores y sus detractores, porque no todo es maravilloso. Entre sus ventajas se puede destacar la mayor facilidad en la conducción (especialmente para personas con movilidad reducida y para principiantes), la mayor comodidad en los viajes largos, los cambios de marchas más precisos y suaves, el menor riesgo de que el coche se cale y una mayor seguridad, al poder centrarse en la carretera.

Entre los inconvenientes, el principal suele ser el coste, ya que son vehículos más caros, con un mantenimiento más costoso y con un mayor consumo en los modelos más antiguos. Además, se pueden desgastar más las pastillas de freno por la ausencia de freno motor.