SE imagina llegando a la entrada de un parking, bajándose de su vehículo y dejando que éste se encargue él solito de buscar un hueco libre y estacionar? Suena a ciencia ficción o a episodio de "El coche fantástico", pero este aparente prodigio se hará realidad muy pronto. Es una de las innovaciones que incorporará a finales del 2014 la próxima generación del Volvo XC90. A este paso, el conductor se convertirá en otro pasajero más.

La hipótesis es fascinante y también algo turbadora. Asusta pensar hasta qué punto el progreso resta protagonismo a la persona, cuya condición humana la hace menos digna de confianza que una máquina moderna. Ya se sabe: la inteligencia artificial es menos falible, no se cansa ni se distrae y carece de un sistema nervioso alterable.

En un nuevo capítulo de su cruzada por la seguridad y la conducción eficiente, la casa sueca ha parido este recurso de estacionamiento autónomo tan sorprendente. Puede parecer un gadget gratuito y de escasa trascendencia. Pero hay que pensar que la tecnología que lo hace posible es un compendio de la que ha permitido desarrollar sistemas ya vigentes cuya aportación resulta más decisiva: evitan atropellos, frenan por su cuenta antes de chocar, distinguen los límites de la carretera, reconocen señales y ángulos ciegos, sintonizan la velocidad y la distancia con el vehículo precedente, etc. Son recursos que, en definitiva, protegen y facilitan la vida.

Aparca solo. El curioso invento, denominado Vehicle 2 infraestructure, es lo más parecido a la figura del aparcacoches de toda la vida que aún pervive en establecimientos de lustre. En la etérea reinterpretación cibernética no hay paisano con gorra de plato al que entregar las llaves para que haga desaparecer el coche. Volvo practica otro tipo de sortilegio.

Su truco requiere, eso sí, que la instalación a la que se accede esté debidamente acondicionada a fin de que los sistemas electrónicos del vehículo y del aparcamiento puedan dialogar. Cuando el usuario llega al edificio en cuestión solo tiene que detener el automóvil a la entrada del parking, apearse y activar en su teléfono móvil la aplicación de estacionamiento autónomo. A partir de ese momento entra en acción la magia electrónica, que se encarga de localizar una parcela libre, guía el coche hasta ella y realiza la maniobra de depósito. La operación se efectúa detectando constantemente la presencia de posibles viandantes y vehículos en movimiento. El proceso se invierte cuando el propietario vuelve a hacer uso de su móvil para recuperar el coche.

Esa es la única participación humana. Imaginarlo deja con la boca abierta; reacción atónita similar a la de hace no demasiado provocaba la voz del primer navegador que nos decía por dónde ir, las luces que se encendían al anochecer, los elevalunas eléctricos, el mando a distancia, la dirección asistida? y el aire acondicionado.

Por este rumbo pronto dejaremos de mirar al coche como a un simple medio de transporte para considerarlo un autómata domestico, casi una mascota. Nada extraño en una sociedad en la que ya proliferan individuos proclives a interactuar más con los cachivaches electrónicos que con el prójimo. Ojo a los primeros síntomas: un buen día te descubres dirigiéndole la palabra en mitad del pasillo a ese robot-barredor empeñado en invadir tu espacio vital y al siguiente le pones nombre de pila al auto.