Empieza a ser una fea costumbre. Me refiero a esperar a que los acontecimientos te devoren para reaccionar. El otro día, sin ir más lejos, estaba haciendo una compra de urgencia en el supermercado en el que habitualmente me dejo los cuartos cuando caí en la cuenta de que el dinero en efectivo que llevaba en el bolsillo me llegaba, si acaso, para pagar unas gominolas de marca blanca. Es cierto que en la cartera llevo siempre varias tarjetas y que mi móvil, como el del resto del mundo, funciona como el mejor cajero, con monedas que no tintinean cuando se agita el celular, pero con una tecnología de pago que sirve igualmente. En cualquier caso, entiéndanme. Yo crecí en una época en la que el cash era casi imprescindible. Incluso, llegué a contemplar cómo se pagaban tasas municipales con fajos de billetes sujetados con una goma y sacados de un bolsillo ex profeso. Variar la forma de enfocar la vida respecto a los chines, se me hace muy cuesta arriba. Supongo que todo esto solo se puede entender desde una perspectiva generacional que hace que uno se sorprenda cuando alguien abona una caña en la barra de un bar a través del móvil o hace frente al precio de una barra de pan con uno de esos relojes inteligentes que tanto abundan. Creo que me estoy haciendo viejo demasiado rápido.
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