En los últimos años, Estados Unidos se asoma al abismo de la Historia con una recurrencia y velocidad agotadoras. No sabría decir si es paradójico o sintomático que Donald Trump haya estado a punto de pasar a las reseñas enciclopédicas casi en la misma categoría que Abraham Lincoln y J.F. Kennedy. Un tiro fallido y el hecho de no ser presidente en ejercicio ha evitado la coincidencia. De un plumazo, la precampaña estadounidense ha saltado por los aires y la carrera hacia la Casa Blanca queda resumida en la imagen de un Trump con el puño en alto y un hilo de sangre corriéndole por un lado de la cara rodeado por agentes del Servicio Secreto. Falta mucho para noviembre, pero con esa fotografía Trump ha fosfatinado en la escena pública las apabullantes y oprobiosas condenas y procesos que pesan contra él. Como decía un experto en historia estadounidense en una entrevista este fin de semana en Libération, esa fotografía le sirve para construir un nuevo relato de martirologio con el que reprochar a sus adversarios actitudes antidemocráticas de las que él ha sido principal impulsor e inspirador. Tres veces ha comparecido Joe Biden en 24 horas para apelar al respeto político. El mismo Biden que enfrenta dentro de su propio partido un durísimo debate sobre su capacidad física y mental para asumir una nueva candidatura. Mientras, Trump levanta el puño. l
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