Nuestra fotografía de portada del viernes, al abrazo de Pradales a Urkullu en su investidura, ilustró el arranque oficial de la tercera legislatura seguida de gobernanza PNV-PSE. Todo un test de estrés para la alianza sociojeltzale por la necesidad de satisfacer con eficacia las demandas prioritarias de una sociedad más compleja que nunca en un contexto de máxima exigencia ciudadana. Y en un entorno contaminado por la polarización creciente –azuzada por los extremos también en Euskadi– que antepone la exaltación emocional a la política argumentativa sirviéndose de la viralidad de redes y pseudomedios.

El nuevo Gobierno, ya sin Urkullu doce años después, debe redoblar esfuerzos a la búsqueda de la excelencia mediante una gestión ambiciosa, en cumplimiento programático estricto con foco permanente en los servicios públicos críticos, y por supuesto honesta, tratando a los administrados como seres capaces de entender las dificultades y disculpar los errores con propósito de enmienda. El desglose de 32 áreas de actuación sitúa con acierto como ejes de cohesión social la educación integradora y capacitante, la vivienda accesible y asequible, el empleo de calidad e innovador y muy singularmente la mejora de Osakidetza para recuperar el prestigio perdido con medidas e inversiones realmente funcionales. Iniciativas en todos los ámbitos a comunicar desde la premisa de la transparencia con afán pedagógico y perspectiva multicanal, más la inmediatez exigible en casos de crisis sobrevenidas. A expensas de la impronta pública del lehendakari entrante, con el debido equilibrio entre la presencia suficiente al fin de realzar la imagen institucional del país y cierta contención para no devaluar su voz en cuitas banales. Desde la preeminencia siempre de las razones, las apelaciones al orgullo como pueblo en su rica diversidad debieran ser una constante dialéctica.

El reto operativo estriba en la solidez interna para conducirse como un solo Ejecutivo en este Gabinete renovado –más allá de que Ortuzar y Andueza marquen territorio en el orden partidario con la lealtad imprescindible–, a partir de la hegemonía en carteras para el PNV por sumar 27 de los 39 escaños de la mayoría absoluta. La eficiencia de la estructura ampliada vendrá determinada por los resultados, pues la inversión en más consejerías debe retornar en forma de mayor bienestar de la mayoría social. Justo ahí se inscribe la voluntad de integración de las distintas sensibilidades políticas explicitada por Pradales pese a la suficiencia en votos de los socios en Lakua, con especial incidencia en el desarrollo del autogobierno que conforma el tuétano del acuerdo a dos con el compromiso de sellar un pacto estatutario asumido por Sánchez.

La resistencia del nuevo Gobierno se pondrá a prueba por las turbulencias de la política estatal fruto del embrollo catalán, para inestabilidad del socialismo en su conjunto, mientras el PNV acomete su actualización orgánica. Nada ni nadie puede malograr la ilusión del Ejecutivo neonato que alumbra la era Pradales.