Uno de los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero llamó el lunes a primera hora a Correos para quejarse. El abuelo soltó por teléfono una larga y sesuda filípica concerniente al hecho de que nadie le había dejado en el buzón el sobre con la carta del presidente del Gobierno en la que decía que se iba a tomar un periodo de reflexión. El aitite aseguraba llevar un mosqueo del 15 porque estaba a punto de conocer por la tele la respuesta a una misiva a la ciudadanía que él no tenía entre las manos. No sabemos qué le dijeron al otro lado del hilo telefónico. Creemos firmemente que le mandaron a pasear por donde amargan los pepinos. Para que se quedase tranquilo, de todas formas, el becario de nuestro querido escanciador de cafés y otras sustancias –o sea, el hijo– le imprimió una copia que el abuelete casi ni miró, diciendo que, en realidad, le importaba más bien poco. Lo que le jodía era no ser considerado ciudadanía por no tener redes sociales. Y aquí es cuando se montó el follón con toda la parroquia veterana acusando al mundo de querer arrinconar a los viejillos y viejillas con los jodidos móviles y esas mierdas. El verdadero peligro para Skynet no está en la encarnación robótica de Schwarzenegger. Se encuentra en un bar de Vitoria. La revolución antidigital va a llegar.
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