No es que en nuestro amado templo del cortado mañanero no haya gente con sentimientos. Pero tenemos a nuestro querido escanciador de café y otras sustancias distraído. Está atento al otro lado de la barra, estirado, estirado, como una suricata y con los ojos clavados en un bajo cercano. Por supuesto, llevan los viejillos varios días con lo de Jundiz, terminando todas las conversaciones con un pobres chicos que se queda suspendido en el aire. Seguro que el barman también lo siente, pero él tiene la mirada fijada en un local donde llevan desde antes de navidades currando varios operarios metiéndole mano a aquello en condiciones. Como vienen a almorzar a nuestra segunda casa, el dueño se ha enterado de que están acondicionando un pedazo de oficina para una institución. Es decir, más tarde o más temprano, por la zona habrá funcionarios y el jefe ya está salivando, pensando que se acerca un nuevo maná cargado de desayunos al completo, pintxos de tortilla sin freno y fiestas de la palmera melocotonera los viernes a primera hora de la tarde, terminada ya la jornada laboral del personal público. Ya le hemos dicho que lo de vender la piel del oso antes de cazarlo es mal negocio y él nos responde que la pela es la pela y que la cosa está muy malita.