La mataron a golpes
6 de septiembre de 2022. Una joven kurda de 23 años llamada Jina Masha Amini había viajado desde su pueblo a Teherán. Mientras paseaba por las calles de la capital iraní, fue abordada por la Policía de la moral —tremendo nombre— porque, según se consignó en el atestado, “llevaba mal puesto” el hijab, el pañuelo con que obligatoriamente las mujeres, tanto locales como foráneas, deben cubrir su cabello según la ley vigente en el régimen feudal de los ayatolás desde el triunfo de la denominada revolución islámica en 1979. Los patrulleros la llevaron detenida a una comisaría desde donde, horas después, fue trasladada al hospital en que falleció a consecuencia de los brutales golpes que recibió en todo el cuerpo, especialmente en la cabeza, en el centro policial. Aunque la desvergonzada versión oficial sostuvo —y mantiene a día de hoy— que la causa de la muerte fueron las secuelas de una operación cerebral que le habían hecho a los ocho años, todo el mundo tuvo claro que a sus torturadores se les fue la mano. La mataron a porrazos.
Revuelta inesperada
Contra todo pronóstico, la noticia del asesinato escapó a la férrea censura y provocó un reguero de movilizaciones de protestas lideradas por la población más joven y, especialmente, por mujeres. La brutal represión no paró las revueltas. Un año después del crimen, continúa la valiente resistencia, pese a los castigos inhumanos a que son sometidas las personas (y con ellas, sus familias) que se atreven a levantar su voz contra la injustacia de la dictadura coránica. Según Amnistía Internacional, Human Right Wacht y la misión internacional independiente auspiciada por la ONU, en los últimos doce meses ha habido al menos siete condenas a muerte entre las alrededor de 20.000 personas detenidas, la mayoría de las cuales han sido víctimas de torturas como descargas eléctricas, flagelaciones y, cómo no, violencia sexual.
Silencio cómplice
El temor a que el aniversario haga que se reintensifiquen las protestas ha provocado un despliegue sin precedentes de fuerzas militares, policiales y grupos violentos paraestatales. Mientras, las autoridades preparan una nueva ley sobre el código de vestimenta femenina que, aunque parezca increíble, contempla castigos aún más duros. Con todo, sigue habiendo mujeres que se atreven a salir a la calle sin la ignominiosa prenda a pesar de las terribles consecuencias que conlleva su actitud. Todo ello, ante el incalificable silencio cómplice de la mayor parte del feminismo occidental, que defiende el hijab como símbolo de libertad.