Ha construido en el cine un universo donde la realidad se observa con lupa, pero también se desborda con ficción y vuelos inesperados. En Leonera, el escritor y cineasta Fernando León de Aranoa, cambia de terreno sin dejar de perseguir su objetivo, descifrar lo humano desde la extrañeza, la duda y la contradicción.
En Leonera presenta relatos breves que exploran emociones humanas desde la perplejidad y la disconformidad. ¿Qué le llevó a estructurar el libro de esta manera?
-La razón de escribir este tipo de historias breves procede de dos sitios. Por un lado, de hacer algo muy diferente a lo que hago en el cine, porque me gusta eso precisamente. Este tipo de narrativa breve no lo concibo como una extensión de mi trabajo en el cine, sino como un cambio de terreno para seguir hablando de la realidad. Hacerlo de otra manera y con otras herramientas, y casi siempre tiene que ver con buscar lo que para mí hay de excepcional en lo cotidiano. También procede de un cierto desencuentro con aspectos de la realidad. Al final, la ficción es una estupenda manera de ajustar cuentas con la realidad. Proceden de ese desencuentro, pero no solo con lo ajeno, sino con lo propio. De la necesidad de encontrar una explicación a través de la ficción, que me parece una herramienta maravillosa, para eso, nace el libro.
Han pasado más de diez años desde su anterior libro de ficción, Aquí yacen dragones. ¿Qué motivaciones o circunstancias le impulsaron a retomar la escritura literaria en este momento?
-En realidad, nunca la he abandonado. Por un lado está la escritura cinematográfica, que es a lo que me he dedicado más y lo que hago desde que empecé a trabajar. Lo primero que hice en cine fue escribir. Y luego ya, después de unos cuantos guiones, empecé a dirigir y quise también empezar a producir. Han sido pasos progresivos, pero la escritura ha estado ahí, desde el principio. Sigue siendo con lo que más disfruto, donde más seguro me siento y donde más me divierto. Las películas las sigo escribiendo, porque no me quiero perder ese proceso. Al final, para mí es el de mayor revelación y descubrimiento, es un cuento al cine. He seguido escribiendo estos cuentos durante estos últimos diez años en la medida en la que la ficción cinematográfica me lo ha permitido. Por eso, el paso del tiempo es uno de los temas más importantes en él, porque ha pasado el tiempo para mí mientras lo escribía.
¿Podemos decir entonces que los ha escrito para usted en un primer momento?
-Sí, absolutamente, escribo para mí. Julio Ramón Ribeiro, al que cito muchas veces por otras razones diferentes, también decía que la primera versión de lo que escribía era siempre para él. Es esencial que la primera sea para ti, porque eres el escritor, pero también eres el primer lector y necesitas sentir algún tipo de satisfacción mientras lo haces. Es muy importante ese componente egoísta en la escritura.
En sus relatos, la duda parece ser un motor creativo. ¿Cómo influye la incertidumbre en su proceso de escritura y en la construcción de sus personajes?
-Serían varias cosas. Creo que el motor es la curiosidad, casi siempre. Es el interés por entender cómo funcionan las cosas, de nuestro comportamiento y de nuestra conducta, sobre todo. Y eso procede de la capacidad de intentar preservar que las cosas todavía te sorprendan. Creo que la muerte de cualquier proceso creativo es lo contrario, el desinterés o el sentir que ya lo sabes todo y que no tienes mucho más que aportar como creador. Escribir es buscar de alguna manera la verdad que encierran las cosas, pero es para explicártela a ti mismo. Es una búsqueda de la verdad, otra cosa es que la encuentres o no, o que esa verdad sea objetiva o no. Normalmente va a ser subjetiva..., pero esa es la razón. La duda, que para mí es muy importante, en el fondo tiene que ver con lo mismo. Cuando desconfías de las cosas, de las certezas, es cuando vas a empezar a indagar y a buscar. Creo que es un motor importante, no la duda que te paraliza, sino al revés, la que te impulsa a entender, descubrir, indagar…
De León a ‘Leonera’
Fernando León de Aranoa reconoce que no es casual que él se apellide León y su libro se titule Leonera. Es una palabra que le gusta y considera que tiene que ver con el desorden, pues “así se ha usado siempre”. En este caso, le parecía que le ayudaba a expresar muy bien su propio desorden. El vital, como el de cualquier persona, pero también el creativo. Escribir, para él, es una manera de ordenar su propio caos mental, emocional y, por supuesto, de encontrarle una explicación a las cosas y luego intentar ordenarlas.
También le gustaría añadir que, muchas veces, cualquier intento de poner orden conlleva una invitación al desorden, y no está seguro de haberlo conseguido. Y es que el libro comienza con un epílogo, en vez de un prólogo. “Creo que eso ya expresa mi fracaso a la hora de intentar conseguir algún orden”, concluye.
La mayoría de las veces, las dudas tienen como consecuencia una certeza. ¿Ha dado con ella al terminar Leonera?
-Me temo que no. A través de los cuentos sí he alcanzado unas cuantas conclusiones, algunas tienen que ver conmigo, pero desde luego siempre intentas que eso le sirva a los demás. Y viceversa, también se trata de lo contrario, de entender que lo ajeno no existe y que siempre estamos reflejados en lo ajeno, y que lo ajeno importa. Entender a los demás nos puede ayudar a entendernos a nosotros mismos. Es un camino de ida y vuelta. Respecto a las certezas, creo que hasta algunas conclusiones sí he llegado, pero eso se lo dejo al lector. Yo me limito a exponerlas y, si también le sirven, creo que será un éxito y un triunfo.
A menudo, se le asocia con el cine social. ¿Cómo define su enfoque cinematográfico y qué papel juega la realidad en sus historias?
-Sucede un poco lo mismo cuando escribo un libro de cuentos como este y una película. En ambos casos la realidad es muy importante, pero también lo es la ficción. En estos cuentos quizá hablo de realidades diferentes, pero también hay mucha invención, fantasía, especulación y mucho juego. En las películas, aunque pueda parecer lo contrario, también pasa. Para mí es muy importante no quedarme pegado a la realidad, no me interesa tanto un cine realista o costumbrista incluso. Me gustan las películas cuando también saben desplegar las alas y volar un poco. Para explicarme, pongo el ejemplo de Barrio, una película que cuenta que a unos chavales de un barrio de Madrid les toca una moto de agua y no se la pueden llevar al mar, porque no tienen cómo. Una moto de agua encadenada a una farola en un barrio de Madrid es una imagen real, realista, pero a la vez es muy evocadora. Habla de otra cosa, habla de los sueños encadenados a los barrios, a la realidad de estos muchachos. Entonces, me gusta mucho jugar con los dos planos.
Por último, ¿hay alguna historia que no se atreve a contar todavía?
-Soy bastante inconsciente, no te creas que me lo pienso mucho. No hay peor censura que la autocensura. Es mucho peor que uno mismo se frene a que te frenen otros. Que te frenen otros está muy mal y hay que pelar porque no sea así, pero no siempre es fácil. Yo creo que el mayor grado de censura es cuando uno mismo la incorpora y se dice: “No voy a escribir esta historia, porque no lo voy a conseguir hacer. Va a ser muy difícil, no la va a ver nadie, me voy a meter en un lío...”. Creo que esos son los peores argumentos que uno se puede dar cuando empieza a escribir algo. Yo no me los doy nunca, pero también por una razón: por inconsciencia, no por valentía. Cuando empiezas un proceso estás a solas y tomas esa decisión sin temor a nada. Pero, luego, cuando llega el momento de estrenar tres años después dices: “Pero, ¿cómo me he metido en este lío?”. No hay marcha atrás, casi siempre me alegro de haber tomado esa decisión sin poner elementos de por medio, porque, al final, creo que es la mejor manera. Creo que está bien ese impulso inicial, respetarlo.