Ayer se celebró el Día de la Discapacidad, un 3 de diciembre en el que la ONU, que proclamó esta efeméride en 1992, ha querido subrayar este año la importancia de la innovación para construir un mundo más accesible y equitativo. ¿Pero cuál es la situación para el colectivo en un ámbito más local? ¿Es Araba un territorio inclusivo pese a todos los avances logrados? Simbo Keita, Blanca Esther Pinedo Gallego y Ritxar Pérez Santos comparten sus experiencias y ponen en el foco las barreras que todavía siguen encontrándose en su día a día.

Simbo Keita

Una historia de superación

“La vida no es fácil. Hay que luchar mucho”

La historia de superación de Simbo Keita daría para unas cuantas páginas, pese a que solo tiene 23 años de edad. Aquí va un pequeño resumen.

Este joven nacido en Nialakalan, una minúscula aldea del suroeste de Malí, decidió salir de casa en busca de una vida mejor siendo todavía un adolescente porque “no había otras opciones”. A Simbo le gustaba estudiar, pero la opacidad corneal central e inferior con la que nació en ambos ojos, una patología congénita que le provoca una discapacidad visual del 75%, le impedía seguir las clases con normalidad y avanzar como el resto.

Así que, con apenas 15 años, Simbo tuvo que dejar el colegio y puso rumbo a la vecina Senegal, donde permaneció algo más de un lustro trabajando “en muchas cosas diferentes”, como ganadero, jardinero o pescador, para ganarse el pan. No siempre tuvo empleo y en ocasiones se vio obligado a dormir en la calle.

De allí puso rumbo a Mauritania, última escala –de otro año– en el continente africano antes de subirse a una embarcación con otras 40 personas a bordo que fue rescatada junto a las costas de Gran Canaria tras quedarse a la deriva, sin gasolina, comida y agua. Simbo fue uno de los miles de desplazados que llegaron al archipiélago a finales de 2020, en la mayor crisis migratoria desde el año 2006, con la pandemia como telón de fondo.

Afortunadamente, tras largas semanas en un campo más parecido a una cárcel, un hotel en el sur de la isla y su capital, Las Palmas, Simbo pudo viajar a Madrid en avión tras lograr el estatus de Protección Internacional. No sin problemas, meses después llegó en autobús a la localidad alavesa de Nanclares y, de ahí, a Vitoria, donde reside desde hace algo más de un año como refugiado y ha contado con el apoyo de la Asociación de personas con discapacidad visual, Itxaropena, así como de Zehar-Errefuxiatuekin para llevar una vida independiente.

“La vida no es fácil. Hay que luchar mucho”, resume Simbo, que prefiere pasar por alto muchos de los difíciles episodios que ha tenido que vivir a lo largo de su vida. Ejemplo de integración, el joven disfruta ahora haciendo deporte –compite en primera división con el equipo de goalball de Itxaropena y pasea en bicicleta– o saliendo a la naturaleza y trabaja en una plataforma de embalaje. “Quiero hacer todo lo que hacen las personas sin discapacidad. Y si no puedo, al menos quiero intentarlo, probarlo”, enfatiza en un muy buen castellano. Reconoce estar contento en Vitoria, donde dice –entre risas– que le gustaría vivir “hasta el infinito”, pese a sus dificultades para ver de lejos y, especialmente, cuando cae la noche. En esta ciudad, al menos, “el ambiente es bueno y las cosas funcionan normal”.

Simbo Keita Pilar Barco

Blanca Esther Pinedo

Barreras físicas y laborales

“El acceso al empleo ordinario es esencial”

En sus más de cuatro décadas de trayectoria, las reivindicaciones de la Asociación de personas con discapacidad física de Álava, Eginaren Eginez, han sido recurrentes. Se resumen, en pocas palabras, en exigir la plena igualdad de oportunidades para el colectivo en el acceso al empleo, la sanidad, la educación o el ocio. En definitiva, “a todos los ámbitos y espacios y de manera inclusiva”, según recuerda Blanca Esther Pinedo Gallego, presidenta del colectivo, que a sus 51 años tomó las riendas de la asociación hace ahora dos. “Ha habido avances, muchos de ellos por nuestra lucha. Pero sigue habiendo barreras físicas, de accesibilidad. Y siempre vamos a encontrarlas”, lamenta. Las obras del tranvía en Salburua, que están haciendo “intransitable” el paso por muchas zonas de este barrio, es solo uno de los últimos ejemplos.

Vinculada a Eginez desde que tiene uso de razón nació con parálisis cerebral y madre de un hijo, Blanca Esther pone también el foco en la dificultad de las personas con diversidad funcional para entrar al mercado laboral ordinario. Lo dice con conocimiento de causa. Es, también, el objetivo de la campaña que la asociación ha lanzado para este 3-D. “El acceso al empleo es esencial, pero a un empleo inclusivo e independiente, que esté adaptado”, remarca. El problema, según denuncia, es que apenas se crean puestos accesibles para las personas con discapacidad al margen de los centros especiales.

Blanca Esther también alude a otro derecho del colectivo todavía por conquistar, un “reto” que Eginez ha reivindicado “desde siempre” y cuya consecución tiene ahora más motivos para la esperanza: que las personas con diversidad funcional puedan tener una vida independiente en todos los ámbitos. “Hablamos de vivienda, de acceso a recursos, de transporte...”, enumera Pinedo. La creación de una Oficina de Vida Independiente ya está sobre la mesa en Álava.

Blanca Esther Pinedo Jorge Muñoz

Ritxar Pérez

Avances aún insuficientes

“La lengua de signos debe estar más presente”

A sus 66 años, Ritxar Pérez Santos disfruta de una merecida jubilación tras una larga vida laboral vinculado a una empresa de alumbrado de emergencia. Una etapa en la que, al margen de recuperar tiempo para sus aficiones –como la bici de montaña–, ha asumido por tercera vez –en tres etapas distintas– la presidencia de Arabako Gorrak, la Asociación de personas sordas de Álava, de la que es socio fundador.

Hay todavía mucho que reivindicar en beneficio de un colectivo que supera las 1.000 personas en el territorio, pese a que los avances en materia de inclusión han sido innegables desde que Ritxar era todavía un niño y estudiaba en un centro educativo especial de Deusto. Pérez nació oyente, pero perdió toda la audición cuando solo tenía un año y medio como consecuencia de una meningitis.

“Antes teníamos muchas más barreras. No había intérpretes en las escuelas ni en la universidad. Había mucho aislamiento y la sordera era muy invisible”, sintetiza Ritxar. El “paternalismo” que entonces existía en buena parte de las familias, una “mala costumbre” que retrasaba el desarrollo de la personalidad y de la autonomía de las personas sordas, contribuía también a que la situación del colectivo fuese “muy difícil” hace solo unas pocas décadas.

El panorama ha mejorado de manera palpable en ámbitos como el educativo, pero las personas sordas siguen siendo “una minoría minoritaria y minorizada”. Para avanzar en su plena inclusión, Pérez recuerda que la lengua de signos “debe estar más presente”, en muchos más espacios, para lo que es imprescindible formar a más intérpretes que sean competentes tanto en ella como en el euskera y el castellano. El problema, sin embargo, es la escasez de profesionales debido a la precariedad y la falta de estabilidad que han acompañado siempre a este trabajo.

“Pedimos igualdad respecto a las personas oyentes en el acceso a la información en todos los ámbitos de la vida. En las gestiones, pero también en el ocio. Los códigos QR son un buen recurso y muy fáciles de extender. Es poner la tecnología a nuestro servicio”, apunta el presidente de Arabako Gorrak, quien también cree que sería importante para el colectivo contar con un servicio público de intérprete 24 horas para dar respuesta a situaciones de emergencia.

Ritxar Pérez Santos Jorge Muñoz