No existe guerra civilizada pero sí muchos modos de incivilizar un conflicto. El más antiguo es el exterminio físico del rival. Una brutalidad secular que durante milenios marcó los conflictos tribales concebidos como luchas por la supervivencia propia a costa de la eliminación ajena. Con la edad moderna, el conflicto bélico se orientó a la dominación del terreno y el sometimiento de la población rival. No mediante su eliminación cuando el conflicto enfrentaba a potencias “civilizadoras” pero sí en los brutales procesos de colonización. El desarrollo de medidas de garantías en los conflictos se dejó en manos de las Convenciones de Ginebra, sucesivamente actualizadas y centradas en la protección de los derechos de los combatientes. Se consideraba obvio que los civiles desarmados no formaban parte de los objetivos militares pero el ejemplo de Gernika en 1937 no fue sino el punto de partida de una estrategia orientada a doblegar voluntades, a aterrorizar a la sociedad enemiga para obtener de ella una rendición. A Gernika le siguieron barbaridades similares y mayores en los últimos 85 años –genocidio, limpieza étnica, etc–. En Ucrania, lo que iba a ser un paseo militar por razón de la superioridad rusa se ha enquistado como un conflicto de desgaste en el que la estrategia militar de Moscú no le ha permitido hacerse con sus objetivos. El cambio de esa estrategia ha vuelto a situar a los civiles en el punto de mira con bombardeos de instalaciones en la capital, Kiev. El objetivo del Kremlin es debilitar la moral ciudadana con la amenaza física sobre sus vidas y con la promesa de destrucción de sus infraestructuras energéticas con la perspectiva de un invierno insoportable. La guerra que no ha ganado Vladimir Putin contra el Gobierno y las fuerzas armadas ucranianas –sostenidas por el suministro material y de inteligencia desde occidente– pretende ganársela a los civiles. El presidente ruso ha llegado a ese punto en el que descuenta los crímenes de guerra como inocuos a sus intereses por la lamentable acumulación de precedentes en todo el mundo en los que estos no han producido las debidas represalias. Hoy, el protagonismo es de los drones iraníes; ayer, de las bombas de racimo. Instrumentos de muerte que, en todos los casos, buscan y hallan víctimas civiles que no serán resarcidas.