La vida de Gumersindo “Gumer” Ibáñez ha estado ligada a la montaña desde que tenía siete años. El montañero vitoriano de 79 años, que descubrió su afán por la montaña entre los montes de Gometxa y Eskibel, cuenta con una larga trayectoria con varias cumbres coronadas a sus espaldas.

“Cuando subes a una montaña empiezas a ver cumbres, horizonte y libertad. Sientes esa libertad que es lo que te empuja a andar caminos, a ver una vida diferente a la de la ciudad o del asfalto. Fue ahí cuando empezó mi vida”, recuerda Gumer sobre sus inicios en la montaña.

Lo que un día comenzó en los pequeños montes alaveses más tarde se trasladó a las cordilleras más altas del mundo como los Pirineos, Alpes, Andes e incluso al Himalaya, además de algunos montes de renombre como el Kilimanjaro, Fujiyama o McKinley.

En la céntrica Calle Nueva Dentro, Gumer convivía con una de las figuras más emblemáticas del montañerismo alavés: Juanito Oiarzabal. “Éramos los dos de la misma calle, pero solo nos conocíamos de vista. Yo sí tenía una relación más estrecha con sus padres pero con él no empezó mi amistad hasta que en el año 91 nos fuimos al Aconcagua los dos solos”, asegura el veterano montañero.

Desde entonces, ambos forjaron una relación de complicidad que perdura hasta estos días: “Soy padrino de su boda y también de su hijo Mikel. Hemos estado juntos en Nepal, Estados Unidos, Rusia, Pakistán y Argentina. Nuestra convivencia es tan extensa por el amor que nos une a la montaña”.

La vida es un ochomil

A sus 79 años, Gumer ha escrito un nuevo capítulo en su vida, o más bien una recopilación de todas sus vivencias, desde su infancia hasta la actualidad. En su nuevo libro “La vida es un ochomil”, una metáfora a la montaña y a las dificultades por las que el protagonista ha pasado durante su vida, Gumer pone la voz y su compañero Kiko Betelu la pluma.

Pese a su reciente lanzamiento, la idea de escribir un libro llevaba en mente “desde hace 30 años” según Gumer: “Kiko y yo eramos amigos gracias a la montaña. Él vivía en Pamplona pero teníamos relación pese a la distancia y en el año 93 fuimos juntos al Cho Oyu. Allí, él me dijo que mi vida le motivaba para escribir un libro, además que él ya había escrito varios sobre Juanito”.

Sin embargo, Gumer se negó varias veces durante estos 30 años a escribir el libro, pese a la continua insistencia de su amigo. “Me daba pánico descubrirme ante la gente, el hecho de contar mi vida ahí me echaba para atrás”, desvela el montañero.

En 2024, rumbo a dar su segunda vuelta al mundo, su mujer le propuso embarcarse con Kiko para escribir la historia en el barco. Dicho y hecho, los dos se aventuraron a ello: “Finalmente me enfrenté a mis miedos y pudimos escribir el libro durante nuestro viaje en barco”.

Ahora, satisfecho con el resultado final, Gumer pretende dejar constancia de su vida a sus próximas generaciones: “Quiero que mi vida no se pierda. Yo no quiero ser un ejemplo para nadie, pero con este libro cuando mis nietos crezcan podrán ver lo que hizo su abuelo”.

“El libro representa mi vida, las vivencias que me han acompañado hasta el día de hoy. Los momentos felices pero también los más duros. Por ejemplo, mi infancia no fue fácil porque mi padre se quedó ciego cuando yo tenía tres años y tuve que estar desde los cinco hasta los quince años vendiendo boletos por las calles de Vitoria”, explica Gumer.

Las malas condiciones que vivió durante su niñez le hacían sentir al montañero esa necesidad de libertad que encontró en el monte: “Necesitaba sentirme libre y la montaña para mí es un vehículo de vida, un camino que empiezas a andar. Conocí a mi novia en el monte y la mayor parte de mi vida se debe a la montaña”.

Cruzando fronteras desde Álava

Gumer fue progresando poco a poco en su vida montañera. Primero por los montes de Álava, Navarra y La Rioja, para más tarde dar el primer salto a los Pirineos.

En 1971, junto a cinco amigos, se embarcó en una aventura al Mont Blanc. Ninguno de ellos sabía de la dificultad, ni el camino, ni ninguna otra clase de información que les pudiera resultar útil. “Nuestra única referencia era de un club de montaña de Salvatierra que había ido en el año 53 y que varios murieron en esa expedición”, rememora Gumer.

Por suerte para su expedición el destino fue distinto y consiguieron subir al Mont Blanc sin mayores dificultades, logro que les motivó para regresar en los siguientes años a otras cumbres de la zona como el Cervino, su preferido, o Les Ecrins.

“Una vez íbamos progresando Europa ya se nos quedaba pequeña, así que había que buscar nuevos objetivos. Entonces surgió la idea de ir al Kilimanjaro, cosa que no era fácil, ni subirlo ni llegar hasta allí por motivos económicos”, relata un Gumer que finalmente consiguió llegar a Kenia junto a una pareja vizcaína.

Más tarde llegaron otras cimas para el montañero alavés, pero ninguna de ellas por encima de los ochomil metros: Aconcagua (Argentina), Elbrús (Rusia), Tubqal (Marruecos), Pico Lenin (Tayikistán), Fuyi (Japón), McKinley (EEUU) o Groenlandia.

Finalmente, Gumer obtuvo sus propios 8.000 en la cordillera del Himalaya. No fue en el Everest, montaña a la que asegura no haberse enfrentado nunca “por respeto”. Fue el Cho Oyu, la sexta montaña más alta del planeta.

El montañero alavés logró alcanzar los 8.000 metros en una de sus tres expediciones al Cho Oyu. “Es la única vez que siento que de verdad me he merecido un monte”, asegura. Gumer logró dicha cifra tras no poder completarlo en su primera expedición junto a Betelu y subir sobre los 7.800 metros en su segundo intento junto a Juanito.

Precisamente la tercera expedición al Cho Oyu fue el momento en el que peor recuerda haberlo pasado en una montaña: “Íbamos bajando en unas condiciones fatales, sin agua, sin comida y sin nada. Yo estaba realmente mal. El resto fueron a buscar a Agustín, un compañero que decían que se había matado. Yo, que no estaba en condiciones de poder ayudar, seguí bajando y me caí por una grieta”.

Gumer quedó suspendido a unos 20 metros bajo la grieta mientras gritaba en busca de ayuda: “Allí no ves el fondo. Solo piensas en salir de ahí. Por suerte pude escalar por la pared de hielo y escapar. En aquella ocasión recuperé la vida y las ganas de vivir”.

Próximos retos en el horizonte

Gumer sigue teniendo el mismo espíritu aventurero que el primer día y lejos de parar ya piensa en sus próximos objetivos.

“Mi próximo proyecto es ir a las montañas de la luna, los montes Rwenzori, en el centro de África. Tengo una expedición preparada para el año que viene. Allí están los gorilas de la niebla, pero yo no tengo ningún interés en ver a los gorilas, lo que quiero es subir el Pico Margarita, la cumbre más alta de esa zona”, comenta.

Pese a su veteranía, Gumer se niega a despedirse de ese “camino de la libertad” que tanto menciona: “Yo no me bajo de la vida, aún sigo en el camino”. 

Además, lejos de las cumbres, Gumer también ha construido lazos entre la montaña y otras personas. Fue el presidente y socio fundador del Club de Montaña Gazteiz y en 2005 fundó la asociación Inguma-Gazteak, destinada a promover entre los jóvenes los deportes de montaña. “Fue una satisfacción ver como la gente confiaba en mí para llevar y enseñar a sus hijos el camino de la montaña”, concluye Gumer.