Edurne Pasaban (Tolosa, 1973) inició su relación con la montaña de muy pequeña, junto a su familia. Lo que nació como un mero pasatiempo se transformó en la adolescencia en un refugio donde sentirse segura. Con el tiempo, fue conquistando las cimas más altas del planeta hasta convertirse en la primera mujer del mundo en escalar los catorce ochomiles. Éxito, sufrimiento, superación… han marcado un camino marcado, sobre todo, por el esfuerzo. Precisamente, el próximo 20 de octubre recibirá el reconocimiento al Esfuerzo en los Hitz Sariak - Premios Palabra, organizados por Grupo Noticias con la colaboración del Gobierno Vasco, Iberdrola y Kutxabank.
¿Los primeros recuerdos que conservas de pequeña, los ubicas en la montaña?
- La verdad es que sí. Desde muy pequeños, mis padres siempre nos llevaban al monte. En mi casa no había alpinistas ni nadie dedicado a eso, pero sí que nos inculcaron el amor por la montaña. Recuerdo que teníamos una pequeña caravana y solíamos ir al Pirineo cuando yo tenía unos seis o siete años. Así que sí, mis primeros recuerdos son en la montaña. Mi vida, desde entonces, siempre ha estado muy relacionada con ella.
Con solo 15 años subiste a la cima del Montblanc. ¿Sentiste ahí una revelación?
- Yo siempre digo que a los 14, 15 o 16 años, en plena adolescencia, no sabemos muy bien dónde estamos ni quiénes somos. Lo veo ahora con mis sobrinos y con las hijas de algunas amigas. En aquella época yo tenía un conflicto muy grande conmigo misma. No me encontraba a gusto con mis amigas, y quizás lo que ellas hacían no me atraía. Por casualidad empecé en un club de montaña, y fue allí donde di el paso: la gente del club, que era mayor que yo, empezó a llevarme al monte. Poco a poco, esas salidas me llevaron también a los Alpes. Lo que sentí entonces fue que comenzaba a tener confianza en mí misma, para poder enfrentarme a la vida de otra manera. Y creo que para mí la montaña fue una salvación muy grande.
¿Cómo y cuándo surge la idea de coronar las catorce cimas más altas del planeta?
- La verdad es que la idea no surge desde el principio, ni mucho menos con mi primera gran ascensión. En el año 2001, cuando subí al Everest, en mi cabeza no estaba el objetivo de escalar los 14 ochomiles. Era un reto que, en aquel momento, apenas tenía referentes. Yo fui la persona número 21 en el mundo en completar los 14 ochomiles, y antes que yo todos habían sido hombres. Así que, sinceramente, no veía posible plantearme algo así después de haber subido el primero. Pero, a medida que fui acumulando montañas de más de 8.000 metros, más o menos hacia el año 2008 -ya con varios ochomiles en el bolsillo-, empecé a pensar de verdad que quizá sí podía lograrlo. A veces los retos y los objetivos no solo hay que soñarlos, sino también visualizarlos con claridad. No basta con decir “voy a hacerlo”; hay que ver si realmente es posible. Y creo que los vascos sí que tenemos los pies en la tierra y tenemos que ver muy claro eso a lo que nos enfrentamos, si lo podemos conseguir sí o no.
¿Recuerdas qué sentiste al convertirte en la primera mujer del mundo en llegar a las cimas más altas del planeta?
- Pues… a ver, es una gran satisfacción. Es un reto que has perseguido durante mucho tiempo, en el que has trabajado y por el que te has esforzado muchísimo para conseguirlo. Pero, si soy sincera, también sentí un cierto vacío. Al final, durante diez años, gran parte de mi vida giró en torno a escalar montañas. Cuando no conseguía subir un ochomil, pensaba: “Bueno, no pasa nada, el año que viene o dentro de un tiempo lo volveré a intentar”. Pero cuando esa lista se termina, cuando alcanzas ese último objetivo, sientes una mezcla de emociones. Por un lado, la enorme satisfacción de haberte convertido en la primera mujer del mundo en lograr algo tan importante y con tanto peso. Pero, por otro lado, te invade una sensación de vacío, porque de repente ya no tienes ese gran reto que te ha guiado durante tanto tiempo. “¿Y ahora qué?” te preguntas. Y esa es la sensación que tuve.
En alguna ocasión has dicho que el ochomil personal más difícil fue superar la depresión. ¿Te molesta que te pregunten cómo estás?
- No me molesta nada, de verdad. Creo que hay que hablar de todo, y si sale el tema, me parece bien. Es obvio que yo lucho para que se hable abiertamente de las enfermedades mentales, de la depresión y de todos estos temas sin tabús. Cuando alguien se me acerca y me pregunta: “¿Y tú ahora cómo estás?”, lo entiendo perfectamente. Es normal que alguien que me ha escuchado hablar de esto sienta curiosidad o empatía. Y no, no me molesta para nada. Creo que, si queremos que estos temas se hablen con naturalidad y dejen de ser un tabú, las personas que hemos pasado por ello tenemos que hablarlo también con esa misma naturalidad.
"La gran ventaja que tengo es que me conozco mucho mejor a mí misma y sé qué puede llevarme a estar mal"
¿Y cómo estás?
- Bien, súper bien. Creo que cualquier persona que haya pasado por una situación como la mía, una enfermedad como esa, sabe que esto siempre está presente. La gran ventaja que tengo es que me conozco mucho mejor a mí misma y sé qué puede llevarme a estar mal. Entiendo por qué Edurne ha llegado a tener una depresión o por qué pasó por ciertas etapas difíciles. Y no solo me refiero a 2006; ha habido otros momentos en los que, como yo digo, ese “semáforo” que normalmente está en verde -como está ahora- empieza a ponerse naranja. Es en ese momento cuando hay que tomar decisiones: volver a mi psiquiatra, a mi psicólogo o ponerme las pilas para cuidarme. Ese conocimiento de mí misma me hace sentir tranquila.
Cuando ves que el semáforo empieza a ponerse amarillo, ¿qué otras herramientas hay que tener a mano?
- Bueno, para mí, lo más importante es tener a alguien que te apoye y que no te juzgue, porque al principio, cuando entras en una depresión o en una enfermedad de este tipo, las personas a tu alrededor, al ser un tema tabú, es difícil que lo entiendan. Por eso, tener personas que, además de que tú notes que algo no va bien, también lo vean y te lo digan, es fundamental. Y que exista la posibilidad de pedir ayuda, sin vergüenza, es sin duda la herramienta más potente de todas. En mi caso, cuando me siento así, una de las cosas que más me ayuda es el deporte. Salir a la naturaleza, correr, pasear o simplemente moverme… eso es una gran herramienta.
Hablando de deporte, ¿crees que actualmente se aborda la salud mental en el deporte desde una perspectiva mucho más abierta?
- Somos muchos los deportistas que hemos salido y hemos hablado con transparencia sobre este tema, y cada vez está más presente. Pero no creo que esté del todo visibilizado. No estoy en el mundo de la alta competición, así que no sé cómo se siente una persona que sufre la presión de ese entorno, que puede llevarla a la depresión, a no quererse a sí misma o a dejar de esforzarse. Aunque se hable del tema, todavía creo que se hace con la boca pequeña. Para mí, queda mucho camino por recorrer. Sin duda, aún hay mucho trabajo por hacer.
¿Qué te motivó a crear la Fundación ‘Montañeros por el Himalaya’ y qué papel tiene hoy el compromiso social en tu vida?
- El compromiso social siempre ha estado presente en mi vida. La fundación surgió porque siempre digo que mi segundo hogar es Nepal. La gente de Nepal me lo ha dado todo; seguramente gran parte de mi bienestar, aparte de escalar montañas, se lo debo a las personas y a los valores que he conocido allí. Así que la fundación nace en 1999 con el objetivo de ayudar, en la medida de lo posible, a aquella gente que nos ha dado tanto. Su fin principal es apoyar la educación infantil. Nos dedicamos a dar oportunidades a niños y niñas que viven en pueblos remotos, que no tienen acceso a la educación ni los medios para poder estudiar, porque muchos son huérfanos o provienen de familias con pocos recursos. Creemos que el cambio real empieza desde ahí: desde que puedan acceder a una educación de calidad. Uno de los proyectos más grandes que tenemos es un hostel en Katmandú, que actualmente acoge a 96 niños. Hace unos días estuve allí con mi hijo Max, y vimos de cerca cómo niños de diferentes pueblos de Nepal viven allí para poder estudiar hasta la universidad. Además, la fundación apoya pequeños proyectos en distintas comunidades: renovar baños, traer profesores, mejorar infraestructuras…
"Uno de nuestros proyectos más grandes que tenemos es un hostel en Katmandú, que actualmente acoge a 96 niños"
¿Qué sientes al ver las imágenes sobre la ola de protestas juveniles impulsadas por la Generación Z en Nepal?
- Siento pena de que lleguen a pasar ese tipo de cosas. Pero, por otra parte, lo que ha pasado en Nepal, con las últimas revueltas en Katmandú, es que la gente joven salió a la calle para protestar por la situación que estaban viviendo. Se enfrentaban a un gobierno totalmente corrupto. Todo empezó porque los hijos de algunos ministros publicaban en redes sociales la vida que llevaban, y la gente empezó a criticarlo. ¿Qué hizo el gobierno? Cortó el acceso a las redes sociales, a WhatsApp… Yo estaba allí con mi marido y mi hijo, y de repente esa libertad de expresión se cortó. Entonces, los jóvenes salieron a protestar y mataron a 20 chavales, iban con sus uniformes... Después vinieron la quema de edificios y esas cosas son como todas las revueltas… Pero todo empezó por esa protesta inicial. La verdad es que da mucha pena. Parece que ahora han dado más poder a una mujer en el gobierno, pero sigue siendo complicado: son gobiernos con muchos ministros y mucha corrupción. En estos pueblos, donde la diferencia económica entre las personas es tan grande, la situación es muy complicada.
El éxito en la montaña requiere mucho esfuerzo. Con la perspectiva actual, ¿cómo está la balanza entre lo que has sacrificado y lo que has conseguido?
- Creo que, a veces, hay cosas que tienes que sacrificar o dejar de hacer. Pero cuando el camino que eliges seguir es algo que te apasiona y te gusta de verdad, ese esfuerzo no cuesta. Así que creo que la balanza está bien equilibrada. Yo he hecho lo que me gustaba. Desde fuera, alguien podría decir: “¿Qué esfuerzo, cuánto has dejado atrás?” Mis amigas a los 18 salían de farra, y yo estaba escalando. Pero no me ha pesado, y creo que ha merecido la pena. El esfuerzo no se trata solo de lo que consigues, como haber completado los 14 ochomiles, sino todo el camino que recorres para hacer algo que te apasiona. Eso es lo que siempre les digo a los jóvenes cuando doy alguna charla: sois vosotros quienes tenéis que elegir vuestro objetivo, vuestro sueño, vuestra vida. Eso no significa que el camino que elijas vaya a ser fácil ni tampoco que siempre sea el mejor. Habrá momentos difíciles y es donde hay que esforzarse, pero sin duda es parte del camino.
“Mis amigas a los 18 salían de farra, y yo estaba escalando. Pero no me ha pesado, y creo que ha merecido la pena”
¿Qué hay que tener para llegar a la cima?
- Para que una persona llegue a la cima tiene que esforzarse, y ese esfuerzo debe ser honesto. Tiene que tener unos valores de humildad, también, para saber hasta dónde puede llegar y por qué camino. Siempre pongo el mismo ejemplo: a mí me encantaría subir al K2 por una vía que se llama la Magic Line, que es la más dura del mundo. Pero sé que no puedo; tengo que ir por otra ruta. ¿Por qué? Porque sé por dónde puedo escalar. Sin embargo, el objetivo sigue siendo el mismo: subir al K2. Creo que cada persona debe tener la humildad de saber cuál es su camino y qué tiene que hacer. Y para lograrlo necesitas esfuerzo, dedicación y algo de valentía.
Vives en la Val d’Aran, rodeada de montañas. ¿Por qué crees que la naturaleza tiene un efecto tan profundo en las personas?
- Creo que estar en contacto con la naturaleza nos ayuda mucho. A mí, personalmente, me ayuda a encontrarme conmigo misma, parar, pensar y reflexionar. Te hace darte cuenta de que la vida merece ser vivida intensamente, pero también de que esa intensidad hay que saber controlarla. Muchas veces la naturaleza nos pone en nuestro lugar; nos obliga a detenernos y a pensar. Por eso creo que es fundamental para mantener una vida equilibrada.
“Algo que nos define como el esfuerzo, la palabra dada, y todos esos valores que caracterizan a nuestra gente están en estos premios”
¿Qué significa recibir el reconocimiento al Esfuerzo en los Hitz Sariak - Premios Palabra?
- Para mí es un honor, primero porque viene de mi tierra. Estos premios, los Hitz Sariak, tienen algo muy importante: representan valores que nos identifican como vascos. Creo que algo que nos define es el esfuerzo, la palabra dada, y todos esos valores que caracterizan a nuestra gente y nuestra tierra están en estos premios. Que alguien piense que soy merecedora de un reconocimiento así es un verdadero honor. Estoy encantada.