En una competición como la Eurocopa tiene que haber de todo, como de todo hay entre las fronteras sobre las que se extiende el demócrata fútbol. Rubios, morenos, altos, bajos, tatuados, inmaculados, rapados, melenudos, veloces, lentos, inteligentes, torpes, ágiles... Y el pantalón de Gabor Kiraly. El guardameta húngaro, el jugador más veterano que ha disputado una Eurocopa -rol que ocupaba Lothar Matthaüs desde el año 2000 tras jugar con 39 años y 91 días- a sus 40 años y 75 días, salta a los terrenos de juego como perfectamente podría uno levantarse de la cama para ir a la cocina a prepararse un zumo. Con pijama. Y con la impresión de la dejadez propia de cuando se está en la intimidad, con las medias por encima del pantalón.
Su look retro, vintage, es la comidilla de cada partido de Hungría. Suscita mofas, cierto, ausencia de profesionalidad, cierto, pero ¿por qué? Por salirse de los estereotipos y encomendarse a la comodidad en una sociedad denominada de la imagen, lo cual, sin duda, destila carácter, personalidad. A Kiraly, a su madurez, el abuelo de la Eurocopa, se la repampinfla lo que piense el mundo. Ande yo caliente... “Soy portero, no modelo”, clama, con ese rostro que, serio, puede parecer el de un matón o portero de discoteca; cuando le salen los hoyuelos en los papos se convierte en la estampa de un tío entrañable.
En el fondo, el vetusto Kiraly es un incomprendido. ¿Alguien sabe el frío que se pasa bajo los palos? ¿Alguien sabe qué demonios de temperatura hace en Szombathelyi? Pues debe hacer bastante frío. Puede que, además, Kiraly sea un friolero. Lo cierto es que allí, en su tierra natal, donde tampoco es que se críen los pingüinos, decidió un extraordinario día vestir pantalón largo. Combatió así el frío. Lo aplacó. De paso, previno las rozaduras de esos campos helados en los que la hierba se alza como cuchillas de afeitar. Además, Kiraly es de esa abundante clase de deportistas que viven al cobijo de la superstición. “Empecé a ponérmelos en 1996. Entonces estaba en el Haladás y sumamos ocho o nueve partidos sin perder. Salvamos la categoría. Así que pensé: ¡Oye, a lo mejor me dan suerte! Luego pasó lo mismo en el Hertha, después de que no me fuera bien llevando shorts. Desde entonces, nunca he pensado en cambiar”, ahonda.
Hungría es un gigante adormecido. El esplendor de la década de los 50 y 60 queda demasiado lejos. Los magiares mágicos no son tan mágicos. Vive el aficionado húngaro huérfano. Porque no hay como dar a probar las mieles del éxito para pasar hambre el resto de la vida. Es el mal que sientan algunos precedentes. Es por eso que los húngaros se aferran a lo que hay, a Kiraly, erigido estandarte, icónico, ídolo de masas.
Uno no sabe explicar bien a qué se debe. E inevitablemente, la reflexión siempre conduce al mismo punto: el pantalón. Porque Kiraly, con 24 años de carrera y 105 partidos internacionales -llegó a ser profesional también en el balonmano-, nunca ha optado a grandes gestas deportivas. Debutó en 1992 en el Szombathelyi Haladás, donde hoy, romántico, defiende la portería. Ha retornado a sus orígenes cuando asoma a la vuelta de la esquina su jubilación. Permaneció entonces cuatro campañas en la portería del Haladás, desde donde emprendió periplos alemanes e ingleses. Vistió las camisetas del Hertha de Berlín, Crystal Palace, West Ham United, Aston Villa, Burnley, Bayer Leverkusen, Munich 1860 y Fulham. En total, nueve clubes. Su errante carrera ha movido 500.000 euros en traspasos.
El momento álgido de su trayectoria deportiva seguramente lo esté viviendo en presente. Tras jugar todos los partidos de la fase de clasificación para la Eurocopa, 44 años después Hungría ha regresado a la competición europea con Kiraly defendiendo la meta. Pyjama Man, así le apodan medios ingleses, parece un anónimo transeúnte recién salido de casa para ir a por el pan. Pero no. Es un héroe nacional. Incluso internacional. Aunque está harto de los comentarios del pantaloncito. “Siguiente pregunta”, responde a los periodistas en Francia. Lleva más de dos décadas vestido así, pero siempre contestando a la misma cuestión. Y pensará: ande yo caliente...