Vitoria - Javier Añua (Vitoria, 79 años) y su dilatada y exitosa carrera en el mundo del basket han decidido hacer de su vida un ejercicio constante de modestia, lo cual ya es mucho en el deporte profesional y le convierte en una persona “inmensamente feliz”. Añua sigue empeñado en ejercer de vitoriano raso y en “volar por debajo del radar” de una capital que tiende a dilapidar el éxito, aunque se vanagloria a su edad de haber hecho en vida “lo que me ha dado la gana”, llegando a la plenitud con una mochila cargada de amigos con los que puntualmente trata de arreglar el mundo. Colegas, claro está, enfermos como él por el deporte de la canasta como el eterno Santxon, Manu Moreno o Pepe Laso. Precisamente tras una de esas tertulias matinales atiende a DNA como se le acostumbra, esto es, empuñando su inseparable bicicleta y vestido con culote y maillot. A su edad, está claro que pasearse por Dato de tal guisa no le reporta la más mínima vergüenza.
¿Por qué la bici?
-Por comodidad, por salud... Hago un par de horas casi todos los días por ese anillo verde tan extraordinario que tenemos, ¡pero no consigo bajar peso! (risas).
¿Le parece que empecemos por el principio, por el baloncesto?
-Lo que usted diga.
¿Quién tuvo la culpa?
-Mi ama, seguro. Yo jugaba al fútbol y lo hacía muy bien. Tanto que un día el Deportivo Alavés, que andaba en Primera división, me quiso fichar junto a otros tres compañeros como Loza, Usatorre e Ibaeta, y por ahí ya no pasó mi madre. Me obligó a estudiar (hizo Derecho) y mientras tanto maté el gusanillo en los Corazonistas lanzando a una canasta que había en el patio. Ahí empezó todo.
¿Qué baloncesto se respiraba en Vitoria en aquella época?
-Nada, ninguno. No había ninguna tradición hasta que lanzamos el KAS, aquel mítico equipo de ciclismo que sacó un equipo profesional de baloncesto en Segunda que sustituyó al Vitoria y que contó incluso con dos americanos en sus filas, además de Pepe Laso, que lo trajimos de Madrid, Chus Iradier, Txema Kapetillo... Yo tenía entonces 30 años y creo que ganamos todos los partidos aquella temporada.
¿Cuánto duró aquella aventura?
-Tres años hasta que me cortaron y me marché a Estados Unido a seguir aprendiendo antes de quedarme aquí llorando.
Perdone la ignorancia, pero en aquellos tiempos, con todo por hacer, ¿uno dónde aprendía de baloncesto?
-¡Como podía! Leía muchos libros y revistas americanas, hablaba con las universidades y mantenía correspondencia con un genio imborrable como Josean Gasca, el fundador del Askatuak y el hombre que trajo a España a Nate Davis o Essie Hollis. Nos pasábamos horas hablando de baloncesto en San Sebastián con él, con Ramon Trecet, que era su delegado, con Pedro Subijana, el cocinero, que era jugador...
Cruzar el Charco en 1965 para conocer la NBA, ¿fue una osadía o un atrevimiento?
- Un poco las dos. Necesitaba reciclarme y me marché un mes a Nueva York para aprender de los Knicks. Para mi sorpresa me abrieron su casa de par en par. Presencié todos los entrenamientos, viajaba con ellos en su autobús, me dejaron material de vídeo... Una experiencia a todos los niveles. Repetí cuatro años después.
¿Qué fue lo primero que llamó su atención?
-La profesionalidad. Todo era, y continúa siendo, muy racional, de sentido común. Clubes transparentes, abiertos y predispuestos para los medios y los aficionados. A los jugadores se les mima y se les cuida tanto como se se les exige, y de eso debemos aprender algo aquí.
¿Cuando habla de aquí, a qué se refiere?
-A la competición ACB y al Baskonia, por su puesto. Hace falta una revolución de ideas, porque el modelo que conocíamos económicamente se ha venido abajo. Una idea a partir de un entrenador joven, que los hay y muy buenos, y un perfil de equipo quizá más bajo pero que sea más competitivo.
¿Scariolo encajaría en esa filosofía ahora?
-El problema de Sergio, que es un primera clase, es el mismo que otros colegas de su nivel, que han perdido o no tienen ya hambre. ¿Qué ambición van a tener Messina, Obradovic o el propio Scariolo a estas alturas si lo han ganado todo y han cobrado millonadas?
¿También Aíto García Reneses?
-Aíto no. Es la excepción, es un monstruo. Ése sí que continúa teniendo hambre a pesar de llevar en el circo tantas décadas.
¿Por qué?
-Porque está solo en la vida, no tiene otra cosa.
¿Lo ficharía hoy para el Baskonia?
-Ahora mismo lo veo como el mejor entrenador posible porque es un hombre de club y de la idea de Josean (Querejeta), que, sin embargo, creo que prefiere técnicos no tan paternalistas y sí más distantes con los jugadores.
A García Reneses lo fichó en 1969 nada más aterrizar en el Barcelona. ¿Qué vio en él?
-Un base que sabía de baloncesto mucho más que yo. Un figura de una inteligencia poco común que en aquel Barça casi barrial apuntaló los cimientos del actual club. Allí estuve cuatro temporadas, que me dieron para aprender catalán con suficiencia. Eso trascendió a la afición y aquello gustó. “El puto amo”, me decían, pero era de sentido común, ¿no?
¿Y luego?
-Descarté algunas ofertas antes de aceptar una en Bilbao para llevar el Aguilas. Luego estuve dos años en Francia (Antibes) y varias estancias de tres meses con las selecciones de Chile, Venezuela y Colombia. Eso me lo encargó el COI y supuso otra experiencia increíble, ya que me permitió conocer a camaradas como Salvador Allende.
Cuando el circo del basket empezaba a generar dinero y usted estaba en la cúspide, siendo nombrado incluso entre los mejores de Europa, decidió retirarse. ¿Por qué?
-Quise dedicarme al Derecho y la familia también influyó porque tanto desplazamiento no facilitaba la convivencia... Con los años mataba el gusanillo dirigiendo a equipos de chavales y amateurs como los de Coras o San Viator, e incluso volví en el 83/84 al Baskonia como general manager, pero ya nunca fue lo mismo.
¿Cree que la figura de José Luis Sánchez Erauskin, Santxon, está lo suficientemente reconocida en el baloncesto alavés?
-Creo que no le importa porque ha hecho toda su vida lo que le ha gustado. Lo ha sido todo en el Baskonia pero es un hombre muy sencillo que está muy satisfecho de lo que ha hecho.
¿Y por qué ese patrimonio, como el suyo, no forma parte del club de alguna manera?
-Igual es por una cuestión de carácter, como yo, de querer pasar desapercibido en una ciudad tan especial como Vitoria, donde, como dicen los americanos, es mejor volar siempre por debajo del radar. Aquí enseguida se penaliza a la gente que tiene éxito.
¿Con Querejeta habla usted de estas cosas?
-Cuando me lo encuentro, que no suele ser habitual, hablamos mucho.
¿Y le pide consejo alguna vez?
-Josean es de escuchar mucho y preguntar poco. Tiene una enorme capacidad de análisis, pero esta crisis también le ha tocado.
¿Qué se ha hecho mal esta temporada?
-La gestión de la plantilla no ha sido buena, las lesiones han mermado al equipo, la falta de hambre de Scariolo... A partir de ahí la bola de nieve no ha parado de crecer y el orgullo de Josean estará muy tocado, estoy seguro. Le habrá dolido tanto todo lo que ha pasado...
¿La refundación viene para quedarse?
-Estoy seguro de que vamos a ir para arriba, pero hacen falta cambiar muchas cosas, tanto dentro como fuera del club. No podemos olvidar que hemos estado comienzo merluza de anzuelo hasta no hace mucho... Ahora toca sobrevivir, y conociendo al presidente, sobrevivir con Josean es tirar para arriba.
¿Le ve con hambre?
-Sí. El día que Josean Querejeta deje el club no habrá más Baskonia.
¿Algo parecido a su hermano Iñaki con el Festival de jazz?
-Algo parecido, sí...
¿Se parecen en algo?
-Son muy diferentes pero son exactos, muy herméticos, muy cerrados... Si no hubiesen sido así no habrían llegado tan lejos.
Usted le conoce bien. ¿Le preocupa lo que diga o piense la ciudad de él?
-Seguro. Tiene una imagen hosca, tal vez arisca con los medios, a los que se presta cuando le interesa, pero es una persona muy sensible, un gran tímido, que prefiere construir una coraza a su alrededor antes de hacerse más extrovertido... Quizá el proceso de refundación también pase por que el presidente del Baskonia se humanice en ese sentido.
¿Ha acudido ya al SOS del club?
-Sí, como también en su día lo apoyé comprando un buen paquete de acciones, un dinero importante que creo que he recuperado con creces en los mejores 25 años de baloncesto en Vitoria que nadie, jamás, soñó poder disfrutar.
¿Nos dice un jugador de época, uno que le marcó?
-Le diré varios. Oscar Robertson me entuasiasmó, Ramón Rivas marcó un punto de inflexión en Baskonia, la magia y el talento de Ricky Rubio o el Chacho Rodríguez frente a los jugadores musculados que hay hoy... Y en cuanto a los entrenadores, quizá con Herb Brown el club se hizo mayor de edad.
Al margen de todo, del basket, del jazz, del Derecho, de sus largas estancias en Argentina, de su bicicleta... ¿Ha sido usted feliz?
-Inmensamente feliz. He hecho siempre lo que me ha dado la gana, ¿qué le parece?