“La música es lo que más me importa, y mis canciones tratan de mi vida y sentimientos”, escribe la veterana Lucinda Williams en su autobiografía, No compartas con nadie los secretos que te conté, disponible en la editorial vasca Liburuak a finales de mes, al igual que Stories from a Rock’n’Roll Heart (Highway 20 Records), su nuevo disco, en el que colabora Bruce Springsteen. El sábado, en el Azkena Rock, Williams adelantará algunas de sus nuevas canciones, en las que vuelve a confirmar que lo suyo es el rock and roll. “Empecé con el folk, pero aspiraba a ser una artista literaria de rock”, escribe esta superviviente con tres Grammy en su casa.
Si algo deja clara la lectura de la autobiografía de Williams –que actuará el sábado antes de su admirado Iggy Pop y un jornada después de sus adorados The Pretenders– es que su carrera está marcada por la independencia y la rebeldía creativa. “Nunca me controlará nadie”, escribe quien ha sido capaz de romper lazos artísticos con figuras como el productor Rick Rubin, su amigo Steve Earle –tocará en Gasteiz el jueves– o el guionista y cineasta Paul Schrader porque no coincidían a la hora de grabar sus canciones o un vídeo, respectivamente.
La considerada como la Reina del Alt Country nació en el sur, en Lake Charles (Lusiana) y vivió una infancia marcada por la pasión literaria de su padre, profesor universitario que conoció a Hank Williams, Bukowski y Jimmy Carter, y los problemas mentales, el alcoholismo y las terapias e ingresos de su madre. Sabedora por herencia familiar del “poder de la música y las palabras para lograr un mundo más justo”, el dolor y el desequilibrio mental de su progenitora le condujeron a recibir terapias con solo 8 años y un deseo por exorcizar fantasmas en sus canciones ante tanto dolor y experiencias como un intento de violación y el suicidio de varios amigos.
Pineola, Bus to Baton Rouge, Car Wheels on a Gravel Road… son algunas de esas canciones sangrantes que escribió posteriormente este “hallazgo tardío”, que logró el éxito ya en edad madura y tras recorrer un buen número de sellos discográficos. “Me decían que no sabían qué hacer conmigo. Era demasiado country para ser rock y demasiado rockera para ser country”. Ella, que se siente “como en casa en escenarios, autobuses y hoteles”, siempre lo tuvo claro. “Empecé con el folk, pero aspiraba a ser una artista literaria de rock”, aclara. Y pone como ejemplo a Chrissie Hynde, de The Pretenders. “Quise hacer rock antes de poder hacerlo”, reconoce.
Con la máxima de “la música es lo que más me importa” grabada a fuego, la autora de discos como Essence, que “marcó mi transición más importante” al “alejarme de canciones narrativas y apostar más por las letras y atmósferas que por las historias”, también habla en el libro sobre la composición. “Dejo que mi cabeza vuele libre. La mayor parte del proceso es un monólogo interior, pero no sé siempre de dónde vienen mis canciones y casi nunca hacia adónde se dirigen. El instinto toma las decisiones”, confiesa.
El trabajo, las drogas –“nunca he tomado duras”–, pormenores de sus discos y sus bellísimas “dulces y tristes” canciones –cree que la mejor es Little Angel, Little Brother, dedicada a su hermano–, el sexo –“hubo un tiempo de darle y darle hasta que se rompía la cama”, escribe–, su visión política y lucha por los Derechos Civiles, y el amor salpican la autobiografía, que hace recuento de sus muchas conquistas, la mayoría hombres que califica de “poetas en moto”, tipos con “pensamientos y emociones muy profundas, pero como una cualidad salvaje y obrera”. Tipos a lo Sam Sephard, parejas que sufrió entre su boda con el bajista de The Long Ryders y sus coqueteos platónicos con Ryan Adams.
Nuevo disco
Lucinda Williams llega al Azkena Rock con un disco aún sin editar –se podrá adquirir a finales de junio–, del que adelantará varias canciones junto a clásicos como Lake Charles, Protection, Are you down, Joy o Fruits of My Labour. El álbum, el 16º de su carrera y titulado Stories From a Rock n Roll Heart, supone una auténtica declaración de principios para una veterana septuagenaria que, a pesar de estar felizmente casada desde hace casi dos décadas con el productor y manager Tom Overby, ha vivido años duros con la pandemia, un tornado que destrozó su casa y un derrame cerebral que aún hoy la impide tocar la guitarra y del que se va recuperando poco a poco.
Su respuesta fue reunir a la banda, como canta en el r&b a lo Stones Faces Let’s Get the Band Get Together, la primera de esa decena de nuevas canciones agrupadas en un disco fantástico y el más rockero de su carrera junto al previo Good Souls Better Angels. Es un álbum que supura electricidad en canciones como New York Comeback o Rock N Roll Heart, en las que colabora Bruce Springsteen y su pareja, Patti Scialfa.
No son los únicos nombres de campanillas del álbum, en el que aportan voces Buddy Miller, Tommy Stinson (bajista de The Replacements), dos figuras actuales del Alt Country como Margo Price y Angel Olsen... Además, Jesse Malin, exmiembro de D Generation, ha ayudado a Lucinda en la composición de parte de un repertorio que tiene gemas como las sensibles y acústicas Jukebox o el baladón Where the Songs Will Find Me, junto a fieros blues políticos como This Is Not My Town y el homenaje a Tom Petty en la preciosa Stolen Moments.