En realidad no hace falta que se celebre ninguna efeméride para hablar de uno de los mejores cuentistas del siglo XX ni para perderse entre las páginas de sus obras. Las creaciones de Ignacio Aldecoa pueden ser descubiertas por primera vez o releídas en cualquier momento y lugar. Pero ahora que se conmemora el centenario del nacimiento del escritor en la capital alavesa, son muchos los ojos que se han puesto en él de nuevo. Cualquier excusa es buena para adentrarse en relatos como Los pájaros de Baden-Baden y Los pozos, entre novelas como Gran Sol y El fulgor y la sangre, entre poemarios como Libro de las algas. Son algunos de los títulos creados por un hombre olvidado o no suficientemente valorado en su propia tierra, todo hay que decirlo.

Maestro del cuento. Es una definición que se suele usar para referirse a él. No es un decir, ni una frase hecha. Sus creaciones han traspasado fronteras, también incluso las literarias. Con todo, sigue habiendo una deuda con él desde tierras alavesas que en este 2025 se quiere, de algún modo, solventar con los actos que se están organizando con motivo del centenario con el impulso de la Diputación, sin olvidar el homenaje que el Ayuntamiento de Vitoria organizó en noviembre de 2019, cuando se cumplían 50 años del fallecimiento del autor, un recuerdo que se compartió con la presencia de su hija, Susana Aldecoa. De momento, se desconoce si el próximo 24 de julio, cuando el autor cumpliría 100 años, se va a llevar a cabo algún acto en concreto.

En aquella Vitoria

En aquella capital alavesa de hace siglo, en el seno de una familia de la burguesía gasteiztarra, hijo de Simón de Aldecoa y Arbulo y de María Carmen Isasi y Pedruzo, nació Ignacio Aldecoa, un niño que, según cuentan las crónicas, ya era un pequeño rebelde desde joven. El momento y el lugar marcaron el carácter de un futuro escritor que también era sobrino del pintor Adrián Aldecoa.

Ignacio Aldecoa

Ignacio Aldecoa PhotoAraba

Estudió en Marinanistas aunque, según parece, el verbo estudiar relacionado con él tuvo un carácter relativo. No era el que tenía las mejores notas, ni mucho menos. De hecho, tenía una personalidad tan marcada que cuando era un adolescente se declaró agnóstico. Y eso, en la Vitoria de aquella época, tenía su aquel. Fueron primeros años de vida en los que cultivó varias de sus grandes pasiones, como el deporte, pero, sobre todo, la literatura. Tenía fama de lector voraz. 

Con todo, la lógica de su entorno tal vez le debería haber llevado a adentrarse en el mundo de la pintura. A través de su tío, conoció de primera mano a figuras relevantes del momento como Ignacio Díaz Olano y Gustavo de Maeztu, entre otros. Además, su padre había estudiado pintura, igual que su abuelo, sin perder de vista que el negocio familiar pasaba por una tienda de pintura y restauración ubicada en Vitoria. Pero la vida, y las letras, terminaron llevando a Ignacio Aldecoa a dibujar escenas, personas y ambientes a su manera, a través de las palabras.

Salamanca y Madrid

A pesar de su complicada relación con los estudios, por decirlo de alguna manera, terminó el Bachillerato en Gasteiz y llegó el momento de abandonar su ciudad natal. La primera parada en ese camino fue Salamanca, donde al parecer el estudiante poco amigo de las clases siguió haciendo de las suyas. Dice el relato de su vida, que el oficio de tuno le gustaba un poco más.

Ignacio Aldecoa

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En la ciudad de Castilla y León cursó Filosofía y Letras. Coincidió allí, además, con la también escritora Carmen Martín Gaite. Pero, sobre todo, se dedicó a conocer la ciudad, a personajes que poco o nada tenían que ver con el mundo académico y que fueron inspiradores para sus futuras historias. En las clases de la calle fue donde se formó. Con todo, consiguió sacar adelante sus estudios y seguir camino, con 20 años, a Madrid. A esta ciudad había llegado un año antes, en el 44, Josefina Rodríguez Álvarez, para estudiar Filosofía y Letras y doctorarse en Pedagogía. Ambos se casaron unos años después, en el 52.

La llegada a la ciudad, donde Ignacio Aldecoa se matriculó para estudiar Historia de América, le puso en contacto con un ambiente literario en el que el vitoriano se encontró con otros compañeros y otras compañeras que, como él, estaban empezando a escribir, autores y autoras que eran niños y niñas en la Guerra Civil, y adolescentes en la II Guerra Mundial. Ahí estaban las ya mencionadas Martín Gaite y Rodríguez Álvarez pero también Rafael Sánchez Ferlosio, Jesús Fernández Santos, Alfonso Sastre y José María de Quinto, quienes, junto a otras firmas como las de Ana María Matute y Francisco Nieva, conformaron la llamada Generación de los 50 o de los Niños de la Guerra.

Primero, la poesía

Fue Toda la vida su primera obra publicada. Y como la segunda, la poesía marcó el camino inicial, aunque entre medio se colase el cuento La farándula de la media legua. Con todo, pronto dejó un lado el verso, por lo menos de cara al público. El relato y la novela tomaron el protagonismo en la trayectoria de un hombre que también estuvo residiendo en Nueva York, que recorrió pueblos perdidos para crear El fulgor y la sangre (finalista del Premio Plantea) y que llegó a embarcarse en pesqueros para escribir uno de sus títulos más celebres, Gran Sol (Premio de la Crítica 1958).

Ignacio Aldecoa

Ignacio Aldecoa PhotoAraba

El mar como metáfora de la libertad, el boxeo y los toros como ejemplo de violencia y muerte, los desheredados como protagonistas. Es simplificar mucho seguramente, pero en estos tres ejes están muchos de los elementos que configuran la creación literaria del vitoriano, de un hombre políticamente de izquierdas que entre los años 50 y 60 del siglo pasado fue publicando títulos como Con el viento solano, Caballo de pica, Parte de una historia, Santa Olaja de Acero

Pero cuando solo tenía 44 años (Mario Camus ya había estrenado Con el viento solano y Young Sánchez llevando las historias de Aldecoa al cine, aunque no fueron las únicas), un paro cardiaco hizo que todo terminase el 15 de noviembre de 1969. Fueron muchos los que se preguntaron en ese momento, en aquel sábado en el que su escritura se detuvo, qué podría haber sido de su trayectoria literaria si no hubiera muerto tan joven. Esa es una historia que no se puede leer. Pero sí, todas las que Ignacio Aldecoa, el maestro del cuento, dejó para la posteridad.