Si nos sumergimos en el universo que ha creado Nativel Preciado en Palabras para Olivia conoceremos al joven Teo del Valle, un autor que no consigue abrirse un hueco en el mundo literario y que acepta el encargo de Olivia Casanova. Él empezará a ejercer de escritor fantasma de la que será la última novela de Casanova, una mujer que alberga intenciones ocultas.
En Palabras para Olivia nos presenta una novela que más bien son dos. Vamos a ir descubriendo ambas historias, pero ¿cómo habría cambiado de no haber tenido a ese escritor fantasma que va narrando esa otra historia mientras recupera los retazos de una memoria que tenía olvidada?
Si me quitas al personaje de Teo del Valle me quitas una pieza del puzle. Habría sido muy difícil hacer ese montaje que hago con Olivia, que quiere hablar con un joven de lo vieja que se siente, de lo dura que es la vida para una mujer mayor, de lo que ha sufrido... Todo eso se lo tiene que contar a un personaje joven para tener ese contraste entre la vitalidad de la juventud y la decrepitud de una persona que a veces tiene arrebatos de fuerza, pero que se siente tocada por la edad. Entonces, era imprescindible tener al escritor fantasma para contar todas esas historias y esos debates. Era imprescindible, eran dos personajes ineludibles.
¿A usted también le cuesta, como a Teo, describir a sus personajes sin conocer sus nombres?
Los nombres son esenciales. Creo que para casi todos los que escribimos, nombrar las cosas te hace imaginarte cómo va a ser. Si le cambias el nombre te despistas. Si a una persona la quieres llamar Olivia y lo cambias te destroza la estructura que tenías del personaje, porque el nombre forma parte de la persona. Y los nombres son importantísimos en una ficción, porque te imaginas a una persona con su nombre, su estética, su manera de pensar y actuar, y si te desbaratan una pieza de eso te dejan desarmada. Yo alguna vez he tenido que cambiar un nombre en una novela, porque coincidía con uno real, y me hicieron polvo.
En esta historia, además, encontramos temas recurrentes del mundo literario como son la pérdida del talento, de la inspiración, los escritores fantasma... Son temas que tenían que salir en esta novela, ¿no? Era inevitable.
Eso es lo que me vino a la mente cuando busqué los recursos para encuadrar la novela en la historia que quería contar, una historia de recuerdos en la que había mucha música, mucho paisaje, muchas vivencias muy personales... Entonces, se me ocurrió hacerlo así y ahora que ya he logrado hacerlo es muy difícil imaginarlo de otra forma. Quería contar que cuando tienes mucha vida por detrás, y está claro que te queda poca por delante, con fuerza, con ilusión y con ganas de comerte el mundo, abarcas mucho porque quieres darte prisa para que te dé tiempo a lo que te quede, y yo estoy en esa fase. Y en ese sentido, a Olivia le he prestado todo eso; las inquietudes, los paisajes, la música, el discurso literario, las historias sobre lo que piensa del entorno, del mundo... Todas esas contradicciones las he querido plasmar en la novela: el joven fracasado y la vieja triunfadora, la ciudad, una casa maravillosa con obras de arte, el pueblo pequeño en las montañas de León donde hay lobos y nieve... Es una novela de contrastes.
También les ha prestado, comentaba, sus localizaciones. Ese pueblo de León, Boñar, es un lugar muy especial para usted.
Es el lugar de los veranos de mi infancia, donde pasaba tres meses y he ido muchas veces más, además de los veranos. He ido en invierno, he visto la nieve... Pero lo que aprendes cuando eres joven esos primeros años de tu vida no lo olvidas jamás. El resto de la vida, esa base tan sólida -que es la relación con tus padres, la primera vez que aprendes a andar en bicicleta, que tienes el primer perro, que tus padres te enseñan algo por primera vez, el primer amor de niña...-, te queda marcado y es el itinerario por el que va a transcurrir tu vida.
"Boñar es el lugar de los veranos de mi infancia"
Podemos ver ese León de su infancia, tan mágico y místico, pero dotado de sombras. No es tan bonito como lo recordaría un niño.
No, porque para los niños hay cosas que pasan inadvertidas. En el mundo mágico de los niños no son capaces de ver la maldad de muchas cosas, la parte oscura de la vida. Y sin embargo, cuando empiezas a investigar ves que algo ha cambiado. Hay muchos enigmas en esta novela.
Y mucha música, porque encontramos a Elvis, a Edith Piaf, Joaquín Sabina... ¿Qué suponen todos estos artistas y grupos para usted?
Esta banda sonora de la novela es inevitable, porque uno de los personajes centrales, ausentes, es el locutor. Es un locutor que tiene una voz maravillosa, de estos del anochecer, de las madrugadas...
Que le acompañan en su sueño.
Claro. Que te ponen unas músicas maravillosas. Y esa banda sonora es mi recuerdo de la música que me ha gustado toda la vida. Porque, así como otras cosas no repites, una canción la puedes oír doscientas mil veces y te sigue gustando. La música es lo único que admite la repetición constante. Y esa banda sonora es la música que ponía el locutor de la novela en su programa, que se llama Elígeme, y para el que me inspiré en un locutor real, emblemático, que era Ángel Álvarez, que hacía unos programas maravillosos -Caravana, Vuelo 605-. Llegué a conocerlo, lo entrevisté y tenía un estudio en casa porque no podía vivir sin el micrófono ni la música.