Se dice pronto pero son 60 años. Un aniversario que Els Joglars celebra sobre los escenarios, por supuesto. Desde hace ya un tiempo, Dolors Tuneu es parte de esa historia, de un camino que ahora pasa por Que salga Aristófanes, obra dirigida por Ramón Fontserè que hoy, a partir de las 22.30 horas, se va a poder compartir en el escenario del Arrazpi Berri.

Una compañía de teatro actuando un lunes. Y encima en vacaciones. Eso debe ser sacrilegio, por lo menos.

–(Risas) Es algo que se lleva muy bien, no creas. No es ningún sacrilegio, es algo fantástico.

El grupo, a lo largo de estos 60 años, ha conocido crisis de todo tipo, pero ¿cómo está viviendo la actual, además en un momento en el que el público parece que se está alejando de actuaciones, conciertos y demás citas en vivo?

–Desde que se ha vuelto a cierta normalidad, siendo ya los aforos al 100% por ejemplo, lo que estamos notando nosotros con este espectáculo es una muy buena recepción. Antes, cuando las restricciones estaban vigentes, sentíamos unas ganas tremendas de acompañarnos que, como es lógico, poco a poco se han ido normalizando, como lo ha hecho la situación. Pero en general estamos muy contentos con lo que estamos viviendo, la verdad, aún sabiendo que la situación es compleja.

¿Qué se va encontrar el público que acuda esta noche a verles?

–Creo que lo más importante en todos nuestros espectáculos es la temática y Els Joglars, el punto de vista que le damos a los diferentes temas que abordamos. Es lo que la gente busca. ¿Sobre qué hablan esta vez? ¿Cuál va a ser su mirada sobre ese tema? En este caso, Aristófanes es la excusa para hablar de estos tiempos actuales en los que hay una corrección política muy exagerada que también lleva a una autocensura muy exagerada. No son buenos tiempos para la comedia, en este sentido.

¿A qué se refiere?

–La comedia necesita de libertad absoluta. Y sí, en muchas ocasiones es cruel, bárbara, salvaje y despiadada. Aristófanes, de alguna manera, es el creador de la comedia y nosotros queremos, con nuestro personaje, reivindicarlo. Con esa excusa, planteamos en qué lugar se encontraría a día de hoy ese Aristófanes, que igual tendría más problemas ahora de los que tuvo en su momento, y estamos hablando de la Grecia del siglo V antes de Cristo. Siempre ha habido censura, pero estamos en unos tiempos en los que cualquier cosa es ofendible. Para el humor es un obstáculo eso, incluso en forma de autocensura. Todo está minado, todo puede ofender, todo puede explotarte. Nosotros confiamos en el teatro, en el humor, en ese espacio supremo de libertad por más que duela. El propio Aristófanes tocó en su tiempo tótems. Y es el teatro que siempre hemos hecho nosotros. Aprovechando la celebración de los 60 años, pensamos que este era un buen momento para reivindicarnos y reivindicar el humor como la mirada más afable de la parte más dramática de la vida.

Da la impresión de que pasan los siglos pero el ser humano no quiere cambiar.

–Parece que todo es cíclico (risas). Solo que sobre lo que pasaba en siglo V antes de Cristo, la mirada la daba Aristófanes, y nosotros lo que pretendemos es asomarnos a nuestra realidad con nuestra mirada. Pero sí, parece que cambiamos poco. Ahora no es necesario quemar a las brujas en un fuego, sino que ahí están las redes sociales, que hacen hogueras de forma constante y a una velocidad impensable. Las redes también han hecho un mundo estupendo. Nos han facilitado mucho la vida y nos han acercado a muchas cosas. Pero al mismo tiempo han creado este señalamiento desde el anonimato. El ostracismo se ha convertido en la hoguera de nuestros tiempos. No es necesario quemar físicamente a alguien, solo es necesario señalarlo en las redes sociales. De eso va nuestra obra. Ya no hay un miedo concreto hacia alguien, sino que es la propia sociedad la que está haciendo de censora.

Pero ante eso, ¿hay puerta de salida, puede haber algo de optimismo?

–Hombre, siempre se pueden ir a peor pero también a mejor (risas). Creo que sí existe esa puerta. Cuando estábamos construyendo el espectáculo, teníamos nuestras dudas y miedos porque no sabíamos la respuesta del público. Pero tienes que lanzarte y la sorpresa ha sido la reacción de los públicos. No quiero exagerar ni tirarnos flores que no son, pero hasta el día de hoy todas las funciones que hemos hecho han terminado con los espectadores puesto en pie aplaudiendo. En este sentido, creo que la gente está también un poco cansada de que no se pueda decir nada. Ahí está esa puerta de salida que decías. Como sociedad estamos demostrando que no nos gusta el camino que se está tomando. Pensar todos lo mismo, además de ser aburrido, tiene otras connotaciones más peligrosas. Así que hay que reivindicar la diferencia y el debate, y hacerlo con humor. Como respirar, el humor es algo necesario para nuestra sociedad.

Hay, en las formas y en los fondos, una marca de la casa propia de la compañía, pero, después de 60 años, ¿cómo se hace para sorprenderse a sí mismo?

–Lo primero es que es la realidad la que no deja de sorprendernos. Cambia de manera constante y nosotros siempre nos hemos nutrido de ella. Evidentemente, cada espectáculo es un reto. Si hacemos un repaso de toda nuestra obra, hemos tocado muchos temas y, sin embargo, cada día la realidad nos ofrece argumentos nuevos. El reto está en cómo contar eso con nuestra estética y ética pero sin perder de vista los tiempos. Es decir, en estos 60 años han cambiado muchas cosas. Para empezar, el propio público. Antes, por ejemplo, los espectadores aguantaban unas obras de tres horas. Hoy es diferente. Nosotros siempre hemos entendido el teatro como un juego y jugar siempre es divertido. Y a partir de ahí, aburrirse es imposible.

Cuando la compañía se puso en marcha, Dolors Tuneu todavía no había nacido. Aunque lleva ya unos cuantos años, ¿cómo fue subirse a un tren que llevaba ya tanto tiempo en marcha?

–Tras acabar los estudios, realicé un casting, como tantos otros que hacía, que salió bien. Para mí entrar en la compañía fue como volver a clase pero con un profesor como Albert Boadella, que es un gran pedagogo además de un gran director. Después, en el día a día, me fui sintiendo cada vez más dentro de esa troupe y fui aportando mi personalidad. He ido creciendo profesional y personalmente en este grupo. Esto es un lujo porque la realidad es que cada vez hay menos compañías y las giras que se hacen no son tan largas. Els Joglars te permite que puedas hacer, no sé, 200 funciones de cada espectáculo, y eso te da un juego tremendo.

Pero hay algún momento en el que, por ejemplo estando de gira, Ramón Fontserè se pone en plan abuelo Cebolleta.

–Hombre, siempre hay pequeñas batallitas, pero no es muy dado a eso (risas). No somos muy dados a darle vueltas al pasado, sino más al presente y al futuro. Pero sí hay conciencia de lo recorrido, por supuesto.

Vamos, que a por otros 60 años.

–Ese es el objetivo, aunque no sé si yo voy a llegar a eso (risas).