Convertido desde hace casi tres decenios en un punto de encuentro referencial para la escena y el público durante la época estival, el Festival de Teatro de Humor de Araia afronta, por así decirlo, un nuevo comienzo tras dos ediciones en las que el covid ha marcado y mucho la realización tanto del certamen como de su programación paralela por Álava.

Es el primer festival casi como los de antes después de dos años de restricciones en los que el certamen ha hecho malabarismos de todo tipo para poder llevarse a cabo sin perder de vista el covid. ¿Cuesta volver a acostumbrarse a lo de antes?

Vamos a ver cómo van las cosas. El primer año fue muy emocionante. Claro, poder ponerlo en pie fue un proceso intensísimo ya que había incertidumbre por todas partes, no sabíamos lo que teníamos que hacer, cómo y si iba a servir para algo. Pero había una apuesta firme, sobre todo por parte de la Diputación y del Ayuntamiento de Asparrena. También por mi parte, pero con cautela porque luego había que llevar las cosas a la práctica sabiendo que había muchas cuestiones que no podíamos controlar. Fue emocionante ver cómo, a pesar de estar al 50% de aforo, los espacios se llenaron todos los días y la gente nos trasmitió agradecimiento por el esfuerzo realizado. Se notó esa emoción. Sin embargo, el año pasado pesó más el hastío de la gente. De hecho, con el mismo aforo hubo menos asistencia y se percibió que el personal estaba ya un poco cansado de mascarillas, distancias, aforos y demás. Así que, ahora mismo, el volver a una situación de normalidad nos intriga.

¿En qué sentido?

¿Estos dos años, sobre todo por la referencia de 2021, han podido tener un efecto de desconexión con el festival? No lo sabemos. Va a parecer una tontería pero en estos dos últimos años no hemos pegado ni un solo cartel anunciador en Gasteiz. Claro, no tenía sentido llamar al público con los aforos que se permitían. Pero, ¿en qué medida eso y otras acciones que hemos dejado de hacer en este tiempo puede suponer que haya gente a la que el festival de Araia le suene a pasado? Así que vamos a ver qué pasa. Se ha hecho un programa que pretende llamar la atención. La presencia de Els Joglars, más allá de la calidad de su trabajo, pretende cumplir ese papel de llamar la atención.

Pero armar este cartel teniendo en cuenta las dudas que había en enero o febrero con respecto a la pandemia, y con las restricciones que había en ese momento, ha tenido que ser complicado.

No creas. Por ejemplo, a Els Joglars les vi en Madrid en febrero e inmediatamente contacté con ellos porque mi pensamiento fue: he encontrado la pieza que buscaba para completar el cartel y atender a esa necesidad de llamar la atención. Es cierto que había muchas dudas en esos momentos pero también parecía evidente que la situación no se iba a mantener. Sí creía que este año en estas fechas íbamos a trabajar al 100%.

Lo que sí se está viendo en estos últimos meses, y pasa en diferentes ámbitos de las artes en vivo, es que la oferta está disparada pero el público no está acudiendo. De hecho, se están cancelado o aplazando muchas actuaciones porque la venta anticipada no funciona. ¿Le preocupa este escenario de cara a Araia?

Claro que preocupa. Tienes que pensar en ello y tomar medidas pero tampoco te puedes paralizar por el miedo, sea a esa situación o a otra. Tienes que tirar hacia delante y sacar conclusiones y corregir lo que veas que es necesario. Reconozco que tengo esa intriga por saber qué va a pasar. Y no solo es por ver cuánta gente va y si percibe que el cartel nos ha quedado bien, sino también porque no podemos olvidar que la asistencia se traduce en números y afecta a los presupuestos y esas cosas.

¿En el ámbito general, se tardará mucho en normalizar el escenario actual? ¿Tal vez en 2023 o habrá que esperar más?

No, no. Yo creo que este mismo año se irá todo encauzando. O, por lo menos, en lo que a mí se refiere, tengo que trabajar con esa esperanza. Tengo que pensar que la gente va a acudir y tengo que hacer lo imposible para que el público acuda. Básicamente estamos haciendo cosas que ya hemos realizado antes, pero quizá con un poco más de mimo y cariño.

No es de aniversarios, pero en 2023 se llegará a la trigésima edición del festival. ¿Preparando algo ya?

No estoy pensando en eso (risas). Este año es el importante.

Lo que no se recupera este año, y habrá que ver qué sucede en el futuro porque la pandemia en esto también está cambiando muchos hábitos, son las actuaciones de madrugada en la calle. Incluso no sé si se han planteado, al igual que están haciendo muchos otros escenarios y certámenes, adelantar las representaciones en el polideportivo Arrazpi Berri.

Sí, lo hemos hablado. Pero para ese público que quiere disfrutar del festival con intensidad y quiere ver todo, si adelantamos la función del Arrazpi Berri, la actuación de la tarde se queda demasiado cerca e impides a la gente que pueda cenar tranquila y estar a gusto viendo todo. En cuanto a las obras de madrugada, hay que tener en cuenta en este sentido que venimos también un tanto lastrados por las consecuencias de la crisis económica anterior.

¿A qué se refiere?

A que hay cifras en el presupuesto que no se han recuperado. El hacer funciones de madrugada implica también más gasto en infraestructura, supone que o refuerzas el equipo con más gente o acumulas un cansancio extra. Este año son cuatro días de festival, que para mí es el número ideal, pero hemos estado muchas ediciones haciendo cinco jornadas y acumulas un cansancio excesivo al final. Si además tienes que estar varios días trabajando hasta las tres de la madrugada, se hace imposible. Hay que cuidar al equipo que tienes o reforzarlo. Pero esto último significa dinero y no ha habido. Seguimos lastrados por los recortes que vivimos en 2012 aunque hace dos años, por parte de Diputación, se inyectó dinero, sobre todo para el circuito de pueblos. En Araia estamos haciendo entre tres y cuatro actuaciones menos de las que hacíamos hace diez años.

¿Se podrá recuperar eso algún día?

Ojalá, pero ya veremos. Además, hay que tener en cuenta otras cosas. Las funciones de la tarde son una maravilla, aunque siempre te puede caer un chaparrón. Al mediodía, las actuaciones tienes que cuidarlas, es decir, tienes que trabajar en una zona sombreada, donde público y artistas puedan estar cómodos. Y no siempre es fácil encontrar sitios así, que cumplan unos mínimos. Por la noche, si te sale una buena jornada, fantástico, pero a nada que corra un poco el frío, es destrozar un espectáculo. Eso también lo debes tener en cuenta a la hora de programar. Si tienes que quitar de algún lado porque el dinero es el que es, pues quitas de donde crees que menos se va a resentir la programación global.

Vamos, que no le preocupa una ola de calor como las que son frecuentes este verano.

(Risas) Sí, sí que me preocupa, no creas. En Araia hemos hecho auténticas barbaridades para corregir el calor. En el polideportivo viejo, hubo una vez que llegamos a colocar una docena de aspersores en la cubierta para regarla y así poder rebajar la temperatura interior. El año pasado, en los espectáculos de calle, durante las funciones teníamos una persona detrás del público con una manguera dejando caer agua sobre el asfalto en pendiente para poder refrescar algo el espacio. De hecho, había mucha gente que se descalzaba para tocar el agua. Sí que preocupa un exceso de calor. Puede dar al traste con trabajos que pueden ser deliciosos de ver pero que no puedes disfrutar con un sol de justicia justo encima.

Más allá de lo que pasa en Araia están las 24 localidades que este año están acogiendo la programación paralela de espectáculos de calle. Lugares que también se reencuentran con un festival en, por así decirlo, normalidad, después de dos años que han tenido momentos muy complicados con cancelaciones de última hora.

Seguro que este año es más tranquilo en ese sentido. Pero también es cierto que por parte de la gente de los pueblos también existió esa complicidad de la que hablábamos antes. Los propios ayuntamientos hicieron un esfuerzo extra que es necesario valorar. Estos dos años, desde luego, han sido toda una experiencia y un aprendizaje de muchas cosas.

Para poder llevar a cabo el festival en este tiempo de pandemia ha sido fundamental la respuesta del público más cercano. ¿Pero cómo se recupera a esas personas de Vitoria, de la Sakana, del alto Deba y de otras zonas próximas a Araia que eran habituales en el certamen?

Es verdad que en los dos últimos años no les hemos dicho que estábamos aquí. No podíamos porque con los aforos que teníamos, era imposible recibirles como antes. Claro, este año es diferente y queremos decirles y recordarles que estamos aquí. Vamos a ver cuál es la respuesta. Es la gran duda que tenemos este año, el ver si ese público sigue ahí. Se ha hecho un programa para que al público le llame la atención y quiera volver. Hay gente que cuando le hablas de este festival no sabe qué es porque justamente le coincide con vacaciones y siempre está fuera. Pero hay muchas personas que incluso programan sus vacaciones en función del cartel del festival de Araia. Esa es la que queremos recuperar. Vamos a ver si lo conseguimos.

Sobre todo en el polideportivo, el certamen presenta cuatro espectáculos muy diferentes entre sí.

Mucho, absolutamente distintos.

Els Joglars es una garantía.

Lo es en cuanto a atractivo. El espectáculo da caña y puede que alguno piense: ¿y estos, de qué van? Pero es que tiene que ser así. Es una compañía que siempre se ha caracterizado por esto.

También La Calórica es una compañía cañera, por así decirlo.

También tiene lo suyo, sí (risas). Pero creo que la suya es una propuesta que igual es algo más fácil que guste a todo el mundo. Pero es un trabajo muy cañero y, sobre todo, yo diría que muy ácido. A mí me gustó mucho. De hecho, te diría que, desde sus diferencias, los cuatro montajes me parecen, a nivel personal, muy interesantes. Ahí está, por ejemplo, Fadoak entzuten zituen gizona, de Xake Produkzioak. Y eso que sacarles una fecha ha sido complicado por la agenda que tiene Ane Gabarain, sobre todo ahora que está rodando con Estibaliz Urresola la película 20.000 especies de abejas.

La realidad es que los montajes de interior en euskera se han asentado bastante bien en el festival.

Sí, sí. La respuesta del público es muy potente. Y este es un espectáculo muy bonito y muy cuidadito.

Y siempre, o casi, hay una propuesta sin texto.

No es una norma, pero sí. Otro trabajo el de Colette Gomette & Anna de Lirium a seguir de cerca.