l grupo Spiritualized sigue haciéndonos flotar en el espacio con su noveno disco de estudio, Everything was beautiful (Bella Union. Pias), un cuarto de siglo después de publicar su obra maestra, Ladies and gentlemen we are floating in space. Tras reeditar sus cuatro primeros discos, el actual sigue fiel a la hoja de ruta de J Spaceman, su líder, una mezcla de pop, gospel y rock lisérgico repleto de hechizos psicodélicos y ambientes minimals y circulares con un pie en el caos sonoro y otro en la emoción de la melodía más pura y sencilla.

El aparente caos sonoro, como de otra galaxia, y la emotividad y la belleza jalonan cada paso dado por el británico Jason Pierce, alias J. Spacemen desde que formara con Peter Kember (Sonic Boom) parte de Spacemen 3, uno de esos grupo de culto del que mucha gente habla sin haber escuchado sus discos. Para restañar el error está el más que recomendable Spacemen 3 y el nacimiento de Spiritualized, libro de Erik Morse (Banizu Nizuke) que evidencia sus influencias -de 13th Floor Elevators a Suicide, Pink Floyd, MC5, Stooges o la Velvet- y su estatus en el rock alternativo de finales de los 80, que derivó en visionarios del indie en los primeros 90.

El proyecto (casi) unipersonal de Pierce, Spiritualized, creado en 1990, ha superado tres décadas de trabajo con resultados mediocres en popularidad masiva y ventas, pero aclamados por la crítica, como demuestra que su álbum más destacable, Ladies and gentlemen we are floating in space, que acaba de cumplir 25 años, fuera considerado el mejor de aquel año 92, según varias revistas, por delante de Ok Computer y Urban hymns, las obras maestras de Radiohead y The Verve.

Ahora, tras la aclamada reedición de sus cuatro primeros álbumes clásicos, Spiritualized ha publicado su noveno álbum de estudio, Everything was beautiful, cuya génesis encontró cobijo durante el confinamiento y los primeros meses de la pandemia debido a la afición de su líder por el aislamiento. "Me sentí como si hubiera estado entrenando para esto toda mi vida", explica J Spaceman, quien disfrutó de sus paseos por "un Londres vacío", entre los trinos de los pájaros, sin ruidos de sirenas y alimentado por "una hermosa soledad".

Y esos sonidos, entre terrenales y celestiales, que repiqueteban en su mente fructificaron en Everything was beautiful, un disco que no incorpora novedades reseñables a su patrón de conducta artístico y que sigue fiel a su modo de entender, vivir, sentir y componer música, que acaba por convertirse en rabiosamente personal a pesar del evidente muestrario de referencias más o menos explícitas que atesora, de la Velvet a Phil Spector y su muro de sonido o las producciones abigarradas del Beach Boy Brian Wilson.

Pierce, que ha tocado más de 16 instrumentos en el álbum, pisó hasta 11 estudios para grabar estas siete largas canciones - alguna supera los 10 minutos- en las que se apoyó en una treintena de músicos y cantantes, incluida su hija Poppy, su viejo colaborador John Coxon, secciones de cuerda y metal, coros y carillones de la Whitechapel Bell Foundry. "Había tanta información que el más mínimo movimiento la desequilibraría, pero dar vueltas en círculos es importante. No es que me salga de control, sino que doy vueltas y vueltas y en cada revolución me aferro a lo bueno. También tienes errores, pero te aferras a algunos de ellos y así es como lo logras", dice sobre su método de trabajo.

A pesar de tal despliegue instrumental y personal, el disco, conformado a base de múltiples capas de sonido, es la antítesis del barroquismo, ya que la obra de Pierce deviene en sencillez y naturalidad, y vuelve a hacernos flotar con su mezcla de rock espacial y orquestal, shoegaze y psicodelia desde el inicio con Always togeher with you, la pieza más pop, introducida en código morse y el arranque de un álbum circular, envolvente y basado en crescendos y progresiones, como mantras minimals.

"Siempre junto a ti", clama en un arranque que es una oda al amor y a la entrega total. Le sigue Best thing you never had (The D song), donde las guitarras arañan entre la atmósfera turbia de unos metales que recuerdan a los Stooges y los primeros The Psychedelic Furs entre electricidad con wah wah y marasmos de distorsión. Y rinde pleitesía en Let it bleed (For Iggy) a Iggy Pop y a la Velvet en esa dualidad caricia-puñetazo sonoro de los de Lou Reed. Jason canta "quería ser alguien especial para ti, pero esto es solo una canción", entre ecos de los Pink Floyd más lampiños.

Y si el amor puede enloquecerte si te convierte en dependiente, Crazy es su mágica banda sonora, un vals country junto a Nikki Lane y con arreglos orquestales. "Estoy loco, mi mente se desangra por ti", se oye antes del regreso del mantra espacial, la psicodelia, los clarinetes y las flautas de The mainline song/The lockdown song y su guiño al confinamiento. Y en la recta final, la lisergia y el gospel y soul arrebatado se dispara con The A song (Laid in your arms), en la que nos habla de "dietas de hongos y pastillas" entre su habitual caos controlado, y, sobre todo, en I'm coming home again. "La felicidad no es una garantía", canta Pierce en una pieza en la que indaga en "el significado de la vida" entre referencias a la Biblia, el lorazepam, la fe y la filosofía antes de una culminación apabullante, un crescendo en el que músico y oyente se funden en un éxtasis que nos lanza a un estado de felicidad flotante sin necesidad de ayudas psicotrópicas. l

Spiritualized ha superado tres décadas de trabajo con resultados mediocres ?en popularidad, pero aclamados por la crítica