Con Cayetano Ezquerra, Pascual Jover y Pedro Sancristóval comenzó todo. Fue hace mucho más de 20 años. A mediados de los 70, desde la Diputación Foral de Álava, los tres empezaron a construir una colección centrada en el arte contemporáneo español que fue la semilla de las más de 2.400 obras que hoy componen una colección alavesa que desde el 26 de abril de 2002 tiene en Artium su casa. Aquel día era viernes. El cielo estaba despejado. Por la mañana, unas 400 personas -entre autoridades y representantes de la vida política, económica y social- asistieron a la inauguración, presidida por Juan Carlos I. Por la tarde, hubo que cerrar las puertas en algunos momentos porque las colas de gente llegaban hasta la calle Francia y se estaba superando el aforo. Entre medio, una persona perdió la vida mientras trabaja en el exterior del Palacio de la Provincia, donde se produjo la comida de gala.

Este martes toca soplar de nuevo las velas. Un total de 20. Se va a hacer de manera sencilla y sobria. En realidad, como sencillo y sobrio fue aquel día de 2002. Hacia el mediodía se iniciará una lectura pública y compartida de textos relacionados con el arte, uniendo así -como se hace todos los años- el aniversario con el Día del Libro. Ya a las 18.30 horas Itziar Okariz presentará la performance Capitulo 2, V. W, que consiste en la lectura repetida del extracto de un libro, donde en cada repetición se sustrae la primera palabra del texto de la lectura anterior de forma consecutiva hasta que el texto desaparece. Justo después se procederá a la apertura de la exposición que se ha diseñado con obras de Nestor Basterretxea instaladas en la plaza del museo. Además, durante buena parte de esa jornada se procederá a la grabación del vídeo 20 años, más de 20 razones, con las amigas y los amigos del espacio.

Entre ambas jornadas han pasado muchas cosas. Para empezar, Artium ya no es el que era. Nació como Centro-Museo Vasco de Arte Contemporáneo. Hoy es el Museo de Arte Contemporáneo del País Vasco. Y puede parecer una tontería o que no hay tanta diferencia entre ambas denominaciones, pero de eso nada. En primer lugar, porque la idea de ser también un centro cultural ha desaparecido del mapa después de años y años de mantener una agenda más que activa, hasta que las consecuencias de la crisis económica de 2008 se llevaron por delante casi todo. Programas como Art+Sound -por donde pasaron artistas como Quimi Portet y Depedro, entre otros- están casi en el olvido y eso que hace dos decenios se consideraba que esta línea era estratégica, que Artium ni podía ni debía ser solo un edificio para exponer.

Tampoco es inocente el hecho de pasar de ser un museo vasco a convertirse en el museo del País Vasco dedicado a la creación contemporánea. No lo es ni de cara a la sociedad ni, sobre todo, a las instituciones y otras entidades culturales del entorno. O, por lo menos, eso es lo que se pretende. Otra cosa es que se esté consiguiendo. Tal vez, como pensaba su primer director, a Artium siempre se le han reclamado muchas cosas. "Menos bajar los impuestos, se nos pide de todo", decía en su día en estas páginas Javier González de Durana.

No le faltaba cierta razón. Por eso, desde que solo fue un proyecto la polémica le acompañó. Su ubicación -con la consiguiente desaparición del edificio que acogía la antigua estación de autobuses-, qué arquitecto se tenía que encargar de su diseño, si tenía que servir solo para mostrar los fondos propios o si debía abrirse a otras muestras, si tenían entrada artistas extranjeros, si la gestión se tenía que hacer desde una fundación público-privada que no tuviese la obligación de dar cuentas frente a las Juntas Generales y un largo etcétera de debates conformaron una lista interminable de discusiones. Tanto que a día de hoy hay prejuicios de entonces que siguen en el imaginario colectivo. Por no hablar de los propios que acompañan al arte contemporáneo, claro.

Había quien pensaba que el espacio debía generar su propio efecto Guggenheim, sobre todo en los apartados urbanístico y turístico. Pero esa idea nacía desde una base errónea, más allá de que a Artium, a día de hoy, sí se le pueden achacar algunos déficit relacionados. En efecto, sobre todo con la zona del Anglo, tiene una deuda pendiente que o no sabe o no puede afrontar. Tampoco ha sabido ser motor o excusa para que en diferentes partes de la ciudad, la creación contemporánea tenga otros referentes o que los existentes se hayan podido fortalecer gracias a su presencia. Al contrario, son varias las apuestas aparecidas en este tiempo que se han sentido abandonadas y que han criticado con dureza a la infraestructura. Eso sin perder de vista que son varios los jóvenes artistas alaveses que, en estos dos decenios, han conseguido importantes apoyos para sus trayectorias fuera de casa, pero no desde el que debería ser su museo.

Serán cuestiones a resolver sin duda en el futuro, en un mañana que, tras el último cambio de dirección, todavía se está definiendo, aunque el sello de Beatriz Herráez cada vez sea más evidente. Sin embargo, no se puede perder de vista que la actual responsable de Artium llegó poco antes de que una pandemia lo paralizase todo. Como tampoco se puede olvidar que su antecesor, Daniel Castillejo, estuvo diez años al frente de una institución que en cada ejercicio perdía presupuesto a causa de la crisis económica. Fueron años en los que incluso se llegó a prohibir la compra de obras de arte.

Pero las críticas, siempre que sean constructivas, que se le puedan hacer a estos 20 años, no tienen que tapar algo que queda patente cada vez que, desde fuera, se mira a Artium. En este tiempo se ha convertido en una entidad referencial, tanto por sus fondos como por varias de sus exposiciones temporales y por sus líneas de desarrollo. Y a esto hay que sumarle los viajes que el museo ha hecho tanto con muestras específicas realizadas a partir de su colección como con sus innumerables préstamos. Desde Estados Unidos a China, el nombre de Álava también ha realizado esos recorridos. Los sigue haciendo.

Hoy la colección permanente sigue creciendo. Lo hace no siempre a través de la compra directa, sino también con acuerdos como el que ha hecho que Artium sea depositario de la bautizada como Colección Compartida que ha impulsado el Gobierno Vasco a raíz de la pandemia. Eso sí, si aquel 26 de abril de 2002 era físicamente imposible mostrar todos los fondos a la vez en el edificio de la calle Francia, hoy esa idea no tendría ningún sentido porque el incremento de piezas -sobre todo en los primeros años- ha sido tremendo en estos dos decenios.

Un tiempo, por cierto, en el que el museo ha tenido que cerrar sus puertas dos veces. La última, por supuesto, en marzo de 2020. Pero antes que el confinamiento llegó, entre finales de 2016 y principios de 2017, el cambio del suelo de sus dos principales espacios expositivos, lo que obligó a reducir la actividad casi a mínimos insospechados. Fueron paréntesis dentro de una actividad que ha dado para mucho, siempre siguiendo un programa expositivo que ha sabido evolucionar y probar diferentes fórmulas, como pudo ser en su momento el estimulante programa Praxis -en el que los artistas convertían el museo en su taller- o la reciente apertura de la Sala Z dedicada a ese ámbito en el que las artes plásticas y audiovisuales deciden confundirse. Claro que el calendario también ha dado para acoger eventos de todo tipo, desde presentaciones de jugadores del Alavés hasta pasarelas de moda pasando por juntas de accionistas, recepciones de San Prudencio, actos políticos en distintas campañas electorales y más.

Los actos vinculados al Día del Libro y la apertura de una muestra al aire libre de obras de Nestor Basterretxea marcan el martes el aniversario

En estos dos decenios, el museo ha estado en manos de Javier González de Durana, Daniel Castillejo y su actual directora, Beatriz Herráez