- Desde hace dos décadas, Maëlle Arnaud es programadora del Instituto Lumière, la entidad francesa dirigida por el director del festival de Cannes, Thierry Frémaux, encargada de conservar, restaurar y difundir el cine clásico. No obstante, hasta ahora, cuando la manera de consumir del espectador se ha transformado con tanta oferta audiovisual en casa, no “había sentido tan fuerte la necesidad de cambiar la forma de programar y comunicar” de las filmotecas. “No hay que rechazar las plataformas, hay que mostrarles que nuestra convicciones son las ideales”, explica.

¿Cómo se ha hecho la selección del ciclo para la Filmoteca Vasca?

-Era muy importante hacer una selección fuerte de películas de la historia del Instituto Lumière porque para nosotros mismos era descubrir cómo vemos la historia de la institución. Por ejemplo, la elección de Zapatillas rojas, que es una película que ha sido muy importante para nosotros y de cuyo director, Michael Powell, publicamos sus memorias. Era un desconocido y gracias a gente como Scorsese y Tavernier ha ido dándose a conocer en los últimos años. De igual modo, la elección de los títulos franceses está motivada del trabajo en común con las productoras para poder restaurarlas. Nosotros proponemos las retrospectivas y ellos se deciden a hacerlas.

El ciclo es un ejemplo de que no solo se interesan en conservar el cine francés. ¿Con qué criterios escogen las películas?

-Gracias a Tavernier, que era el presidente de honor del Instituto Lumière, tenemos un vínculo muy fuerte con el cine francés y con el americano, pero el trabajo de una filmoteca es decir que hay cine en todas partes del mundo. Cuando pensamos en la programación siempre lo hacemos pensando que tenemos que decir algo del cine en su historia completa, de todos los periodos y lugares. Gracias a ello, podemos hacer una retrospectiva de cine contemporáneo, después programar otra de cine mudo y luego una de cine asiático. Es muy importante mostrar una variedad en la creación. No es la misma en EEUU o en Francia, que empezaron a hacer películas desde el comienzo del cine, a la de otros países que empezaron mucho más tarde.

¿Todas las películas que proyectan han sido previamente restauradas?

-No todas. Tratamos de mostrar siempre todas las restauraciones que se llevan a cabo, pero también películas en 35 mm que no han sido nunca modificadas. Ya que las filmotecas nos encargamos de conservar el cine, es una manera de decir que hay títulos que todavía quedan por descubrir. Hace quince años todas las películas se proyectaban en 35 mm y, ahora, la mayor parte son restauradas en digital.

En un tiempo en el que las plataformas son parte de nuestro día a día, ¿qué poder cree que tienen las filmotecas para volver a llevar a los espectadores a las salas?

-Ahora, más que nunca, es el reto definitivo. La gente ha cambiado su manera de descubrir las películas. Si eres un gran cinéfilo, puedes verlo todo en tu ordenador y ya no es como antes. Tavernier solía contar que él se iba con sus amigos en coche a Bélgica para ver allí una película rara que era muy difícil de ver. Tenemos que seguir defendiendo la idea de la pantalla grande. Los cinéfilos tendrán la opción de descubrir películas en sus casas, por lo que creo que ahora es más necesario si cabe saber cómo hablar a la gente sobre la historia del cine. Por mucho que alguien sepa sobre cine, las filmotecas siempre sabremos más. Tenemos que invitar a estas personas para que descubran la experiencia de la pantalla grande, que para nosotros es muy importante y diferente a la hora de descubrir el cine. Después de la pandemia, la gente no está volviendo a las salas, por lo que tenemos que trabajar con las universidades y con las escuelas para que ir al cine sea una convicción muy fuerte. Desde hace 20 años trabajo en el Instituto Lumière y nunca había sentido tan fuerte la necesidad de cambiar nuestra forma de programar y comunicar. No podemos hacer una programación que sea muy bonita para nosotros pero que no le interese a la gente.

Algunas plataformas como, por ejemplo, Netflix con la última película de Orson Welles que dejó inacabada y que decidió recuperar, han apostado por invertir en clásicos. ¿Hay miedo de que acaben también haciendo las labores de una filmoteca o, por el contrario, lo ven como una oportunidad?

-El ejemplo de la película de Orson Welles fue una noticia muy buena porque, por primera vez, daban dinero para un clásico inédito, que suele ser el trabajo de las filmotecas. Que decidan meterse en nuestra área significa que para ellos la historia del cine es importante. Tenemos que reflexionar y no verlos como enemigos, sino como alguien con quien podemos colaborar. En unos años hemos visto cómo han conseguido que toda la gente que iba al cine prefiera ahora ver las películas en las plataformas, pero no creo que vayan contra el arte cinematográfico. En Francia las producciones no hacen más que bajar y Netflix sigue ahí, por lo que, al final, todos los directores van a tener que trabajar con ellos. Todos dicen que apoyan la pantalla grande, pero allí es donde está el dinero y encima hay libertad creativa. Así que no hay que rechazar las plataformas, hay que mostrarles que nuestra convicciones son las ideales. Además, no podemos luchar contra ellos. Si no queremos perderlo todo, tenemos que ver cómo podemos convivir entre todos.

A pesar de la situación tan crítica que narra sobre las salas de cine de allí, nosotros vemos con cierta envidia cómo se apoya el arte, y en especial, el cine en Francia.

-Existe un apoyo increíble para la conservación y para la restauración. Casi todos los propietarios de derechos pueden pedir dinero al Estado para ello. Además, hay unas doce instituciones que se encargan de comprar derechos de clásicos, ayudan a su restauración y los proyectan en salas. Es algo único en el mundo. Tenemos una base muy fuerte detrás que nos permite cambiar. El mundo se ha transformado demasiado como para que las salas de cine no lo hagan. Soy la primera que defiende el cine clásico y las salas, pero no podemos hacerlo sin pensar en las plataformas.

Como programadora, ¿cómo vive la censura que parece impregnar en buena parte de la sociedad y que puede hacer que una película o incluso un director pase de la noche a la mañana de ser aceptada a ser rechazada?

-Cuando trabajas en un sitio que está dedicado a la historia, no se puede dejar de lado parte de ella. Es como decidir dejar fuera el cine africano porque no ha sido históricamente tan importante. No podemos defender una película de propaganda fascista, pero eso no quiere decir que tengamos que rechazar todas las películas que tienen, por ejemplo, una carga machista detrás. Las películas eran así porque la sociedad era así. No vamos a mentirnos diciendo que solo ha habido directores humanistas porque si ponemos de lado a los que han sido muy duros en los rodajes la mitad desaparecerían. Y todo, ¿para qué? ¿Para decir que en el cine francés solo hay santos? No sería la verdad. Otra cosa sería programar hoy día a un cineasta ruso actual, cuya respuesta no la tengo clara. Si me pongo en la piel de una ucraniana no querría saber nada de Rusia. Creo que podemos hablar de artistas rusos pero creo que tenemos que ser muy delicados mientras dure la guerra.