Vitoria - Es un lugar de paso pero también de parada. Un encuentro, un café, una charla, una compra, una visita... cada día son muchas las personas, los instantes, los gestos que se viven a lo largo de la cuesta de San Vicente, donde El Farolón no es el único que observa el ir y venir de personas, la sucesión de miles de momentos que transcurren sin, en apariencia, mayor trascendencia. Allí también, desde la ventana, está la mirada de Miren Elorrieta, que en ocasiones, sin molestar a nadie ni querer entrometerse en nada, sabe leer escenas de la vida que, por una razón u otra, despiertan su interés y emoción. De ahí, de esos segundos irrepetibles, nace la exposición que la pintora presenta ahora entre las paredes del Warhol, donde hasta el próximo 12 de febrero, se puede compartir El mirador indiscreto.

La muestra es un paso más dentro de un proyecto que no está cerrado y que se inició hace un par de años dentro de la ya amplia trayectoria de la creadora. Su interés, en este caso, se centra en "los momentos que te pueden contar historias", en esas escenas captadas "sin querer molestar a nadie" a través de la cámara fotográfica, herramienta que luego da paso a la interpretación pictórica, a la creación de cuadros que terminan siendo una invitación al espectador para que complete e imagine el antes, el durante y el después.

Una lectora de un periódico que descansa junto a su perro, una visitante bajo la nieve que retrata la portada de un conocido libro, una madre con su pequeño, dos amigas que charlan... "Son situaciones que me tienen que motivar, que me deben transmitir una emoción", instantáneas a partir de las cuales empezar a crear cuadros en los que los protagonistas aparecen un tanto desdibujados "aunque habrá gente que se llegue a reconocer", sonríe.

"No tiene que ser ni gente guapa ni personas determinadas. Tiene que ser un momento, una situación. No quiero poses, ni nada forzado" sino que la vida transcurra desde su teórica normalidad en un escenario, además, que aporta muchas particularidades, empezando por la propia luz que la cuesta vive a lo largo de todo un año. De hecho, aunque el entorno siempre es el mismo, a través de los nueve cuadros expuestos se puede hacer también un viaje por el calendario y el paisaje urbano y humano de la capital alavesa.

"Soy una pintora lenta. Además, de muy perfeccionista" dice y, tal vez por ello, reconoce que las obras que componen la muestra "me atraen más al verlas aquí que cuando las tengo en el estudio", piezas que también le están ayudando a "buscarme a mí misma" dentro de su estilo.

Los cuadros están pintados sobre tela de arpillera y en todos ellos, de una manera u otra, la artista busca generar texturas, rugosidades, imperfecciones. "Es una serie interminable", admite, aunque, sin descartar la posibilidad de hacer otra exposición con la misma temática, no quiere que su mirada se quede solo aquí. De momento, sus creaciones se abren paso en el Warhol, en una propuesta que ha contado con la ayuda de Brenan Duarte para el montaje y con las palabras de Iñaki González-Oribe para la presentación.