barcelona - Espectacular, megalómano y contemporáneo... pero también político, íntimo y con la emoción de la nostalgia. Los juzgados le impiden presentarse como Pink Floyd, pero su cofundador, el ya septuagenario Roger Waters, puso de acuerdo a unos 13.000 seguidores, de tres generaciones al menos, en el inicio de su gira europea Us + Them en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Levantó otro ladrillo más en el muro histórico de su exgrupo con canciones míticas, furibundas declaraciones políticas y un sonido y proyecciones de última generación.

A pesar de alguna reunión esporádica con David Gilmour, Waters dejó Pink Floyd en 1985. Eso sí, en Barcelona exigió (y logró) su cuota como ideólogo de la banda británica, adalid icónico del rock (psicodélico, primero) sinfónico de los 70. Y aunque en el clásico Money cantó “el dinero es un crimen”, luego irónicamente reconvertido con el verso “pero no toques mi parte de la tarta”, lo hizo exprimiendo, a fuego y rabia, el repertorio de los Floyd.

En buena forma, con el pelo y la barba blanca y rigurosamente vestido de negro, como el resto de sus nueve músicos, el británico ofreció una veintena de temas de su banda histórica y solo cuatro de su último y comprometido Is this the life we really want?, en el primero de sus conciertos catalanes. Y lo hizo sin sorpresas, minúsculo en un escenario de grandísimas dimensiones resaltado por una pantalla trasera de proporciones estratosféricas y arropado por un sonido y unas proyecciones megalómanas.

El perfecto ensamblaje de sus recurrentes efectos sonoros (en clave cuadrafónica) con el ritmo visual y luminotécnico se advirtió desde el inicial Breathe, con una sirena agónica pidiendo su cuota humana mientras la pantalla nos ofrecía imágenes de la galaxia y Waters demostraba su maestría al bajo (doblado, por cierto) en One of these days, el tema más antiguo (y uno de los mejores) de la velada, antes de arrancarse al micrófono con Time, entre una lluvia visual de relojes.

Entre su sobresaliente banda, con tres guitarras, dos teclistas, un saxofonista y dos coristas de grandes voces y caderas acompasadas que se batieron en duelo en Breathe (reprise) y emocionaron en Us and them, la canción que da nombre a la gira, destacaron también el guitarrista Dave Kilminster, que calcó numerosos de los solos propiedad de Gilmour que le acercaron al Olimpo, y Gus Seyffert, que se ocupó de las partes vocales del co-líder ausente.

Clásicos y política Entre tanto despliegue incólume de watios, leds y pixels, y con un sonido prístino y musculoso, Waters hizo espacio a su nuevo disco tras Welcome to the machine, con una voz afilada y dramática coronada por monstruos sedientos de sangre y el público coreando su final. Entre imágenes poéticas de refugiados y playas, ataques militares desde satélites y múltiples fuck, interpretó, ante un público respetuoso, Déjà vu, The last refugee y Picture that, con un primer guiño a Trump rodeado de misses.

Luego llegaron, entre aplausos y teléfonos móviles, dos de las cumbres de la noche: una poética, Wish you were here (con dos manos buscándose en la pantalla, desintegradas al final, como la psique del primer líder de los Floyd, Syd Barrett); y otra, política, con Another brick in the wall, con un grupo de niños locales que desfiló marcialmente y que, liberado de sus trajes de Guantánamo, mostró “resistid” en el pecho, entre tímidos gritos de “libertat, libertat” del público.

La segunda parte, introducida con ruido de helicópteros y fuego cruzado, reveló una estructura que se sumó a la pantalla del escenario y cortó en dos longitudinalmente la pista, sobre el público, y resultó espectacular y emotiva. Dogs sacó a pasear la mítica factoría de Battersea, portada de Animals, y Pigs (three different ones) los cerdos voladores, con Waters brindando ataviado con una careta porcina, imágenes risibles de Trump (con micropene, labios pintados...), la proyección de sus tweets más increíbles (el del pussy incluido) y un remate final en castellano inapelable: “Trump, eres gilipollas”.

Waters nos invitó a “oler las rosas” antes de recrear con Brain damage el prisma icónico de The dark side... mientras una luna pivotaba alrededor, y de ofrecer un discurso (político, social y humanista) sobre la necesidad de mejorar el mundo para las nuevas generaciones antes de Mother y de un final apoteósico con Confortable numb y sus solos elegíacos. Fue el último ladrillo de un muro que regresará a Madrid en mayo, tras una segunda cita barcelonesa.